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viernes, 27 de septiembre de 2019

Unas preguntas para clarificar cual es el sentido profundo de nuestra fe desde nuestra propia experiencia de pascua


Unas preguntas para clarificar cual es el sentido profundo de nuestra fe desde nuestra propia experiencia de pascua

Ageo 2,1b-10; Sal 42;  Lucas 9,18-22
¿Qué dice la gente? ¿Qué dicen ustedes? ¿Qué es lo que realmente digo yo, pienso yo? Preguntas interesantes. Preguntas a las que hemos de saber dar una buena interpretación pero que sobre todo en la última hemos de saber darle verdadero sentido y profundidad. Para formarnos una opinión, ¿estaremos pendientes de lo que le gente pueda decir?
Realmente reconocemos que nos sentimos influenciados por lo que digan o lo que piensen los demás. No siempre es una influencia positiva. Porque la comidilla de lo que dicen o piensan los demás, sobre todo cuando se hacen de forma negativa pueden influir en nosotros de forma negativa. Cuantas veces en la vida hemos comenzado a sospechar de alguien, a mermarle nuestra confianza desde algo que nos susurraron quizá con no buenas intenciones, y empezamos a desconfiar, a pasar por el filtro de ese comentario que nos hicieron el concepto que teníamos de alguien, o a cambiar la mirada hacia esa persona.  Y es que a veces parecemos tan ingenuos que nos tragamos todo lo que nos digan.
¿Dónde se queda nuestro criterio? ¿Por qué cambiamos nuestra manera de pensar? Nuestra mirada, nuestros criterios, nuestros juicios deberían ser los de una persona madura que no se deja influenciar. Tratar de no poner filtros interesados a nuestras miradas, a nuestros pensamientos, querer ser verdaderamente justos y equilibrados, tener unos criterios bien formados para obrar y para pensar de la mejor manera. A veces no es fácil.
Me ha surgido este comentario y reflexión desde unas preguntas que nos aparecen hoy en el evangelio, aunque parezca que no tienen mucha relación pero es bueno pensar en ese lado humano de la vida, de lo que cada día nos puede pasar, de lo que son nuestras relaciones con los demás. Todo siempre podemos mejorarlo.
Las preguntas las hace Jesús a sus discípulos más cercanos, a aquellos a los que había constituido en apóstoles. Es ver lo que opina la gente de Jesús, pero lo que Jesús va buscando realmente es que los mismos discípulos más cercanos se decanten, se definan, lleguen realmente a tener un conocimiento profundo de Jesús.
Ayer escuchábamos en el evangelio que Herodes recogiendo lo que la gente le contaba de Jesús, y quizás con su conciencia no demasiado tranquila, aunque hay siempre maneras de acallarla y en eso era un buen artista, ahora se siente interrogado por la presencia de Jesús y al final se termina diciendo que quería conocerle. Reflexionábamos entonces sobre cómo la gente busca a Jesús y cómo esa tendría que ser nuestra tarea dejándonos conducir por el Espíritu del Señor para que nuestra fe se abriera al misterio, al Misterio de Dios que se manifestaba en Jesús.
Hoy podríamos decir que el evangelio nos está invitando a dar un paso más, un paso más comprometido. La pregunta ya no es solo a los discípulos, sino la pregunta es a nosotros. Soy yo el que tengo que responder, libre de toda influencia, desde una experiencia viva en el encuentro con Jesús. ¿Qué es lo que realmente yo pienso, qué es lo que opino? ¿Quién es Jesús para mí?
Los discípulos responden primero lo que la gente dice, un profeta, alguien como Juan Bautista como si hubiera vuelto a la vida, para luego dar su propia respuesta de fe. El Mesías de Dios, el Hijo de Dios. Como nos dirá otro evangelista aquello no lo habían conocido por si mismos, sino porque el Padre se lo había revelado en sus corazones. Pero aun tienen que ahondar más en el misterio de Cristo. Por eso Jesús les habla de su pasión, de su muerte en Cruz, de su resurrección. Y aunque aun ahora no terminan de entender estas palabras de Jesús será algo que tienen que ir metiendo  hondamente en su corazón para llegar a comprender y vivir todo el misterio de Jesús.
No podían quedarse con una idea preconcebida de Mesías como quien los liberara de la esclavitud de los romanos, sino que tenían que conocer y comprender el misterio de Cristo a través de su Pascua. Será un trance duro y amargo, que les llevará a muchas dudas y miedos, pero del que han de salir fortalecidos para reconocer que en verdad Jesús es el Señor. Así comenzarán a proclamarlo a partir de la resurrección con la fuerza del Espíritu que comenzará a habitar en sus corazones. La experiencia dura de la Pascua les abrirá de verdad los ojos al misterio de Dios que en Jesús se les manifiesta.
Pero la pregunta queda en el aire. Y nosotros ¿qué pensamos de Jesús? ¿Cuál es nuestra experiencia vital del encuentro con Jesús? ¿Cuál sería en verdad nuestra fe? ¿Habremos pasado también por esa experiencia pascual?

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