Necesitamos
una Iglesia profética que actúe en medio del mundo a la manera de Jesús y
asumir como cristianos la misión profética que hemos recibido
Ezequiel 2, 2-5; Sal. 122; 2Corintios 12,
7-10; Marcos 6, 1-6
Alguna vez puede sucedernos que tenemos
un proyecto preparado con el mayor entusiasmo y dedicación con el que uno
piensa que aquello puede ser la gran solución a graves problemas o situaciones
para las que hasta entonces no se había encontrado salida o quizás pocos
realmente se habían preocupado por resolver dicha situación y nos encontramos
con el rechazo de frente, bien porque gente interesada no cree que esa sea la solución
que quizás pueda afectar a sus intereses personales, bien por antipatías
personales que tratan de desprestigiarnos. Nos sentiremos mal seguramente,
podemos reaccionar con un abandono a su suerte de aquellos planes propuestos,
heridos por el amor propio nos podremos poner guerreros y llenarnos de
violencias, o nos sentiremos fracasados, por mencionar algunas posibles
salidas.
¿Creemos de verdad en esos proyectos o
en esos planes? ¿Nos sentiremos con la responsabilidad de llevarlos adelante
contra todo viento o marea? ¿Nos volveremos algo así como unos quijotes que
luchamos algunas veces casi sin saber contra quienes luchamos? ¿Seremos capaces
de arriesgarnos a lo que pueda venir y seguir adelante con esos planes que
tratan de mejorar alguna situación?
Nos encontramos en la vida con gente
luchadora, que no como quijotes, sino como unos auténticos profetas luchan por
unos ideales y por unas metas, tienen claros sus objetivos en la vida, buscan
la manera de llevar adelante aquello que ellos consideran justo, y eso lo
podemos ver en muchos aspectos de la vida. Serán quizás unos incomprendidos y
muchas veces se sentirán solos, pero siguen adelante con arrojo y valentía
luchando por poner ese grano de arena, que algunos no aceptan, pero que ellos
saben que pueden mejorar nuestro mundo, nuestra sociedad.
¿Cómo se sentiría Jesús cuando fue a su
pueblo, donde se había criado, Nazaret, y al intentar enseñar en la sinagoga
como ya venía haciéndolo en otros lugares se encontró con el rechazo de su
gente, de sus convecinos, incluso quizás de algunos familiares? No es extraño
esto que digo de los familiares porque ya nos dice el evangelio en otro lugar
que en una ocasión su familia pretendió llevárselo con ellos porque decían que
no estaba en sus cabales. ¿Sentiría sensación de fracaso? Ya nos dice el
evangelista que se extrañó de su falta de fe y allí no hizo ningún milagro.
Era el hijo de María y de José el
carpintero; por allí andaban sus hermanos y familiares; ellos no habían visto
que asistiera a ninguna escuela rabínica para aprender y tener algún título
para enseñar. ¿Qué autoridad y qué sabiduría era esa?
Pero ya nos dice el evangelista para cerrar
este episodio que siguió enseñando por los pueblos de alrededor. Jesús tenía
claro cual era su misión profética. Reconoce con el dicho popular que ningún
profeta es bien mirado en su tierra, que solo en su tierra lo rechazan y no
lo aceptan. El anuncio del Reino de Dios no podía dejar se realizarse. Como
profeta no podía callar, aquello que había recibido del Padre. Y empleamos esta
expresión de profeta para referirnos a Jesús sin mermar ni un ápice lo que era
el ser y la misión de Jesús.
Como nos dirá en otros momentos del
evangelio El no nos trasmite otras cosas sino lo que ha recibido de su Padre,
es el enviado del Padre. Como se nos dirá en otro momento tanto fue el amor que
Dios nos tenía que nos envió y nos entregó a su Hijo único, nos dio a Jesús. El
Verbo de Dios que era la luz de los hombres, aunque los hombres la rechazasen,
porque las tinieblas tratan de rechazar, de ahogar la luz. Y la luz no se puede
ocultar debajo del celemín, sino que hay que ponerla bien alto para que ilumine
a todos los de la casa.
Con Jesús nosotros desde nuestro
bautismo – para eso fuimos ungidos – hemos sido hechos sacerdotes, profetas y
reyes, porque así nos configuramos con Cristo para ser como El. Por eso tenemos
también que tener muy claro cuál es nuestra misión en medio del mundo. El mundo
necesita profetas y es lo que tenemos que ser en verdad los cristianos en medio
del mundo. No lo podemos olvidar. Aunque no nos acepten o nos rechacen; aunque
seamos unos incomprendidos y hasta perseguidos por realizar esa misión. Pero
tenemos que reconocer que tenemos medio abandonada esa misión profética. Como
tenemos que saber descubrir y apreciar a esos profetas, aún sin fe, que en
medio de nuestro mundo luchan por causas justas, que no son nuestros
contrincantes en la lucha por un mundo mejor, sino que en todo lo bueno que
haga un mundo más justo hemos de saber colaborar.
Es la misión de la Iglesia que no puede
olvidar, de la que no se puede escaquear. Necesitamos en verdad una Iglesia
profética en medio del mundo de hoy para que pueda realizar en verdad la misma
obra de Jesús. A alguien le escuché decir en una ocasión hablando de la oración
por las vocaciones al Sacerdocio ante la escasez de sacerdotes que más bien
tendríamos que pedir al Señor por la abundancia de vocaciones de profetas. Es
lo realmente necesitamos en la Iglesia, profetas auténticos que miren con los
ojos de Dios nuestro mundo y nuestra sociedad para traernos la Palabra de Dios
que nos ilumine y nos transforme. Es lo que hizo Jesús. Es nuestra tarea y
nuestra misión.
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