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domingo, 10 de abril de 2016

Que el colirio del amor cure nuestros ojos ciegos para descubrir y reconocer a Jesús y emprendamos caminos de verdadero amor y fidelidad

Que el colirio del amor cure nuestros ojos ciegos para descubrir y reconocer a Jesús y emprendamos caminos de verdadero amor y fidelidad

Hechos 5, 27b-32. 40b-41; Sal 29; Apocalipsis 5, 11-14; Juan 21, 1-19
Con los ojos del amor podremos en verdad descubrir y reconocer a Jesús; con un corazón lleno de amor podremos seguir con toda seguridad un camino de fidelidad a Jesús. Me vais a permitir que en esta doble frase resuma el mensaje que hoy nos ofrece el evangelio en este tercer domingo de pascua.
Muchas veces parece que a nosotros también se nos nubla el corazón y no sabemos reconocer lo que está delante de nuestros ojos, delante de nuestra vida. Les estaba pasando a los discípulos; parecía que aun no estuvieran totalmente convencidos de que el Señor hubiera resucitado. Desalentados quizá, cansados, agobiados por tantos acontecimientos que habían vivido, impactados por todo lo que había significado la pasión y muerte de Jesús en la cruz, todo se les volvía negro, parecía sentirse desestabilizados. Un grupo de ellos encabezados por Pedro deciden tomar de nuevo las barcas y las redes e irse a pescar. ‘Me voy a pescar… Vamos también nosotros contigo…’ Pero aquella noche no cogieron nada. Su trabajo resultaba infructuoso.
Estaba amaneciendo. En la orilla alguien les preguntaba si habían cogido algo; una pregunta que podría parecer habitual en los que en la mañana esperaban la pesca en la orilla. Pero aquel a quien no podían vislumbrar claramente en la orilla les señala donde han de echar la red para conseguir la pesca. Y la pesca fue abundante; quizá podrían recordar otra pesca milagrosa en otras circunstancias. Y se sienten sobrecogidos por lo extraordinario. Pero hay unos ojos que ven con una claridad especial. Es el discípulo amado el que le va a susurrar a Pedro que quien está en la orilla es Jesús. ‘Es el Señor’. El amor había sido el colirio que le había hecho ver con claridad y distinguir que allí estaba el Señor.
Ya conocemos la reacción de Pedro en el impulso del amor por estar lo más pronto posible con Jesús que le hace lanzarse al agua para llegar el primero, aunque en este caso dejara a los demás el arrastrar la red y llevar la barca hasta la orilla. Pero también en su corazón se había despertado el amor.
Más tarde Jesús le preguntará insistentemente por su amor. ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?’ Tú que has querido ser el primero en llegar hasta mis pies cuando me has reconocido desde la barca, tú que eran tan impulsivo que decías que estaba dispuesto a dar tu vida por mi, aunque yo te decía que tuvieras cuidado, que fueras fuerte, que vendría la tentación y me ibas a negar, tu el que no quería que yo sufriera y te negabas a aceptar mis anuncios de pasión y de pascua, tú siempre dispuesto a hablar el primero para confesar tu fe, para decir que no te podías marchar aunque no terminaras de entender bien mis palabras, porque yo tenía palabras de vida eterna, ‘¿me amas? ¿me amas más que estos?’
Y allí está Pedro porfiando su amor, aunque aquella triple pregunta de Jesús le produzca dolor en el alma porque recuerda sus debilidades; allí está Pedro porfiando su amor pero allí está Jesús que sigue confiando en él, porque en ese amor sabe que será fiel, sabe que llevará la nave a buen puerto porque ya no se fiará de si mismo sino del amor del Señor y de la presencia de su Espíritu, sabe que será buen pastor porque ha aprendido bien la lección. ‘Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’ le dirá una y otra vez Jesús.
¿No nos estará haciendo Jesús la misma pregunta a nosotros? ¿no nos estará preguntando por nuestro amor? Tantas veces también nos sentimos débiles; tantas veces se nos oscurecen los ojos y parece que nos sentimos solos y tenemos también la tentación del desaliento y del cansancio; tantas veces nos entran las dudas con lo que sufrimos o con lo que vemos sufrir a los que están a nuestro lado; tantas veces también nos sentimos inseguros, desorientados sin saber qué hacer, aturdidos por los problemas que podamos tener o por la situación que vemos en nuestro entorno; tantas veces no terminamos de entender bien por donde caminamos o por donde estamos llevando nuestro mundo y necesitamos encontrar una luz, encontrar algo que nos abra los ojos para discernir bien la situación que vivimos, necesitamos sentirnos seguros de que la Palabra de Jesús nos sigue siendo válida y necesaria para hacer que nuestra vida tenga sentido, para hacer que nuestro mundo sea mejor. Quizá tantas veces también nos volvemos a pescar en los oscuros mares donde no ha amanecido el Señor.
Que se despierte en nosotros el amor, porque nos sintamos amados, como Juan el discípulo amado, para saber descubrir esa presencia del Señor; que vuelva a arder de nuevo nuestro corazón en el amor y así nos sintamos impulsado cada vez con más fuerza para buscar a Jesús, para ir al encuentro con Jesús, para querer estar al lado de Jesús.
Que lavemos nuestros ojos con el colirio del amor para ver también donde podemos y donde tenemos que encontrar a Jesús porque también tenemos que saber descubrirle en los hombres y mujeres que nos rodean, en los hombres y mujeres que sufren a nuestro lado o pasan necesidad, o emigrantes o refugiados que han tenido que dejar sus casas y sus países buscando algo mejor para sus vidas. Miremos y seamos capaces de ver a Jesús que en ellos viene también a nuestro encuentro y nos está preguntando por nuestro amor. Y nuestra respuesta no pueden ser palabras sin más que digamos como aprendidas de memoria, sino que tienen que surgir de unos corazones que están convencidos de que ahí está el Señor esperando nuestro amor.
Mucho tiene que hacernos pensar el evangelio de este domingo. Es una pregunta muy honda que se nos hace a lo más profundo de nuestro corazón a ver si en él encontramos amor del verdadero. Seguro que el Señor sigue confiando en nosotros y en la respuesta de amor y de fidelidad que le vamos a dar.

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