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viernes, 29 de noviembre de 2019

Ojos de fe hemos de tener para leer los signos de los tiempos que pueden ser anuncio de una nueva primavera de vida nueva para nuestra iglesia y para nuestro mundo



Ojos de fe hemos de tener para leer los signos de los tiempos que pueden ser anuncio de una nueva primavera de vida nueva para nuestra iglesia y para nuestro mundo

 Daniel 7,2-14; Sal. Dn 3,75-81; Lucas 21,29-33
Aunque ciertamente ahora en nuestro hemisferio estamos en otoño, aunque nuestras islas canarias tienen unas características especiales de clima, sabemos muy bien que cuando se acerca la primavera, se acaban los fríos invernales parece que la naturaleza que parecía muerta se renueva comenzando a rebrotar por todas partes las gemas de los árboles, las semillas que germinan, las plantas que surgen por todas partes y las flores que comienzan a brotar. La frialdad del invierno nos hace parecer una naturaleza muerta cuando desde el otoño los árboles y las plantas pierden sus hojas, pero tras esos tiempo oscuros con el nuevo sol de la primavera para resurgir una vida nueva.
Una imagen – aunque ahora estemos en otoño – que conviene recordar y que nos puede servir de lección para los otoños y los inviernos de la vida de los tiempos difíciles y de crisis por los que podamos pasar. No es el fin, nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio, son signos que se convierten en llamadas e invitación a hacer surgir una vida nueva en nosotros y en nuestro mundo. En las lecturas de la Palabra que hemos venido reflexionando en estos días todo tienen un sabor apocalíptico como si del final de todo se tratara, pero ya hemos dicho que el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, es un libro de esperanza, pues tras las duras batallas del mal aparecerá al final la luz del mundo nuevo, del cielo nuevo.
Y estas consideraciones nos las hacemos de cara, es cierto, a esos últimos tiempos de la historia que no sabemos cuando serán, pero son una lección y una llamada a la esperanza a los tiempos convulsos en que podamos vivir en todos los órdenes de la vida. Como creyentes sabemos, es cierto, que el mundo está en nuestras manos, porque a nosotros nos ha confiado Dios la obra de la creación para que continuemos realizándolas en la transformación de nuestro mundo, pero sabemos también muy bien que todo eso está por encima de todo en las manos de Dios. Y Dios no nos abandona; su palabra es una palabra fiel y cuando siembra esperanza en nuestros corazones es porque en verdad el quiere realizar ese mundo nuevo y nos da la fuerza para que hagamos esa tarea.
No nos podemos cruzar de brazos ni desentendernos. Tiempos convulsos vemos en nuestra sociedad que se transforma y algunas veces no es del todo a gusto nuestro pero que precisamente ahí está nuestra tarea y nuestro compromiso. No podemos dejarla en manos de los demás sino que nosotros hemos de contribuir al bien de esa sociedad en la que vivimos valiéndonos de todos los cauces de participación que en la misma sociedad encontramos. Pienso en nuestra propia tierra, como en tantos países de un lado y de otro que se ven envueltos en revueltas, manifestaciones y protestas, señal de que algo nuevo tiene que despertar. No nos podemos acobardar, sino que tenemos que trabajar seriamente por encontrar caminos de paz. Y la esperanza de alcanzarlo no la podemos perder. Esos mismos brotes pueden ser señales de ese mundo nuevo que se puede estar gestando.
Tiempos convulsos en ocasiones y por distintos problemas nos podemos encontrar también en nuestra propia Iglesia. Suenan aires de renovación, pero también hay personas confundidas; aparecen sombras que desestabilizan pero también hay deseos de algo mejor; todo tiene que realizarse en una búsqueda sincera del evangelio, que ilumine nuestra vida en estos tiempos en que vivimos. No perdemos tampoco la esperanza porque sabemos que es el Espíritu del Señor el que guía la Iglesia. Abramos nuestros oídos y nuestro corazón a esa moción del Espíritu que nos conducirá por esos caminos nuevos llenos de esperanza.

1 comentario:

  1. Un señor, sentado al costado de la iglesia por la que pasaba caminando con gran rapidez por las muchas preocupaciones que giraban en mi mente aquel día, me dijo que me alegrara porque ya iniciaba esta nueva estación. Me asombró que, aun en sus circunstancias, se tomó el tiempo para observarme y preocuparse por mí, me alentó a ver las cosas bellas de la vida y me dio la enseñanza de detenerme para reflexionar. Sentí inmenso amor en su mensaje. A veces simplemente debemos detenernos un poquito y regresar a lo básico, a lo fundamental, a las bases. A veces las complejidades nos abruman pero recordar cuál es la esencia nos reencauza al camino. Qué belleza el mensaje del Señor, y cómo nos transmite Su Amor. Yo también creo que mucho tiene que ver con la esperanza. Y está bueno, creo, dejar a un lado las ansiedades, para tener la confianza que el amor es eterno. Que está buenísimo seguir plantando, aunque aun no veamos los frutos, que en algún sitio crecerán. Pero siempre teniendo en cuenta que no es necesario complicar tanto las cosas, que hay que ser siempre sencillos.

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