Ojos
de fe hemos de tener para leer los signos de los tiempos que pueden ser anuncio
de una nueva primavera de vida nueva para nuestra iglesia y para nuestro mundo
Daniel 7,2-14; Sal. Dn 3,75-81; Lucas
21,29-33
Aunque ciertamente ahora en nuestro
hemisferio estamos en otoño, aunque nuestras islas canarias tienen unas características
especiales de clima, sabemos muy bien que cuando se acerca la primavera, se
acaban los fríos invernales parece que la naturaleza que parecía muerta se
renueva comenzando a rebrotar por todas partes las gemas de los árboles, las
semillas que germinan, las plantas que surgen por todas partes y las flores que
comienzan a brotar. La frialdad del invierno nos hace parecer una naturaleza
muerta cuando desde el otoño los árboles y las plantas pierden sus hojas, pero
tras esos tiempo oscuros con el nuevo sol de la primavera para resurgir una
vida nueva.
Una imagen – aunque ahora estemos en
otoño – que conviene recordar y que nos puede servir de lección para los otoños
y los inviernos de la vida de los tiempos difíciles y de crisis por los que
podamos pasar. No es el fin, nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio, son
signos que se convierten en llamadas e invitación a hacer surgir una vida nueva
en nosotros y en nuestro mundo. En las lecturas de la Palabra que hemos venido
reflexionando en estos días todo tienen un sabor apocalíptico como si del final
de todo se tratara, pero ya hemos dicho que el Apocalipsis, el último libro de
la Biblia, es un libro de esperanza, pues tras las duras batallas del mal
aparecerá al final la luz del mundo nuevo, del cielo nuevo.
Y estas consideraciones nos las hacemos
de cara, es cierto, a esos últimos tiempos de la historia que no sabemos cuando
serán, pero son una lección y una llamada a la esperanza a los tiempos
convulsos en que podamos vivir en todos los órdenes de la vida. Como creyentes
sabemos, es cierto, que el mundo está en nuestras manos, porque a nosotros nos
ha confiado Dios la obra de la creación para que continuemos realizándolas en
la transformación de nuestro mundo, pero sabemos también muy bien que todo eso
está por encima de todo en las manos de Dios. Y Dios no nos abandona; su
palabra es una palabra fiel y cuando siembra esperanza en nuestros corazones es
porque en verdad el quiere realizar ese mundo nuevo y nos da la fuerza para que
hagamos esa tarea.
No nos podemos cruzar de brazos ni
desentendernos. Tiempos convulsos vemos en nuestra sociedad que se transforma y
algunas veces no es del todo a gusto nuestro pero que precisamente ahí está
nuestra tarea y nuestro compromiso. No podemos dejarla en manos de los demás
sino que nosotros hemos de contribuir al bien de esa sociedad en la que vivimos
valiéndonos de todos los cauces de participación que en la misma sociedad
encontramos. Pienso en nuestra propia tierra, como en tantos países de un lado
y de otro que se ven envueltos en revueltas, manifestaciones y protestas, señal
de que algo nuevo tiene que despertar. No nos podemos acobardar, sino que
tenemos que trabajar seriamente por encontrar caminos de paz. Y la esperanza de
alcanzarlo no la podemos perder. Esos mismos brotes pueden ser señales de ese
mundo nuevo que se puede estar gestando.
Tiempos convulsos en ocasiones y por
distintos problemas nos podemos encontrar también en nuestra propia Iglesia.
Suenan aires de renovación, pero también hay personas confundidas; aparecen
sombras que desestabilizan pero también hay deseos de algo mejor; todo tiene
que realizarse en una búsqueda sincera del evangelio, que ilumine nuestra vida
en estos tiempos en que vivimos. No perdemos tampoco la esperanza porque
sabemos que es el Espíritu del Señor el que guía la Iglesia. Abramos nuestros
oídos y nuestro corazón a esa moción del Espíritu que nos conducirá por esos
caminos nuevos llenos de esperanza.
Un señor, sentado al costado de la iglesia por la que pasaba caminando con gran rapidez por las muchas preocupaciones que giraban en mi mente aquel día, me dijo que me alegrara porque ya iniciaba esta nueva estación. Me asombró que, aun en sus circunstancias, se tomó el tiempo para observarme y preocuparse por mí, me alentó a ver las cosas bellas de la vida y me dio la enseñanza de detenerme para reflexionar. Sentí inmenso amor en su mensaje. A veces simplemente debemos detenernos un poquito y regresar a lo básico, a lo fundamental, a las bases. A veces las complejidades nos abruman pero recordar cuál es la esencia nos reencauza al camino. Qué belleza el mensaje del Señor, y cómo nos transmite Su Amor. Yo también creo que mucho tiene que ver con la esperanza. Y está bueno, creo, dejar a un lado las ansiedades, para tener la confianza que el amor es eterno. Que está buenísimo seguir plantando, aunque aun no veamos los frutos, que en algún sitio crecerán. Pero siempre teniendo en cuenta que no es necesario complicar tanto las cosas, que hay que ser siempre sencillos.
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