El reconocimiento de cuanto recibimos nos hace agradecidos y nos llena de
satisfacciones hondas
2Reyes 5, 14-17; Sal 97; 2Timoteo 2,
8-13; Lucas 17, 11-19
Quien sabe dar gracias sabe
encontrar la verdadera razón de su felicidad. Podría parecer lo más natural del
mundo el que seamos capaces de dar gracias cuando hemos recibido un favor. Se
suele decir que es de la más elemental educación. Así lo tratamos de enseñar a
los niños desde lo más pequeño. ‘¿Qué es lo que se dice, niño? Se dice,
gracias’. Así lo enseñamos, pero no sé si luego en la vida eso lo hacemos
también de la forma más espontánea y natural.
Dar gracias significa reconocer;
reconocer que sin que nosotros lo mereciéramos recibimos algo gratuito de
alguien; reconocer quizá nuestras carencias, nuestras deficiencias, nuestra
pobreza; y reconocer no es solo una palabra, tendrá que ser una actitud más
profunda, que quizá necesite de nuestra parte humildad. No será necesario quizá
prodigarnos en alabanzas, pero si es dar constancia del buen corazón de la otra
persona, de su generosidad, de su altruismo, porque quien nos ha dado con
generosidad no lo hace buscando oscuras ganancias ni buscando el
reconocimiento.
Es un entrar en un estilo de
convivencia hermoso, porque eso nos enseñará también a nosotros ser generosos y
no solamente por corresponder a aquella persona que nos haya favorecido, sino
porque nos damos cuenta de cuánto bien podemos hacer también nosotros a los
demás con nuestra generosidad y con nuestro altruismo. Y en una convivencia así
en la que gratuitamente compartimos los unos y los otros nos sentiremos
felices, estaremos en verdad haciendo un mundo mejor, un mundo más humano.
Cuando somos agradecidos ya no
miramos ni el color de la piel, ni su procedencia, ni la forma de ser o de
pensar de los otros porque estamos entrando un nuevo estilo y sentido de
humanidad. Yo estaré aprendiendo también a mirar con ojos nuevos a aquellos con
los que convivo y a los que prestaré mi solidaridad de una forma generosa.
Es una forma de romper barreras
para hacer el mundo mejor, porque desgraciadamente nos creamos demasiadas
barreras, ponemos muchas distancias, miramos mucho al otro con quien nos
encontramos porque nos hemos hecho desconfiados; y esas barreras y
desconfianzas nos encierran en nosotros mismos y el que se encierra en si mismo
por mucho que diga nunca será feliz del verdad. El egoísmo y la insolidaridad
no nos producen satisfacciones que alegren lo más profundo de nuestra vida.
Hoy el evangelio nos ha hablado
de aquellos diez leprosos que fueron curados por Jesús mientras iba camino de
Jerusalén. Quizá me haya extendido excesivamente en las consideraciones previas
al comentario de este hecho que nos narra el evangelio, pero creo que pueden
ayudarnos a captar bien el mensaje que se nos quiere trasmitir en el pasaje evangélico.
‘Jesus, maestro, ten
compasión de nosotros’ le
gritaban desde la lejanía de aquellas barreras que había impuesto la sociedad
con aquellos a los que se consideraban impuros. Jesús les envía a que vayan a
cumplir con lo prescrito por la ley cuando había de reconocerse que un leproso
estaba curado y podía volver a reintegrarse en el seno de su familia y de la
comunidad. Mientras iban de camino a presentarse a los sacerdotes uno de ellos
al verse curado se da la vuelta y se atreve ya a acercarse a Jesús. ‘Se
volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús
dándole gracias’.
Ha encontrado la salvación. ‘Tu
fe te ha salvado’, le dirá Jesús. La salvación no fue solo el sentirse
curado de la lepra, era algo mucho más profundo que se había producido en el corazón
de aquel hombre. Ahí está su fe, pero está su reconocimiento de donde le ha
venido la salvación. Alaba a Dios y da gracias a Jesús. No se ha curado por si
mismo, sino sabe que ha sido un don de Dios que se le ha manifestado en Jesús. Y ha sido capaz de venir a reconocerlo.
No sabemos nada de los otros que
cumplirían con lo prescrito por la ley y se reincorporarían a su vida normal,
pero ¿no se preguntaran si algo les había faltado porque no habían acudido a
quien les había curado para darle gracias? ¿No será algo que nos pasa a
nosotros en las ocasiones en que no fuimos capaces explícitamente de dar las
gracias a quien nos había beneficiado con algún favor?
Esta reflexión que nos hacemos
sobre este pasaje evangélico en el que podríamos fijarnos aún en muchos otros
detalles nos valga para analizar la actitud humilde y gozosa al mismo tiempo
que tendríamos que tener con nuestro agradecimiento a cuantos nos benefician
con su generosidad o simplemente haciendo algo a favor nuestro también desde su
profesionalidad.
Pero también ha de valernos para
interrogarnos cómo es nuestra acción de gracias a Dios cada día y cada minuto
de nuestra vida donde tanto recibimos de Dios. Qué fáciles somos para pedir a
Dios desde nuestras necesidades y nuestra pobreza y qué remisos somos a la hora
de la acción de gracias.
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