Sepamos
sentarnos en silencio en la presencia de Dios para sentir el palpitar de vida
de su corazón que nos haga entrar en la misma sintonía, en el mismo ritmo de
amor
Hechos de los apóstoles 15, 1-6; Sal 121;
Juan 15, 1-8
El trato hace
la amistad, solemos decir. Es necesario sentir la cercanía, es importante estar
en contacto, no podemos perder la relación y la comunicación; no puede ser
simplemente algo mantenido en el recuerdo, por muy buenas que hayan sido las
experiencias vividas, porque el distanciamiento enfría la relación, poco a poco
corta la comunicación y se pierde la comunión. Yo tuve un amigo, llegamos a
reconocer, pero ya no sé por dónde anda, se cortó la comunicación y la relación
y al final puede parecer que fue algo, muy bonito quizá, que pertenece al
pasado y ahora poco o nada nos puede decir. Cuántas amistades abandonadas,
cuántos amigos olvidados, cuántos recuerdos que parece que son solo para la
historia pero que ahora no hacen vida.
Algo así nos
está hablado Jesús. Nos pone comparaciones, tomadas incluso de lo que es la
propia naturaleza, pero al final nos dirá tajantemente ‘sin mí, nada sois’.
Necesitamos estar unidos a El, mantener nuestra comunión y nuestro amor. Si
siempre hemos venido diciendo que todo es una relación y una respuesta de amor,
esa llama hay que mantenerla viva, y no se mantiene viva si no se la alimenta.
Y el alimento está en esa comunicación y en ese diálogo, en ese conocimiento
que crece y que hará crecer el amor, en esa presencia que es luz, fuego,
alimento, fuerza para el espíritu.
La
comunicación y el encuentro con el amigo, el diálogo lleno de confianza donde
todo se comparte y donde mutuamente disfrutamos de esa presencia, de esas
palabras, de esas experiencias compartidas, hacen crecer la amistad, harán
crecer el amor. Lo tenemos que cuidar; no será solo una presencia ocasional por
alguna circunstancia que nos haga encontrarnos; no solo puede ser un encuentro
fugaz fruto de nuestras correrías y de nuestras prisas, tiene que ser algo más
hondo, algo que se disfrute mejor, algo que nos meta el gozo en el alma del
amor y la amistad compartida. No somos amigos por un regalo formalmente
compartido ni por una visita de compromiso.
Tenemos que buscar lo que en verdad nos hace crecer como cristianos. Nuestra manera de vivir la presencia de Jesús en nuestra vida. Hoy nos habla Jesús de la vid y de los sarmientos; que hay que cultivar, que hay que cuidar, que hay que incluso podar para que no se vaya por ramajes inútiles e inservibles, que tenemos que saber mantener en profunda unión para que no sea un sarmiento que se seque sino una planta que desde lo más profundo llegue a dar fruto.
Igual que
cultivamos de verdad una amistad y cuidamos que nada la entorpezca o la llene
de maleza, tenemos que cuidar nuestra relación con Dios, nuestra relación con
Jesús. Es la oración profunda que nos llena de la presencia de Dios, es el
diálogo de amor en que se nos ofrece la Palabra a la que hemos de dar una
respuesta de vida, es el cuidar que esa relación no se quede en lo formal o en
lo ritual sino que en verdad nos haga gozarnos en su amor y cantar la alegría
de su presencia, es ese saber sentarnos en silencio en su presencia para sentir
el palpitar de vida del corazón de Dios que no haga entrar en la misma
sintonía, en el mismo ritmo de amor.
El trato hace
la amistad, habíamos comenzado diciendo, y será ese trato y esa relación llena
de vida con Dios lo que nos hará crecer en su amor. ‘Permaneced en mi
y yo en vosotros’, nos decía Jesús en el evangelio. Qué distintos nos
sentiríamos, qué seguridad daría a nuestra vida, qué fortaleza para nuestro
caminar, con qué nueva ilusión y esperanza nos pondríamos a contagiar a los
demás de ese amor, qué fuerza tendría nuestro compromiso de amor, con qué amor
nuevo amaríamos también a los demás a los que ya para siempre miraremos como
hermanos.
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