Nos
quedamos nosotros con las palabras de Jesús, con su desahogo y con su mandato,
con su confidencia y su ternura porque nos llama amigos
Hechos de los apóstoles 15, 22-31; Sal 56;
Juan 15, 12-17
Hay momentos
en que parece que son más propicios a una mayor confidencialidad, donde afloran
los sentimientos más hondos de la persona, en que todo son recomendaciones y
advertencias, últimos consejos porque de alguna manera todo suena a despedida.
Se quiere dejar las cosas claras pero también se advierte de cosas que se han
de tener en cuenta para siempre.
Podemos pensar,
como es de suponer, en última despedida de la vida, pero sucede de alguna forma
cuando por ejemplo el padre o madre de familia tiene que ausentarse y deja todo
en manos de los hijos, o de igual manera son las recomendaciones del padre o de
la madre para el hijo que marcha a emprender una nueva vida con nuevos
horizontes, o la despedida del amigo querido por las circunstancias que sean.
Salen a flote todos los sentimientos del corazón sin ningún tipo de pudor, o se
tiene la valentía de advertirte en lo que no debes hacer, conociéndote como te
conocen.
¿Era lo que
sucedía en aquellos momentos de la cena pascual? Muchas veces hemos comentado
el ambiente especial que allí se vivía en aquellos momentos; las palabras de
Jesús también suenan a despedida y a últimas recomendaciones; pero sobre todo
se derrama la ternura del corazón sobre aquellos a los que ama de manera
especial. ‘Hijitos míos’, dirá en algún momento, ahora les dice que no
les llama siervos sino que los llama amigos. Es El quien se ha puesto en el
lugar del siervo que está para servir cuando desde el principio de la cena se
ha postrado delante de ellos para lavarles sus pies. Ahora les dice que les ama
y les ama de manera que está dispuesto a dar la vida por sus amigos como
realmente va a significar su entrega.
‘Nadie tiene amor más grande que el
que da la vida por sus amigos
. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os
mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a
vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer’.
Fijémonos en sus palabras que habla del
amor más grande que es capaz de dar la vida por sus amigos; y a continuación
les dice ‘vosotros sois mis amigos… a vosotros os llamo amigos…’ ¿Puede haber un derroche de ternura más
grande? Con ellos ha tenido las confidencias mayores. ‘Todo lo que he oído a
mi Padre os lo he dado a conocer’, les dice. Y ahora termina soltando todo
lo secreto que lleva en su corazón.
Por eso les recomienda e insiste porque
lo dice de una forma y de otra. Tenéis que amaros. Eso es lo importante. Eso es
lo que hay que hacer. Ese es el testimonio que tenéis que dar. Esa es la Buena
Noticia que tenéis que transmitir. Que no son solo palabras las que tenéis que
pronunciar, que es una vida que hay que pronunciar, transmitir, testimoniar con
el amor. Y como si pareciera poco, lo deja como mandamiento. ‘Esto os mando:
que os améis unos a otros’.
Los hijos se quedan con las últimas
palabras del padre o de la madre que saben que tienen que cumplir, es su última
voluntad; el amigo guardará en su corazón esa última recomendación o ese último
desahogo del alma que le ha hecho el que marcha. Nos quedamos nosotros con las
palabras de Jesús, con su desahogo y con su mandato, con su confidencia y su
ternura porque nos llama amigos, y es lo que tenemos que estar dispuestos a
poner por obra.
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