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lunes, 23 de septiembre de 2019

No ocultemos la luz de nuestra fe porque el evangelio sigue siendo una necesaria luz que dé brillo a nuestro mundo


No ocultemos la luz de nuestra fe porque el evangelio sigue siendo una necesaria luz que dé brillo a nuestro mundo

Esdras 1,1-6; Sal 125; Lucas 8,16-18
Ya sabemos que hoy cuando se trata de iluminación hay mucha imaginación en quien está encargado de realizarla; se hacen juegos de luces maravillosos tratando de resaltar aquello que consideramos más importante, lo que puede conllevar un mensaje, se utiliza con frecuencia una iluminación indirecta y no siempre quizá vemos la lámpara o foco que produce tal iluminación. Ocultaremos la lámpara quizás pero buscamos la mejor iluminación; ocultar la lámpara no significa taparla para que no dé luz, sino quizá producir mejor iluminación según lo que pretendamos conseguir o resaltar. La luz, por supuesto, es para iluminar, no para producir oscuridad.
Así la vida, hay personas que son muy luminosas porque cuanto le vemos hacer sentimos en nosotros un estímulo interior quizá para imitarle en sus valores y virtudes o para despertar en nosotros cuanto de bueno llevamos en nuestro corazón para tratar también de iluminar ese mundo en el que vivimos, muchas veces tan lleno de oscuridades. 
Ser luminoso en la vida no es pretender ir por delante con nuestros orgullos para que vean lo bueno que somos o las cosas buenas que hacemos para recibir el aplauso. Hacemos lo que hacemos, vivimos nuestros valores y nuestras virtudes con sencillez y quizá así de forma indirecta sin tener que decirlo de palabra estimulamos a los demás.
Esa sencillez y humildad con que vivimos la vida no nos tiene que hacer ocultar aquello bueno que hacemos, no buscamos el aplauso, pero sí queremos siempre poner luz en la vida, despertar lo bueno que cada uno lleva en su corazón para que salga a flote y así entre todos hagamos un mundo más brillante, más luminoso porque entre lo bueno que hacemos todos haremos que todos podamos ser un poco más felices.
No serán necesarios grandes focos que llamen la atención sino esos gestos humildes y sencillos de amor y cercanía que podamos tener con los demás, esa responsabilidad con que vivimos la vida y aquellas cosas que se nos han confiado calladamente sin hacer alardes pero nunca abandonando esa responsabilidad que tenemos. Eso bueno que vivimos, esa responsabilidad con que vivimos la vida, aunque parezca oculto, saldrá a flote, iluminará aunque sea de forma indirecta, como decíamos antes, a los que están a nuestro lado y algún día se darán cuenta de la luz.
De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio cuando no dice que la luz no se puede poner en un lugar oculto para que no ilumine, no se puede tapar, como dice El, no se puede meter debajo de la cama o de la mesa. Y esto atañe también a todo lo que es la vivencia de nuestra fe. El mundo necesita de esa luz pero desgraciadamente los cristianos no damos toda la luz que tendríamos que dar, es más, muchas veces parece que hay cristianos que quieren ocultar esa luz, como si les diera vergüenza llevar esa luz de la fe en sus vidas.  No hemos sabido ser valientes para manifestar esa luz, para expresar valientemente nuestra fe con nuestro estilo de vida y también cuando sea necesario con nuestras palabras. Es un testimonio valiente que tenemos que saber dar.
Así nuestro mundo ha ido perdiendo su brillo, no se tienen en cuenta ya lo que son nuestros valores cristianos, muchas veces nos encontramos un mundo adverso que rechaza esa fe, quizá porque el testimonio que les hemos dado no ha sido del todo convincente porque no ha habido verdadera congruencia en nuestras vidas. Mucho tenemos que revisarnos los cristianos de cómo damos ese testimonio, si nuestras vidas son verdaderamente luz para los demás, o si acaso alguna vez lo ocultamos o el testimonio es negativo por su incongruencia.
Que brillen nuestras buenas obras para que todos lo hombres puedan dar gloria al Padre del cielo, como nos dice Jesús en otro momento del Evangelio.

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