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viernes, 30 de marzo de 2018

Quiero hoy ponerme al pie de la cruz para bajar del Calvario hecho ahora un hombre nuevo para el amor con el compromiso también de hacer un mundo nuevo muy lleno de amor


Quiero hoy ponerme al pie de la cruz para bajar del Calvario hecho ahora un hombre nuevo para el amor con el compromiso también de hacer un mundo nuevo muy lleno de amor

Isaías 52, 13-53, 12; Sal 30; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; Juan 18, 1 - 19, 42

Quiero hoy ponerme al pie de la cruz. No es fácil. No es fácil subir hasta el calvario sobre todo si tenemos que ir cargando también con nuestra cruz. No es fácil ponerse ante la cruz si hay algo de sensibilidad en el corazón. Es signo de suplicio, de tormento, de sufrimiento, de muerte. Nos duele enfrentarnos con el dolor. Quisiéramos mirar para otro lado. No nos gusta ver sufrir a nadie. Se nos revuelven las entrañas. Queremos no tener que enfrentarnos a esa situación.
Pero aquí estamos ante la cruz que no es una cruz cualquiera. Estamos ante la cruz en la que muere Jesús. Llegar hasta lo alto del calvario siguiendo sus pasos nos ha costado también sufrimiento por ver tanto dolor, tanta ignominia, tanta violencia, tantas traiciones y negaciones. Sabemos bien todo lo que hubo detrás de la pasión de Jesús en quienes maquinaban su muerte, en quienes buscaban delaciones, en quienes se aprovecharon de las cobardías o de las ambiciones de algunos. Cuando somos conscientes de todo eso se nos revuelve el corazón y quisiéramos rebelarnos.
Aquí en silencio ante la cruz da tiempo para pensar mucho, para meditar mucho, para repasar también nuestra vida. Y el silencio que ahora nos envuelve quizás nos recuerdes nuestros silencios por cobardía cuando no supimos dar la cara; podíamos haber hecho y no hicimos; pudimos defender a quien se veía oprimido y quizás volvimos el rostro para decir que no nos enterábamos; preferimos nuestras comodidades antes de complicarnos la vida.
El silencio al pie de la cruz nos da para pensar mucho. Nos hace pasar la vida ante los ojos de nuestro corazón como una película y nos damos cuenta de cuantas veces negamos también; prometíamos y no sabíamos lo que prometíamos o pronto lo olvidábamos. Podía más en nosotros la pasión o la ambición; podía más en nosotros aquel momento en que queríamos pasarlo bien a costa de lo que fuera; podía más en nosotros el hacernos los olvidadizos de nuestros compromisos dejando quizá para otro momento – ya habrá tiempo nos decíamos –, un momento que nunca llegaba para cumplir con unas responsabilidades que un día habíamos asumido; podían más tantas cosas en nuestra vida y seguíamos bajando por la pendiente de las negaciones o de las traiciones.
Aquí seguimos en silencio ante la cruz de Jesús. Traspasado por tantas violencias que como había dicho el profeta ya no parecía que tuviera figura humana. Nos es fácil decir que si los guardias del templo que se lo pasaron bien aquella noche en el patio de Caifás, que si los soldados en el Pretorio con sus escarnios y sus burlas después de haberlo azotado y coronado de espinas; que si el camino del calvario bajo el peso de la cruz y arrastrado por los verdugos que querían llegar pronto a la cima para dejarlo allí traspasado por los clavos…
Pero ¿serán solo esas las violencias que sufre Jesús en la cruz del Gólgota? Un día nos dijo que todo lo que le hiciéramos de bien o de mal a cualquiera de los otros a El se lo estábamos haciendo. Y pienso en este silencio en tantas violencias que nos envuelven en la vida, me envuelven también en mi vida. Reacciones airadas, palabras hirientes, momentos llenos de orgullo que se convirtieron en desprecio de los demás, omisiones de socorro o de ayuda a los que nos tendían la mano pidiéndonos un pedazo de pan, soledades que no supimos compartir con tantos que pasaban el frío del desamor… son violencias que nos envuelven, son violencias que hacen daño, son violencias que llevan a Jesús también hasta la cruz.
Este silencio al pie de la cruz de Jesús da para pensar tantas cosas. Nos sentimos abrumados, sentimos la culpa sobre nuestra conciencia, nos parece que no merecemos tener ningún perdón, pero estamos escuchando una palabra de Jesús. Una palabra que ofrece perdón y hasta nos quiere disculpar. No saben lo que hacen. Levantamos nuestros ojos hasta donde está Jesús traspasado en la cruz y a pesar de tantas oscuridades parece que está comenzándonos a llegar un rayo de luz y de esperanza a nuestro corazón.
La mirada de Jesús es una mirada que nos quiere envolver en la paz. El rostro sereno de Jesús en medio de todo el tormento de la cruz parece que nos quiere hablar de amor y de misericordia. No estamos contemplando a un vencido sino a un vencedor. Con su mirada nos está diciendo que nos levantemos, que podemos levantarnos; como a aquellos inválidos del evangelio nos dice que nos levantemos y comencemos a caminar de nuevo.
No es tiempo de amarguras sino de esperanza; nos es tiempo para hundirnos sino para levantarnos triunfadores porque la muerte de Jesús en la cruz no es un fracaso sino una victoria; victoria sobre la muerte, sobre la oscuridad, sobre el odio y el desamor; es la victoria de la vida, es la victoria del amor. Aunque todavía nos parece que siguen envolviendo las tinieblas sabemos que pronta está la victoria de la resurrección. Es tiempo de pascua, es tiempo del paso salvador de Dios sobre nuestra vida que nos trae el perdón, que nos hará caminar en una vida nueva.
Quiere Jesús que estemos de pie junto a su cruz. Como lo estuvo María, que en medio de tanto dolor de madre no le faltó nunca la esperanza; nos la da como madre, como la madre que nos va a acompañar en nuestro camino para ayudarnos a levantarnos, ayudarnos a caminar por esos caminos nuevos donde haremos desaparecer las violencias y el desamor que tantas veces ha envuelto nuestra vida.
Ella nos va a decir también que confiemos, que cuando Jesús entregue su espíritu al Padre a nosotros nos estará dando la fuerza de su Espíritu para que podamos emprender ese camino nuevo de resurrección en nuestra vida. Es lo que tenemos que emprender. Es la manera cómo bajaremos del Calvario, de estar junto a la cruz de Jesús, pero hechos ahora unos hombres nuevos para el amor con el compromiso también de hacer un mundo nuevo muy lleno de amor.



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