Unas
preguntas para clarificar cual es el sentido profundo de nuestra fe desde
nuestra propia experiencia de pascua
Ageo 2,1b-10; Sal 42; Lucas 9,18-22
¿Qué dice la gente? ¿Qué dicen ustedes?
¿Qué es lo que realmente digo yo, pienso yo? Preguntas interesantes. Preguntas
a las que hemos de saber dar una buena interpretación pero que sobre todo en la
última hemos de saber darle verdadero sentido y profundidad. Para formarnos una
opinión, ¿estaremos pendientes de lo que le gente pueda decir?
Realmente reconocemos que nos sentimos
influenciados por lo que digan o lo que piensen los demás. No siempre es una
influencia positiva. Porque la comidilla de lo que dicen o piensan los demás,
sobre todo cuando se hacen de forma negativa pueden influir en nosotros de forma
negativa. Cuantas veces en la vida hemos comenzado a sospechar de alguien, a
mermarle nuestra confianza desde algo que nos susurraron quizá con no buenas
intenciones, y empezamos a desconfiar, a pasar por el filtro de ese comentario
que nos hicieron el concepto que teníamos de alguien, o a cambiar la mirada
hacia esa persona. Y es que a veces
parecemos tan ingenuos que nos tragamos todo lo que nos digan.
¿Dónde se queda nuestro criterio? ¿Por
qué cambiamos nuestra manera de pensar? Nuestra mirada, nuestros criterios,
nuestros juicios deberían ser los de una persona madura que no se deja
influenciar. Tratar de no poner filtros interesados a nuestras miradas, a
nuestros pensamientos, querer ser verdaderamente justos y equilibrados, tener
unos criterios bien formados para obrar y para pensar de la mejor manera. A
veces no es fácil.
Me ha surgido este comentario y
reflexión desde unas preguntas que nos aparecen hoy en el evangelio, aunque
parezca que no tienen mucha relación pero es bueno pensar en ese lado humano de
la vida, de lo que cada día nos puede pasar, de lo que son nuestras relaciones
con los demás. Todo siempre podemos mejorarlo.
Las preguntas las hace Jesús a sus discípulos
más cercanos, a aquellos a los que había constituido en apóstoles. Es ver lo
que opina la gente de Jesús, pero lo que Jesús va buscando realmente es que los
mismos discípulos más cercanos se decanten, se definan, lleguen realmente a
tener un conocimiento profundo de Jesús.
Ayer escuchábamos en el evangelio que
Herodes recogiendo lo que la gente le contaba de Jesús, y quizás con su
conciencia no demasiado tranquila, aunque hay siempre maneras de acallarla y en
eso era un buen artista, ahora se siente interrogado por la presencia de Jesús
y al final se termina diciendo que quería conocerle. Reflexionábamos entonces
sobre cómo la gente busca a Jesús y cómo esa tendría que ser nuestra tarea
dejándonos conducir por el Espíritu del Señor para que nuestra fe se abriera al
misterio, al Misterio de Dios que se manifestaba en Jesús.
Hoy podríamos decir que el evangelio
nos está invitando a dar un paso más, un paso más comprometido. La pregunta ya
no es solo a los discípulos, sino la pregunta es a nosotros. Soy yo el que
tengo que responder, libre de toda influencia, desde una experiencia viva en el
encuentro con Jesús. ¿Qué es lo que realmente yo pienso, qué es lo que opino?
¿Quién es Jesús para mí?
Los discípulos responden primero lo que
la gente dice, un profeta, alguien como Juan Bautista como si hubiera vuelto a
la vida, para luego dar su propia respuesta de fe. El Mesías de Dios, el Hijo
de Dios. Como nos dirá otro evangelista aquello no lo habían conocido por si
mismos, sino porque el Padre se lo había revelado en sus corazones. Pero aun
tienen que ahondar más en el misterio de Cristo. Por eso Jesús les habla de su pasión,
de su muerte en Cruz, de su resurrección. Y aunque aun ahora no terminan de
entender estas palabras de Jesús será algo que tienen que ir metiendo hondamente en su corazón para llegar a
comprender y vivir todo el misterio de Jesús.
No podían quedarse con una idea
preconcebida de Mesías como quien los liberara de la esclavitud de los romanos,
sino que tenían que conocer y comprender el misterio de Cristo a través de su
Pascua. Será un trance duro y amargo, que les llevará a muchas dudas y miedos,
pero del que han de salir fortalecidos para reconocer que en verdad Jesús es el
Señor. Así comenzarán a proclamarlo a partir de la resurrección con la fuerza
del Espíritu que comenzará a habitar en sus corazones. La experiencia dura de
la Pascua les abrirá de verdad los ojos al misterio de Dios que en Jesús se les
manifiesta.
Pero la pregunta queda en el aire. Y
nosotros ¿qué pensamos de Jesús? ¿Cuál es nuestra experiencia vital del
encuentro con Jesús? ¿Cuál sería en verdad nuestra fe? ¿Habremos pasado también
por esa experiencia pascual?
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