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martes, 6 de julio de 2021

Jesús quiere arrancar el mal de lo más hondo de nosotros para que sintamos esa libertad interior, por eso nos regala el perdón que nos hará sentir la verdadera paz

 


Jesús quiere arrancar el mal de lo más hondo de nosotros para que sintamos esa libertad interior, por eso nos regala el perdón que nos hará sentir la verdadera paz

Génesis 32, 23-33; Sal 16; Mateo 9,32-38

Lo había anunciado con palabras del profeta en la sinagoga de Nazaret. Jesús ha venido para dar libertad a los oprimidos. Por eso proclamaba el año de gracia del Señor; el año de gracia era aquel en el que las deudas quedaban condonadas y los que carecían de libertad eran liberados. Los signos que va realizando Jesús son la señal, la muestra de esa liberación.

En el evangelio se habla con frecuencia de los endemoniados, o sea, de aquellos que estaban poseídos por el espíritu del mal; el que está poseído o dominado, sea de la forma que sea, no es libre para hacer lo que desea; la posesión significa ese dominio que se ejerce sobre algo o sobre alguien; poseído por el espíritu del mal, se sentirá impelido a hacer las obras del mal, como el esclavo que no puede hacer sino lo que su amo le mande hacer. El poseído no puede ser él mismo, no podrá expresar lo que son sus verdaderos sentimientos, no podrá actuar con verdadera libertad, no podrá tener su proyecto de vida personal, no podrá dejar de hacer aquello que no quiere hacer. Y no es eso lo que Dios quiere para la persona, creados a imagen y semejanza de Dios, lo que significa con capacidad de conocimiento y de decisión.

Creo que tenemos que entender muy bien lo que el evangelio quiere expresarnos cuando nos muestra a Jesús expulsando demonios. Con la misma autoridad con que Jesús expulsa a los demonios – aunque como vemos en el evangelio de hoy hay quienes quieren negarle esa autoridad a Jesús – le veremos por otra parte no solo curando a los enfermos sino sobre todo perdonando a los pecadores. Todo es signo de esa liberación que Cristo quiere realizar en nuestra vida. Nos quiere Jesús liberados, que nada ni nadie nos domine ni nos esclavice; por eso quiere arrancar el mal de lo más hondo de nuestro corazón para que sintamos esa libertad interior, por eso nos regala el perdón que nos hará sentir la verdadera paz.

Seamos conscientes de esa liberación que necesitamos en nuestra vida, porque bien sabemos cómo el mal nos domina tantas veces en nuestra vida. Cuántas veces nos sentimos inclinados al mal y nos parece que no podemos liberarnos de esa inclinación; cuántas veces nos cegamos en nuestro interior con las diferentes pasiones y nos parece que aunque quisiéramos no podemos superar ese momento que nos llena de maldad; cuántas veces el orgullo o el amor propio nos dominan de tal manera que ya no sabemos actuar bien con los demás sino que nos aparece la malquerencia, la envidia o el resentimiento, los deseos de venganza o la violencia, y nos convertimos ciegamente en destructores de los otros.

Cuánto tendríamos que analizar en nuestra vida para darnos cuenta de esas esclavitudes de las que dependemos. Claro que también tendríamos que pensar en esas esclavitudes que nosotros imponemos a los demás cuando no les dejamos ser ellos mismos, cuando manipulamos y tratamos de dominar de la manera que sea a nuestros semejantes. Nosotros no podemos ser signos del dominio del mal, sino signos de liberación para los que nos rodean.

Jesús llega a nosotros con su compasión y con su misericordia; parecemos muchas veces esas ovejas descarriadas que andan a la deriva en la vida sin pastor. Es lo que nos expresa hoy el evangelio cuando nos habla de aquellas multitudes que acudían a Jesús, que le llevaban a sus enfermos, pero que Jesús en su compasión sentían lástima de ellos como andaban como ovejas sin pastor. Y ya nos damos cuenta que no se refería solamente a aquellas gentes que contemplamos en esas hermosas páginas del evangelio, sino que nos está mirando hoy, a nosotros y a nuestro mundo.

‘Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies’, termina diciendo Jesús. Una oración que tenemos que elevar a Dios pero también una misión que hemos de asumir para ser esos signos de liberación para cuantos nos rodean.

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