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sábado, 3 de junio de 2017

Escuchar a Jesús allá en lo más hondo de nosotros mismos y seguirle, hacer lo que El nos pida para descubrir esos caminos nuevos que se pueden abrir delante de nosotros

Escuchar a Jesús allá en lo más hondo de nosotros mismos y seguirle, hacer lo que El nos pida para descubrir esos caminos nuevos que se pueden abrir delante de nosotros

Hechos 28,16-20.30-31; Sal 10; Juan 21, 20-25
¿Qué será de esta persona en el futuro? Algunas veces pensamos o nos preguntamos, ya sea de personas a las que apreciamos, ya sea de un niño que comienza sus primeros pasos en la vida, ya sea de un adolescente que le vemos abrirse a la vida lleno de incertidumbres, de interrogantes y también de ilusiones. Nos gustaría vislumbrar su futuro, desearíamos estar a su lado o tenerlo con nosotros si son personas que apreciamos, nos preocupamos por los palos que pueda recibir en el futuro, pues todos tenemos o tendremos momentos oscuros o de dificultades. Pueden ser inquietudes e interrogantes que se nos planteen en el corazón. Quizá somos mayores y tenemos hecho nuestro recorrido, o todavía se nos están abriendo puertas de ilusión con cosas por realizar, y en la incertidumbre de nuestro propio futuro podemos pensar también en el futuro de aquellos a los que apreciamos deseando siempre lo mejor.
¿Estaría pensando en algo de todo esto Pedro en aquellos momentos? El estaba viviendo una experiencia muy singular porque sentía el amor de su Maestro y la confianza que seguía poniendo en él, así como el amor que él le tenía a Jesús. Se le había confiado en esos momentos de nuevo, a pesar de sus debilidades en los momentos de la pasión de Jesús, el primado de ser el pastor de aquel nuevo rebaño que nacía y que Jesús ponía en sus manos. ‘Pastorea mis corderos, pastorea mis ovejas…’ le había repetido Jesús a quien un día le había dicho que iba a ser piedra sobre la que se fundamentara su Iglesia. Habría de mantenerse firme para confirmar en la fe a sus hermanos y una hermosa tarea tenia por delante.
Pero allí cerca estaba Juan, el discípulo que todos reconocían que era muy querido por Jesús, aquel apóstol que con Pedro había vivido especiales experiencias de la vida de Jesús, aquel que desde los primeros momentos había querido ponerse en camino detrás de Jesús preguntándose por su vida, preguntando donde vivía, aquel que un día había escuchado también la voz de Jesús que le invitaba a ser pescador de nuevos mares y había dejado la pesca, las redes, la barca, a su padre y a su familia para seguir a Jesús, aquel que hace unos momentos fue el primero en reconocer la presencia de Jesús allá en la orilla cuando todos en aquel clarear de la mañana no lo habían reconocido pero habían hecho lo que les había pedido de echar las redes por el otro lado de la barca. ¿Qué iba a ser de él?
Es lo que Pedro se preguntaba. ¿Iba a seguir unos pasos semejantes a los que a él se le anunciaban? Ya Jesús a Pedro le había anunciado también lo que habría de ser su muerto, pues llegaría en que ya no ceñiría por si mismo sino que otro lo ceñiría. ¿A Juan le iban a suceder cosas semejantes?
Es bueno preocuparse por los otros, preocuparse por Juan, le viene a decir Jesús, pero tú lo que tienes que hacer ahora es seguirme. Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme’. Lo importante ahora es seguir a Jesús. Son los pasos que cada uno de nosotros tenemos que seguir dando. Tendremos, sí, que ayudar a los demás y preocuparnos por ellos, porque eso entra dentro de los caminos del amor que hemos de vivir, pero preocupémonos de seguir con fidelidad al Señor.
Escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos y seguirle, hacer lo que El nos pida. Tendremos quizás que seguir dejando a un lado nuestras propias redes y nuestras propias barcas, lo que nosotros pensábamos que era nuestro o que era nuestro camino, para descubrir esos caminos nuevos que se pueden abrir delante de nosotros. Tú, sígueme, también le estamos oyendo decir a Jesús. 

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