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viernes, 7 de agosto de 2015

La auténtica ganancia en valores es cuando sabemos perder para trabajar generosamente por los demás

La auténtica ganancia en valores es cuando sabemos perder para trabajar generosamente por los demás

Deuteronomio 4,32-40; Sal 76; Mateo 16,24-28
‘¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?’ Una pregunta que hace pensar; una pregunta que hizo cambiar el rumbo de la vida a muchos, de lo que brotarían muchas vidas santas.
Siempre decimos que tenemos que hacernos una escala de valores en la vida para darle mayor importancia y valor a lo que lo tiene. Claro que cada uno se hace su escala de valores; hay cosas a las que quizá tú das menos importancia, pero por las que otros serían capaces de dar la vida. Así, por supuesto, nos encontraremos con diversas opiniones o diversas maneras de entender la vida. Pero todos deberíamos tener bien claro cuál es nuestra propia escala de valores.
Hoy nos habla Jesús de perder la vida o de ganarla. Todos queremos ganarla, por supuesto, pero Jesús nos está diciendo que hemos de ser capaces de perderla para poderla ganar. Nos podría parecer un contrasentido. ¿Cómo perdiendo vamos a ganar? Hemos de entender muy bien lo que significa para Jesús perder la vida. No es gastarla de manera inútil, como cuando perdemos el tiempo porque no lo sabemos aprovechar. Pero el tiempo lo perdemos también cuando somos capaces de no hacer cosas que nos puedan reportar ganancias materiales a nosotros - eso llamaríamos perder porque no ganamos - pero sin embargo somos capaces de gastarlo por los demás. ¿Cuál sería la verdadera pérdida y la verdadera ganancia? Y es que tendríamos que decir que en todo lo que hacemos generosa y altruistamente por los demás significa en verdad una ganancia de las más auténticas.
Jesús nos está hablando de entregarnos, de darnos por amor. Es lo que El hizo. Va delante de nosotros dándonos ejemplo. Por eso hoy nos hablará que para seguirle a El tenemos que ser capaces de tomar la cruz, ser capaces de negarnos a nosotros mismos. ‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’.
Sin embargo fácilmente vamos obsesionados por la vida por alcanzar grandezas, influencias, honores, riquezas, poder. Queremos ponernos en un pedestal. Vemos en la vida cuántas luchas y cuántos esfuerzos por conseguir esos objetivos. Incluso en aquellas funciones en que se debería estar al servicio de la comunidad porque hayamos optamos por ese puesto o esa función porque tenemos una inquietud interior por hacer que nuestra sociedad, nuestro mundo sea mejor, sin embargo vemos cuántas veces solapadamente o también de manera abierta hay luchas por el poder, por las influencias de todo tipo, por las ganancias materiales.
Vemos cuanta corrupción de este tipo se nos va introduciendo en nuestra sociedad y en los que tendrían que ser nuestros dirigentes. La opción por el servicio cuesta porque es una cosa que hay que hacer de una forma desinteresada, y en nuestro corazón aparecen fácilmente las ambiciones y las vanidades de la vida. Cuánta vigilancia de si mismos han de tener los que quieren servir desinteresadamente a los demás en el servicio de la comunidad. Y es que seguimos queriendo ganarnos el mundo entero, pero, ¿en el fondo así no estaríamos arruinando nuestra propia vida?
Pensemos en lo que nos dice Jesús que nos vale para todas las situaciones de la vida.

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