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domingo, 22 de octubre de 2017

Cuando decimos ‘a Dios lo que es de Dios’ lo que estamos buscando es el bien de la persona porque la verdadera gloria de Dios es la felicidad del hombre

Cuando decimos ‘a Dios lo que es de Dios’ lo que estamos buscando es el bien de la persona porque la verdadera gloria de Dios es la felicidad del hombre

Isaías 45, 1. 4-6; Sal 95; 1Tesalonicenses 1, 1-5b; Mateo 22, 15-21

La lucha por la vida muchas veces se nos convierte en una lucha de poderes; nos gusta el poder, ansiamos el poder, queremos tener poder; es la autosuficiencia que nos nace dentro, pero es el deseo de estar por encima, de poder más, de imponer lo mío o mis ideas, es la búsqueda y satisfacción solo de mis intereses, es la manipulación que pueda realizar de la vida, de las personas, de las cosas.
Si en verdad la responsabilidad de la vida, o las responsabilidades que tenemos que ejercer desde el ser miembros de una sociedad o una comunidad las viéramos como un servicio no tendríamos esa lucha de intereses egoístas por la que en nuestro orgullo queremos ser más y hasta nos podemos convertir en manipuladores. Y el peligro está en como en nuestras luchas hacemos una mezcolanza de cosas utilizando lo que sea para conseguir nuestros fines.
Y en nuestras luchas envolvemos a los otros y hasta podemos complicarles la vida. Queremos atraerlos a nuestro ámbito y queremos ser los que predominemos. Puede ser el poder a grandes niveles en cargos de gran responsabilidad, pero puede ser en ese ámbito más pequeño o más cercano en el que nos movemos, en la familia quizás, en el trabajo, con las personas que convivimos, con nuestros vecinos y con nuestros amigos.
Es cierto que no todos actúan así y muchos han comprendido bien lo que es el sentido de su responsabilidad y al sentirse miembros de un ente social quieren en verdad prestar los mejores servicios. Pero lo dicho anteriormente va como una llamada de atención ante los peligros en los que todos podemos caer y arrastrar a los demás.
Algo así podemos apreciar hoy en el evangelio en el entorno de Jesús en el que quieren envolverle a él también en sus intereses o acaso como no pueden buscan la forma de desprestigiar para quitarlo de en medio. Es una táctica que observamos también en el entorno de nuestra sociedad y nos tendría que hacer pensar.
No les convencía a ciertos sectores de la sociedad judía lo que Jesús les hablaba del Reino de Dios y la manera en que se los presentaba. En ese estilo nuevo de Jesús ellos no podían entrar para hacer sus manipulaciones. La imagen del Mesías con que Jesús se presentaba no era lo que ellos esperaban y estaban deseando. Les desconciertan las palabras y el mensaje de Jesús. Ya les había sucedido también a los discípulos más cercanos que discutían entre ellos por los primeros puestos o se valían también de sus artimañas humanas para lograr en sus sueños esas cotas de poder. ¿Seguirán siendo así entre los discípulos de Jesús hoy? Una pregunta que nos haría revisar muchas cosas también quizás en el seno de la Iglesia.
Pero vayamos a lo que nos cuenta el evangelio. Repetidamente vienen con preguntas capciosas tratando de coger a Jesús en algo que lo pudiera desprestigiar. Sumos sacerdotes y ancianos del sanedrín, fariseos y saduceos, los partidarios de Herodes o los Zelotas, cada uno por su lado quizás luchaba por su cuota de poder. Pero Jesús venía desmontándoles muchas cosas. No pueden con él con la interpretación de los mandamientos principales de la ley lo que irrita a maestros de la ley y fariseos, no podrán cogerle aprovechándose de las palabras estrictas de la ley para hacer que Jesús también condene cuando tanto hablaba de misericordia y de perdón (ahí está el caso de la mujer adultera que no pueden apedrear), no terminan de aceptar lo que Jesús les habla de la pureza interior que es la verdadera y que no podemos andar como sepulcros blanqueados apoyándonos solo en apariencias…
Ahora se valdrán de los partidarios de Herodes que se niegan a pagar los tributos que les imponen los romanos. Y es la cuestión que le plantean. ¿Es licito pagar el impuesto al César o no? Claro que entran con palabras capciosas alabando la sinceridad de Jesús y cómo no se casa con nadie ni se deja manipular; nuestras estrategias… con la moneda de curso legal que todos llevan en sus bolsas Jesús les desmonta la pregunta. ¿Es la imagen del Cesar? Pues como son dineros del César de él tenéis que depender. Pero lo que es de Dios hay que dárselo a Dios.
Mucho quiere decirles Jesús con esta respuesta que no es una simple salida diplomática, digamos así. ¿Qué es lo que quiere Dios de nosotros? ¿Qué nos pide? Si nos fijamos en sus mandamientos nos daremos cuenta que la gloria de Dios es el bien del hombre. En la sublimidad del evangelio de Jesús todo lo resumiremos en una palabra, el amor. Pero fijémonos bien que ese amor es respeto por el hombre, es valoración de la persona, es sinceridad de vida, es búsqueda del bien para todo hombre, es esa pureza interior que nos hace tratar siempre sin maldad ni malicia a los que están a nuestro lado, es esa rectitud de vida que busca siempre lo bueno, es esa cercanía a la persona, a toda persona que nunca lo manipulará sino que siempre le ofrecerá lo mejor de si mismo. No otra cosa nos piden los mandamientos del Señor.
Cuando vamos haciendo todo esto estamos buscando la gloria de Dios que es el bien del hombre. Para eso nos ha creado, nos ha dado la vida y ha puesto el mundo en nuestras manos. Y ese mundo no es nuestro, es una criatura de Dios pero que está al servicio de todo hombre, de todos los hombres. No podemos acaparar, no nos lo podemos coger para nosotros solos, no podemos adueñarnos de la vida de nada ni de nadie. En nuestro corazón siempre tienen que sonar los sones de la solidaridad y de la justicia. Son los caminos nuevos que nos ofrece el evangelio. Todo en nosotros ha de ser siempre servicio, porque es ahí donde de verdad nos engrandecemos. Esa es la mayor gloria del hombre.
Qué lejos quedan entonces aquellas ansias de poder y de grandezas humanas, que lejos de nosotros la manipulación y el acapararlo todo para nosotros solos, que lejos quedan aquellos pedestales en los que en nuestro orgullo queríamos subirnos. Es el estilo nuevo del Reino de Dios. El es nuestro único Señor y su gloria será siempre el que busquemos el bien del hombre, de la persona, haciendo entre todos un mundo mejor.


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