Es la
hora en que encontremos un sentido para la vida en la entrega de Jesús y
aprendamos a ceñirnos la toalla para amar y entregarnos como Jesús
Éxodo 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Corintios 11, 23-26; Juan
13, 1-15
‘Antes de la fiesta de
la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo… Estaban cenando, se levanta de la cena, se quita el manto y,
tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a
lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había
ceñido…’
Es la hora. Había llegado
su hora. Es la hora del amor, de la entrega, del dar la vida. Ahora todo son
signos; mañana lo veremos en la más hermosa entrega, ‘los amó hasta el
extremo’.
No son unos signos
cualesquiera. Cada detalle tiene un profundo significado. Ya es hermoso que
todo se realice en medio de una cena, una comida. Es fraternidad y comunión de
los que se sientan a una misma mesa. Es memoria y es celebración porque era la
cena pascual que recordaba el paso de Dios por su historia, por la historia del
pueblo de Israel, por la historia de cada uno. Es celebración porque tiene el
sabor del encuentro y de la despedida; es la última cena, así la llamamos
siempre.
Pero es celebración porque
es mucho más, aquella cena ha de prolongarse para siempre y cada vez que se
celebre será celebrar su presencia y su vida, su amor y su entrega. Pero es
celebración que es anuncio de futuro, tiene la trascendencia de la eternidad,
de las bodas eternas, de la pascua eterna junto a Dios para siempre.
Y es importante este primer
signo de la cena. Jesús se despojó de su manto pero se ciñó. El manto puede ser
abrigo y adorno, pero cuando se va a realizar algo grande no necesitamos el
manto, nos liberamos de él. Pero Jesús se ciñó, y en este caso una toalla. Se
ciñe el que se dispone a salir, el que va a comenzar un trabajo, el que va a
emprender algo grande. Por eso en otro momento nos dirá que estemos con la
cintura ceñida como los servidores que esperan a que su señor llegue para
servirle. Si están ceñidos es porque están despiertos, están vigilantes para el
servicio y para la entrega.
Y Jesús se ciño porque iba
a realizar algo inaudito. Inaudito era que quien era el señor se pusiera a
servir. Lavar los pies a los invitados era tarea de otros, de los servidores. ‘Me
llamáis el Maestro y el Señor y decís bien’, le dice Jesús. Pues si El que
es el Maestro y el Señor se ha puesto de servidor a lavar los pies nos está
diciendo lo que hemos de hacer.
Por eso ese gesto de Jesús
significa mucho, significa su entrega. Era inaudito lo que iba a pasar, que Jesús
fuera entregado a la muerte y una muerte de cruz. Pero es que no era que otros
lo entregaran, era El mismo el que se estaba entregando y eso sí que era
inaudito. Por eso es tan grande, tan importante este signo que realiza Jesús.
Se ciñó porque estaba
dispuesto, preparado para la entrega. ‘Habiendo amado a los suyos los amó
hasta el extremo’, ya nos había dicho el evangelista como prólogo a este
episodio. Todo lo que viene a continuación es una consecuencia. Juan no nos
hablará de la Eucaristía en la cena pascual, como lo hacen los otros
evangelistas, porque de alguna manera estaba ya incluido en este signo con el
que Jesús comienza la cena. Será como una continuidad. Quien así se entregaba
era para que nosotros tuviéramos vida. Cuando vamos a comer a Jesús en la
Eucaristía estamos comiéndole en su entrega, porque así queremos entrar en
comunión con El, con su amor para vivir en su mismo amor.
Más adelante en la cena nos
dirá que nos deja un solo mandamiento. Nos dirá que tenemos que amar con un
amor como el que El nos amó. Ese será nuestro distintivo. Pero el distintivo
está en lo profundo; no es cuestión de palabras bonitas que nos digamos los
unos a los otros; no es solo unos gestos esporádicos que hagamos en un momento
de entusiasmo o de fervor. Tiene que ser el sentido de la vida, tiene que ser
nuestro vivir. Y nuestro vivir es en la misma entrega de Jesús.
Tenemos que aprender a
ceñirnos como Jesús para estar siempre dispuestos; siempre vigilantes para ir allí
donde se necesita que pongamos amor. Y aunque hoy en nuestro mundo es quizá la
palabra mas repetida, sin embargo bien sabemos que es el ansia mas profundo que
sienten los hombres y mujeres a nuestro lado. Habrá muchas palabras de amor
pero hay muchas ansias de amor, porque no siempre todos se sienten queridos,
acompañados. Muchas soledades con hambre de amor podemos descubrir en nuestro
entorno.
Vivimos en un mundo de
muchas comunicaciones, pero también de muchas soledades. Buscamos y no sabemos
como ni donde. Y entonces queremos satisfacernos con superficialidades, con
muchas banalidades de la vida, con amores efímeros que no son el verdadero
amor. Recorramos las redes sociales y si nos fijamos bien detrás de muchas
cosas que se dicen o se comunican hay muchas soledades que no han encontrado un
verdadero sentido para sus vidas. Y porque no hay una comunicación profunda los
encuentros son efímeros, las amistades pronto se acaban, aparecen las huidas
por miedo al compromiso, las soledades perviven, las angustias siguen
ensombreciendo los corazones.
Nosotros los que creemos en
Jesús y en este día del Jueves Santo le vemos ceñirse para darse y entregarse
hemos de aprender de Jesús lo que es el amor verdadero y el amor que tenemos
entonces que comunicar a los demás. Hoy queremos entrar en comunión con Cristo
y por eso con tanta intensidad queremos vivir la Eucaristía para así llenarnos
de ese amor que nos lleve a los demás, que nos lleve a hacer un mundo donde de
verdad nos encontremos para ser más felices.
Comulgando a Cristo y
entrando en comunión con El rompamos los círculos cerrados para ir a un
encuentro verdadero con los demás. En Cristo tenemos el ejemplo, el estimulo y
la fuerza para realizar esa reconstrucción del amor en nuestro mundo.
Encontremos ese sentido en la entrega de Jesús y aprendamos a ceñirnos la
toalla para amar y entregarnos como Jesús.
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