Comer
a Jesús que es llenarnos de su vida… es encontrar todo lo que verdaderamente
nos va a dar plenitud… vivir los valores nuevos del Reino… llenarnos de vida
para siempre
Hechos 8, 26-40; Sal 65; Juan
6,44-51
Todos queremos la vida; todos queremos vivir, y vivir de la mejor
forma, y que no se nos acabe la vida. ¿No es cierto que de algún modo temamos
la muerte? ¿No es cierto que todos deseamos una vida plena y feliz y que no se
acabe? Aunque luego muchas veces no seamos capaces de buscar lo que da verdadera
plenitud y felicidad; son las tentaciones que tenemos, y quizá nos apegamos a
lo que no es tan importante, lo que realmente no nos da una felicidad plena.
Pero deseamos en el fondo darle una verdadera trascendencia a nuestra vida,
tenemos ansias de algo que en verdad nos llene para siempre, cuando andamos en
medio de tantas cosas efímeras y caducas tras las que se nos va el corazón
aunque al final nos demos cuenta que eso no merecía la pena.
La fe levanta nuestro espíritu; la fe nos hace vislumbrar eso que da
verdadera plenitud al hombre; la fe le da alas al espíritu y nos hace soñar con
cosas grandes; la fe nos ayuda a descubrir que esos sueños son posibles, porque
pone metas altas en nuestra vida, nos hace encontrar los verdaderos valores que
en verdad nos llenen por dentro. No podemos ver la fe como algo que coarte
nuestra libertad, ponga límites a nuestra vida, sino todo lo contrario, porque
la fe nos abre a cosas grandes. La fe no son limitaciones, sino apertura a la
verdadera y más grandiosa libertad.
Es lo que nos ofrece Jesús. Pero tenemos que escucharle, saber
escucharle con un corazón liberado, con un corazón que sea capaz de soñar y de
abrirse a cosas grandes. Escucharle sin predisposiciones previas – valga la
redundancia – con una apertura grande a esa novedad que quiere ofrecernos Jesús
para nuestra vida. Muchas veces tenemos el peligro o la tentación de escuchar a
Jesús con ideas preconcebidas. Tenemos que abrirnos a lo nuevo y descubriremos
por qué caminos más hermosos nos hace transitar Jesús cuando en verdad ponemos
fe en El y en su palabra.
Una necesaria apertura y sabernos dejar guiar. Hoy nos ha dicho ‘Nadie
puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado’. Es el Espíritu
divino el que nos conducirá a Jesús y nos hará comprender bien las palabras de
Jesús. Y nos promete que cuando ponemos nuestra fe en El nos dará vida para siempre.
‘Y yo lo resucitaré el último día’.
Nos promete Jesús un alimento que nos haga tener esa vida para
siempre. No es un alimento cualquiera. Siguiendo con la comparación de lo que
antes los judíos le habían dicho que Moisés les había dado un pan del cielo
allá en el desierto, ahora les explica Jesús cual es ese verdadero pan del
cielo. ‘Yo soy el pan
de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es
el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el
pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre’.
El nos va a ofrecer ese pan de vida
y de vida eterna. El nos va a ofrecer el verdadero pan bajado del cielo que es
El mismo. ‘Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo para que el hombre
coma de él y no muera…’ les dice. ‘Y
el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo’. Tenemos que comer a Jesús y tendremos vida para
siempre. Comer a Jesús que es llenarnos de su vida; comer a Jesús que es
encontrar todo eso que verdaderamente nos va a dar plenitud; comer a Jesús que
es vivir esos valores que El nos enseña que constituyen el Reino de Dios; comer
a Jesús que es vivir su evangelio, esa Buena Nueva de salvación que nos anuncia
y nos regala; comer a Jesús nos llena de la vida que dura para siempre.
Cuando sacramentalmente comemos a
Jesús, comulgamos, es todo esto lo que estamos comiendo, comulgando, para
llenarnos de su vida, para vivir para siempre. Tendremos vida nosotros y
estaremos así también dando vida al mundo.
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