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domingo, 22 de septiembre de 2019

La astucia, sabiduría, de abrir el corazón en el uso de los bienes para que no se nos cierre de forma egoísta el bolsillo


La astucia, sabiduría, de abrir el corazón en el uso de los bienes para que no se nos cierre de forma egoísta el bolsillo

Amós 8, 4-7; Sal 112; 1Timoteo 2, 1-8;  Lucas 16, 1-13
¿Qué hacemos de nuestros bienes y riquezas? Nos sentimos dueños; ‘es mío’ es la reacción ante lo que tenemos; casi desde que nacemos comenzamos a querer dominar sobre nuestras cosas como si fueran de nuestra única posesión; es la reacción ya del niño que cuando coge una cosa ya es suya, ‘es mío’ reacciona si queremos que nos la dé y la acapara para si. Aunque tendríamos que pensar si lo hace porque es lo que ve en los otros y ha perdido la inocencia de sentir que todo es de todos. Y en la medida en que somos mayores eso se acentúa, porque hasta nos volvemos avaros y en consecuencia egoístas. Para mí y para mi disfrute.
¿No habría que romper esa espiral de alguna manera? Por eso nos tenemos que preguntar que hacemos de nuestros bienes, de lo que consideramos que son nuestras riquezas. La buena nueva del evangelio que Jesús nos ofrece creo que quiere que abramos nuestros ojos para ver las cosas de manera distinta. Ese Reino de Dios que Jesús nos anuncia no tiene nada que ver con esa avaricia y egoísmo con que vivimos la vida. Son otros los valores. Otro tendría que ser el sentido que le damos a la vida y que le damos entonces también a esas cosas materiales de las que disponemos.
La parábola que nos ofrece hoy el evangelio se nos ha hecho siempre de difícil lectura. No terminamos de comprender que no es el hecho en si de lo que se nos narra sino la imagen que se nos quiere ofrecer. Como se habla de un administrador, de unos bienes no bien administrados, de un dueño que pide cuentas nos quedamos en esa materialidad de lo que se nos cuenta y no vamos más allá. Por eso seguimos pensando que con injustas esas artes y mañas de las que se vale el administrador para no quedarse en la calle, y por eso aun más se nos hace incomprensible muchas veces la parábola cuando aquel amo felicita al administrador injusto por su astucia. No es la astucia en si misma para delinquir lo que se alaba sino el nuevo sentido que se le va a dar a aquellos bienes y riquezas.
Cuando escuchemos la parábola pongámonos nosotros en el lugar, si habla de un administrador, ¿por qué no pensar que somos nosotros ese administrador de esos bienes, o de cuanto Dios ha puesto en nuestras manos? Con otras parábolas entendemos que esos talentos, esos valores, esa riqueza de vida que está en nuestras manos son para que los negociemos, para que hagamos fructificar la vida. De lo contrario seriamos, es cierto, unos irresponsables. Pero ¿qué uso le damos a cuanto tenemos, a eso que hacemos fructificar con nuestro trabajo, solo para una satisfacción personal, para un beneficio propio o con eso que tenemos hemos de pensar en los demás?
El evangelio siempre tenemos que verlo en su conjunto y unos textos nos ayudan a comprender otros. Recordemos, por ejemplo, lo que Jesús le decía a aquel joven rico que viene preguntando qué hacer para heredar la vida eterna. El mensaje final es ‘vende cuanto tienes, compártelo con los pobres y tendrás un tesoro en el cielo’. ¿No podríamos ver aquí la astucia de aquel administrador que usando de aquellos bienes que tiene que administrar está guardando un tesoro en el cielo? Es cierto que las palabras de la parábola pueden darnos la impresión de una intención egoísta e interesada, para tener luego quien le acoja cuando se quede sin nada, que dice la parábola.
Por eso sentenciará Jesús  ‘Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas’. En consonancia perfecta con lo que nos dice Jesús en otros momentos del evangelio. Es el sentido y valor que le hemos de dar a lo que tenemos que nunca nos puede encerrar de forma egoísta en nosotros mismos.
Por eso nos hablará por una parte de esa fidelidad nuestra hasta en lo más pequeño, lo que nos puede parecer insignificante, o como son cosas materiales pensamos que tiene poco o menos valor. Esos bienes que poseemos se pueden convertir, es cierto, en una cosa injusta por decirlo de alguna manera, pero depende de cómo los utilicemos, depende del mal uso que nosotros hagamos de ello, o del egoísmo o del desprendimiento con que vivamos la vida y la posesión de las cosas.
Pero ahí también tenemos que ser fieles, porque además no es nuestra riqueza, sino la riqueza también de nuestro mundo y con lo que hagamos de esos bienes podemos hacer que nuestro mundo sea más injusto – por tantas diferencias y desigualdades – o pueda ser mejor porque pueda ser una fuente de vida y de riqueza para los demás. Si no hago fructificar de buena manera lo que tengo no generaré esa riqueza que pueda beneficiar a los demás con su propio trabajo.
¿Qué hacemos de nuestros bienes y nuestras riquezas? Nos preguntábamos al principio. Espero que con esta reflexión seamos capaces de abrir no solo nuestra mente, sino también nuestro corazón para que no tengamos unos bolsillos cerrados. Entendemos.


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