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miércoles, 30 de marzo de 2016

En nuestros desalientos, en nuestros problemas, cuando parece que hemos perdido todas las esperanzas El está siempre ahí, viene a nuestro encuentro

En nuestros desalientos, en nuestros problemas, cuando parece que hemos perdido todas las esperanzas El está siempre ahí, viene a nuestro encuentro

Hechos 3,1-10; Sal 104; Lucas 24,13-35

Mala cosa es cuando nos entra el desaliento y parecen que se nos acaban las esperanzas. Aquello en lo que habíamos confiado parece que nos falla, las cosas no salen como nosotros hubiéramos querido, las ilusiones se pierden, nos parece andar desorientados, tenemos la tentación de la huida o de encerrarnos en nosotros mismos, o tirar todo por la borda.
Nos pasa en muchos aspectos humanos cuando una amistad nos falla, cuando vemos la incongruencia de los que están a nuestro lado, cuando vemos los derroteros por donde marcha la sociedad cuando quizá tantas esperanzas y esfuerzos habíamos puesto en proyectos que nos parecían que eran lo mejor pero  nos fallaron, o cuando nosotros mismos que habíamos puesto gran ilusión en algo que queríamos conseguir nos vimos débiles e incapaces de conseguirlo.
Nos puede pasar en el ámbito de nuestra fe y de nuestra vida religiosa. Nos sentimos débiles, quizá no encontramos la fuerza en un momento determinado para superar algunos problemas, apreciamos la indiferencia religiosa que nos rodea que nos suscitan interrogantes interiores, o cuando nosotros mismos nos hemos ido debilitando dejándonos arrastrar por el ambiente, la tibieza o los cansancios.
Me ha hecho pensar en todo esto que nos viene bien para examinar muchas cosas de nuestra vida lo que escuchamos hoy en el evangelio de aquellos dos discípulos que marchaban a Emaús, preocupados, desalentados y como si hubieran perdido todas las esperanzas. Era como un volverse a su vida de antes porque todo lo que habían vivido con ilusión ahora podría parecer un fracaso.
Tan ensimismados iban en sus preocupaciones y tristezas que no reconocieron al forastero que se les unía en su camino. Era el atardecer y quizá podríamos pensar que esa hora entre últimos resplandores y sombras hicieran que no reconocieran su rostro ni su voz aunque luego más tarde dijeran que algo raro sentían en su interior con su presencia y al escuchar sus palabras. Pero era un atardecer para ellos porque estaban dejando que muchas sombras se fueran adueñando de sus corazones.
‘¿Qué conversación es esa que traéis de camino? ¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido en Jerusalén estos días?’ Y se fue desarrollando el diálogo contando cómo habían perdido sus esperanzas. Les había dicho que resucitaría al tercer día – eran muy conscientes de sus anuncios – pero aun no le habían visto. Es cierto que unas mujeres que habían ido al sepulcro lo habían encontrado vacío y contaban de unas visiones de ángeles, pero para ellos eran cosas de mujeres visionarias.
Es cuando la Palabra de Jesús va penetrando en sus corazones. Les va explicando con detalle; les hace repasar todo lo anunciado por los profetas; les va haciendo comprender el sentido de todo aquello. ‘Era necesario que el Mesías padeciera…’
Tan entusiasmados están con la conversación que al llegar a Emaús y el forastero hiciera ademán de seguir adelante, ellos insisten para que se quede. Es tarde, anochece, los caminos son peligrosos, pero es que ellos quieren seguir estando con El aunque aun no le han reconocido.  ‘Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída’. Será al sentarse a la mesa y al partir el pan cuando se les abren los ojos. Era El. Es verdad que había resucitado. Les había salido al encuentro y por eso les ardía el corazón mientras les hablaba y les explicaba las Escrituras. Ahora ya no estaba allí, pero ellos se sentían reconfortados y con fuerzas para volver a Jerusalén sin temor a la noche. Llevaban ya con ellos la luz y la fuerza de su Espíritu para saltar todos los obstáculos y superar todos los peligros.
Tenemos que aprender a abrir nuestro corazón para dejar que Jesús llegue a nuestra vida. En nuestros desalientos, en nuestros problemas, cuando parece que hemos perdido todas las esperanzas El está siempre ahí, viene a nuestro encuentro, quiere hacerse sentir allá en lo más hondo de nosotros. Abramos las puertas de nuestro corazón. Nunca nos faltará su luz aunque todo a nuestro alrededor pareciera que nos fallara. Jesús siempre está con nosotros.

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