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sábado, 30 de noviembre de 2019

A partir de un encuentro en Andrés nació la fe para seguir a Jesús y convertirse en su mensajero ¿habremos tenido nosotros un encuentro así con Jesús en nuestra vida?


A partir de un encuentro en Andrés nació la fe para seguir a Jesús y convertirse en su mensajero ¿habremos tenido nosotros un encuentro así con Jesús en nuestra vida?

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22
Hay encuentros que son poco más que tropezarnos con alguien y hay encuentros que dejan huella. Vivimos en mundo de comunicaciones y estamos en contacto quizá con las personas que están al otro lado del mundo porque hoy los medios nos lo permiten, pero no somos capaces de detenernos a hablar en un tú a tú con el que está a nuestro lado, o con quienes tengamos la oportunidad de vernos cara a cara.
Decimos que conocemos mucha gente y tenemos muchos amigos, pero en verdad ¿ese conocimiento nos lleva a algo hondo, a una comunicación más profunda de nuestro yo, a un encuentro vivo con la persona? Enseguida quizá corremos porque queremos irnos a otro lado o no queremos permitir que se nos metan en el yo más profundo que nos guardamos. Y eso nos hace superficiales, nos impide incluso encontrarnos con nosotros mismos, porque ocultando tanto quizá hasta queremos ocultarnos a nosotros mismos.
Cuando hay un encuentro verdadero quedará siempre una huella en nosotros, será algo que ni podremos olvidar ni permitirá quizá que nuestra vida sea igual. Pero de esos no-encuentros tenemos muchos en la vida y seguimos en nuestra loca carrera.
Hoy estamos celebrando a alguien que encontró la importancia de su vida en un encuentro. Había inquietud en su corazón, es cierto, y allá había acudido al Bautista junto al Jordán porque todos hablaban de aquel profeta que predicaba en el desierto, en la orilla del Jordán. Quizá ya las palabras de Juan comenzarán a hacer mella en él y a preparar su corazón, porque eso cuando Juan les señala al que iba pasando ante ellos como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, o lo que es lo mismo, señalándolo como el Mesías esperado, Andrés y otro amigo procedente también del mar de Galilea se fueron detrás de aquel a quien Juan había señalado.
‘¿Qué buscáis?’ les había preguntado. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ había sido la respuesta como si hubieran estado más interesados en el lugar de residencia que en la persona. ‘Venid y lo veréis’ Había sido la respuesta y con El se fueron. El compañero anotaría más tarde incluso la hora que era en aquel momento. ‘Eran las cuatro de la tarde’, comentaría. Y se les pasaron las horas, la tarde y la noche, el tiempo con El.
¿Qué sucedería en esos momentos? Solamente podemos decir que se habían encontrado con El, porque a la mañana siguiente – o no importa el tiempo que habría pasado aunque pareciera que fue a la mañana siguiente – cuando Andrés se encontró con su hermano Simón y le anuncia que habían ‘encontrado’ al Mesías. Un encuentro, que no había sido cualquier cosa. Un encuentro en que no importa el tiempo que había pasado en él. Un encuentro que le hace descubrir muchas cosas. Un encuentro por el que se siente cogido. Un encuentro que no podrá callar y por eso con el primero que se da de bruces ya le está contando lo que le ha sucedido. Fue el encuentro con Jesús que marcó sus vidas.
Los otros evangelistas nos contarán que allá en la orilla del lago estaban repasando las redes después de la pesca, o que habían salido a pescar y habían cogido una redada grande donde en la noche anterior no habían cogido nada, pero siempre está ese encuentro. Jesús que pasa junto a ellos y les invita a seguirle; Jesús que les dice que hay que echar de nuevo las redes al agua para pescar y que les dirá luego que van a ser pescadores de hombres.
A partir de entonces ya va a estar siempre con Jesús. Nada lo va a detener; será del grupo de los doce, será de los más cercanos a Jesús, con El subirá también a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, en el Cenáculo estará en la noche memorable de la cena pascual, y en el cenáculo se van a encontrar definitivamente con Cristo resucitado. De labios de Jesús antes de la Ascensión escuchará su mandato de ir por el mundo anunciando el Evangelio, la buena nueva que él un día había escuchado y ahora como hizo primero con su hermano, ahora tendrá que hacerlo con todos los hombres anunciando que Jesús es el Señor.
Y todo a partir de un encuentro. ¡Qué importante! Nos decimos nosotros también discípulos de Jesús y en El decimos que tenemos puesta nuestra fe. De una forma o de otra habremos tenido también, con mayor o menos intensidad a lo largo de nuestra vida, un encuentro con Jesús, del que ha brotado nuestra fe en El. Es necesario que revivamos ese encuentro de fe que un día vivimos, es necesario que lo reavivemos para mantener viva esa experiencia y ese recuerdo que hay el peligro que se nos haya quedado un tanto diluido.
Esa frialdad que se nos mete en el espíritu tantas veces puede significar que esa señal está llegando débil a nuestro corazón – como nos sucede con la señal de las redes sociales que nos llega débil y nos debilita la comunicación – y se nos puede estar enfriando nuestra fe y nuestro entusiasmo por Jesús. Tenemos que buscar manera de reavivar nuestra fe, nuestra vivencia de Jesús, ese encuentro profundo con El que cada día hemos de mantener.
¿Necesitaremos una oración más intensa de encuentro vivo con el Señor? ¿Necesitaremos escuchar con una mayor intensidad en nuestro corazón la Palabra de Dios? ¿Necesitaremos encender el fuego de una espiritualidad profunda porque en verdad nos dejemos llenar por el Espíritu?
Esta fiesta del apóstol san Andrés que hoy estamos celebrando puede ser una llamada y una gracia para nosotros. No la echemos en saco roto.

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