Disponibilidad humilde para la misericordia en nuestro corazón que nos hace experimentar con mayor gozo la misericordia del Señor
Números
13,1-2.25; 14,1.26-30.34-35; Sal
105; Mateo
15,21-28
Aquella mujer era perseverante porque era una mujer de
una fe grande. Tenía toda la confianza en que iba a ser escuchada y eso le daba
perseverancia en su oración, en su petición aunque en principio no pareciera
ser atendida. Lo que la hacía ser una mujer humilde, como humildes son los que
se sienten pobres y necesitados. No son exigencias sino es confianza llena de
humildad. Se sentía pobre y no digna, pero sabía de quien se confiaba.
Cuánto tenemos que aprender de la mujer cananea. Tenía
una hija enferma y sabía que Jesús podía curarla. Pero sabía también cual era
la relación que había entre los judíos y los que no fueran tales. Aun así se
siente como el cachorrillo que está rondando bajo la mesa esperando que caiga
algo de las manos de sus amos. Es la humildad con que acude aquella mujer hasta
Jesús. Por eso insiste, persevera en su petición. Iba detrás gritando: ‘Ten
compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo’.
Hasta los discípulos se convierten en intercesores, aunque solo fuera por quitársela
de encima ante tantos lloros y gritos. Pero la fe de aquella mujer se ganará el
corazón de Cristo.
Nos recuerda la petición del centurión para que Jesús
cure a su criado. También es un pagano el que viene a pedirle a Jesús y en este
caso Jesús se ofrece para ir a su casa a curarlo. Pero con la petición y la
seguridad de ser escuchado está la humildad de aquel hombre que no se siente
digno de que Jesús entre en su casa. ‘Basta
una palabra tuya y mi criado quedará sano’, le dice a Jesús. Y Jesús
alabará también la fe aquel hombre como es el caso de la mujer cananea. ‘Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo
que deseas’.
Nosotros, podríamos decir, tenemos todavía muchos más
motivos de confianza para acudir a Jesús. Somos los hijos, los que hemos
experimentado en nuestra vida tantas veces el amor que el Señor nos tiene. Nos
da confianza, pero no nos ha de faltar la humildad. Nos acogemos a la
misericordia del Señor porque sabemos que somos pecadores e indignos. Queremos
aprender a llenar también nuestro corazón de misericordia para nosotros
alcanzar misericordia. Quien experimenta la misericordia en su vida está más
capacitado para tener misericordia con los demás; de la misma manera quien
tiene esa disponibilidad para la misericordia en su corazón podrá experimentar
con mayor gozo la misericordia que tienen con él.
Tenemos que ser capaces de llenar de estos sentimientos
el mundo en el que vivimos. Fácilmente nos hacemos duros e insensibles quizá
como consecuencia de la dureza de la vida misma; pero hemos de romper ese círculo
de insensibilidad y ser capaces de comenzar a poner ternura en nuestras mutuas
relaciones. Puede ser que muchas veces choquemos contra un muro de
insensibilidad, pero podemos socavarlo con nuestra ternura, con paciencia,
poniendo amor, no cansándonos en nuestra lucha porque sabemos que podemos
alcanzar la victoria. Es la tan necesaria perseverancia en aquello que
emprendamos en la vida.
Y todo esto lo hacemos movidos desde nuestra fe que es
capaz de mover montañas, como nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio.
Siempre con la humildad en el corazón como buen carril que nos conduzca a
conseguir nuestros buenos deseos.
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