Un anuncio de la Buena Nueva de Jesús del que no nos podemos
desentender sino que realicemos con todos los medios a nuestro alcance
Esdras 9, 5-9; Sal.: Tb, 13,2.3-4.6; Lucas 9,1-6
‘Jesús
reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y
para curar enfermedades… Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en
aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes…’
Anunciando
el evangelio, la Buena Nueva de Jesús, la Buena Nueva de que con Jesús llegaba
el Reino de Dios. Lo que Jesús había comenzado anunciando también por los
caminos y los pueblos de Galilea. Lo que sigue siendo el anuncio que hemos de
seguir haciendo por los caminos del mundo.
Anunciando
el evangelio y realizando los signos del Reino de Dios. Decir que llega el
Reino de Dios es decir que vamos venciendo el mal, porque solo Dios es nuestro
Señor. Y con Dios resplandece la luz, con Dios resplandece el bien y el amor,
con Dios se vence todo mal. En el lenguaje del evangelio se curan las
enfermedades, ha de desaparecer todo lo que produzca dolor al hombre.
Mucho es
el mal que daña el corazón del hombre; la enfermedad es una imagen de ello,
pero bien sabemos que no solo es ese mal físico de la falta de salud o de las
imposibilidades o discapacidades que tengamos en nuestro cuerpo; hay un mal más
profundo que daña el corazón del hombre, el corazón de toda persona y es el que
también tenemos que eliminar. Lo llamamos pecado porque todo lo que dañe al
hombre rompe nuestra amistad y nuestra armonía con Dios. Dios siempre quiere el
bien del hombre y en nuestras manos está el que logremos ese bien venciendo
todo lo que sea desamor, venciendo nuestros egoísmos y nuestros odios,
venciendo la maldad que se nos mete en el corazón tantas veces y nos hace
injustos y malvados, venciendo todo lo que rompe esa armonía de la humanidad y
de la creación.
Cuando
hoy en el evangelio escuchamos que Jesús ha elegido el grupo de los doce
y los manda con autoridad a expulsar demonios y a curar toda enfermedad
anunciando el Reino de Dios, sentimos que esa es también nuestra tarea y
nuestro compromiso, la tarea y el compromiso de la Iglesia y de cada uno de los
cristianos. Anunciamos la buena nueva de Jesús pero lo hacemos dando señales
del Reino de Dios.
Las señales han de aparecer primero que
nada en nuestra propia vida porque nos sentimos liberados de todo mal, porque
en nosotros no han de aparecer ya de ninguna manera esos signos del mal porque
ya nuestra vida resplandece por el amor. Lejos de nosotros el egoísmo y la
maldad, lejos de nosotros toda señal de maldad en nuestro corazón y toda
hipocresía, lejos de nosotros las vanidades que nos hacen sentirnos orgullosos poniéndonos
por encima de los demás, lejos de nosotros la insolidaridad y la mentira, lejos
de nosotros la autosuficiencia y la despreocupación por los demás.
Pero ese es el mensaje que llevamos a
los demás con nuestro compromiso con nuestra lucha por la justicia, por nuestro
trabajo por la paz y por un mundo más solidario, por nuestra cercanía a todos
los que sufren sintiendo como nuestros los sufrimientos de los demás, por
querer aliviar todo sufrimiento y todo dolor, por nuestra búsqueda del bien y
de lo que sea siempre la unidad entre todos tendiendo puentes que nos acerquen
los unos a los otros. Estaremos así curando enfermos y expulsado demonios,
porque estaremos trabajando así seriamente por hacer un mundo mejor al que
nosotros queremos llamar el Reino de Dios.
Una tarea de la que no nos podemos
desentender, con la que tenemos que sentirnos comprometidos, con la que estamos
en verdad proclamando nuestra fe, con la que estaremos gritando al mundo que el
evangelio de Jesús será siempre el camino seguro de salvación para todos. Es el
anuncio del Evangelio que tenemos que realizar por todos los medios que estén a
nuestro alcance.
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