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jueves, 6 de agosto de 2015

Contemplando la transfiguración del Señor nos sentimos igualmente transfigurados y con su luz queremos transfigurar nuestro mundo


Contemplando la transfiguración del Señor nos sentimos igualmente transfigurados y con su luz queremos transfigurar nuestro mundo

Daniel 7, 9-10. 13-14; Sal 96; 2Pedro 1, 16-19; Marcos 9, 2-10
Contemplamos hoy la transfiguración del Señor en el Tabor para nosotros sentirnos igualmente transfigurados y con esa luz transfiguremos nuestro mundo. Así vengo a resumir el sentido de esta fiesta que hoy celebramos. La experiencia de la transfiguración nos transfigura y es semilla de transfiguración para cuantos nos rodean. Y hemos de decir que si no llegamos a esto es porque nos falta intensidad en esa experiencia de transfiguración.
En la vida suele tener uno en momentos determinados experiencias muy fuertes que nos marcan y dejan huella en nosotros de manera que nuestra vida a partir de ese momento ya no es igual. Un accidente en el que nos hemos visto envueltos y que quizá puso en peligro nuestra vida, un acontecimiento impactante acaecido a nuestro lado o en las personas con quienes tenemos una especial relación, un momento de oscuridad y crisis que nos lo ha hecho pasar mal pero en el que luego se nos abrió una luz que lo cambió todo, el testimonio heroico de alguien a nuestro lado o del que hemos tenido noticias… cosas que nos suceden o que suceden en nuestro entorno y que se convierten en experiencias fuertes en nuestra vida. Fueron para nosotros un rayo de luz que nos hizo ver las cosas de otra manera y ya nuestra vida fue distinta.
Algo así les sucedió a Pedro, Santiago y Juan en lo alto del Tabor de manera que Pedro ya se quería quedar allí para siempre. ‘¡Qué bien se está aquí!’, y ya no quería bajar del Tabor. Jesús les había invitado a subir con El a aquella montaña alta en medio de las llanuras de Galilea. Cuando Jesús se iba a solas a estos sitios apartados es porque buscaba el lugar propicio para la oración y en momentos que iban a ser muy trascendentales en su existencia en medio de nosotros lo vemos que busca esos lugares y momentos para la oración.
Iban a emprender el camino de subida a Jerusalén y ya había comenzado a anunciarles a los discípulos lo que iba a significar aquella subida; era la subida para la Pascua, pero no iba a ser una pascua como la de todos los años en que se contentaban con recordar y celebrar aquella pascua de la salida de Egipto de sus padres. Iba a ser su Pascua, iba a ser el paso definitivo del Dios de la Salvación en medio de la historia de los hombres. Y aquella pascua iba a significar pasión y muerte, porque ya no sería el cordero sacrificado en recuerdo de la antigua pascua, sino que iba a ser la sangre definitiva derramada para la salvación de los hombres; habría pasión y habría cruz, habría muerte pero también se vislumbraba la luz de la resurrección.
Era la oración de Jesús, mientras sus discípulos como siempre andaban medio dormidos porque aun no habían aprendido a entrar en la intensidad de la oración de Jesús. Era la oración que transfiguraba a Jesús y de El emanaban todos los resplandores de su gloria. Aquel Jesús que iba a padecer estaba lleno de la gloria de Dios. ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’, era la voz que iban a oír los discípulos mientras ellos también se veían envueltos en la gloria del Señor como se veían todos envueltos en aquella nube que lo cubría todo. Y ellos sintieron sin terminar de comprenderlo del todo la gloria del Señor que les envolvía.
Era una experiencia nueva la que estaban viviendo. Se querían quedar en aquellos gozos y en medio de aquellos resplandores. Pero Jesús les dice que hay que bajar de la montaña, hay que volver a los caminos de la vida, pero ahora iluminados por aquellos resplandores; había que volver hasta los hombres sus hermanos para llevar aquella luz, para transformarlos también con la luz nueva, con lo vida nueva del evangelio que había de anunciar.
No sería ahora, sería más tarde, después que sucediera aquella pascua, después de la resurrección cuando tendrían que comenzar a hablar. Ellos no lo entienden pero acatan la palabra de Jesús. ¿No les había dicho la voz venida desde el cielo que habían de escuchar a Jesús? Es el camino nuevo de transfiguración que van a emprender.
Es lo que hoy nosotros queremos vivir. Tenemos que aprender a subir al Tabor de la oración para tener profundamente esa experiencia de Dios que nos transforme, que nos ilumine, que nos transfigure también a nosotros, que ahora nos ponga en camino para llevar esa luz, para hacer ese anuncio de pascua, para comenzar a transfigurar a nuestro mundo. Tras aquella experiencia los discípulos se sintieron marcados y de una manera especial escogidos y se lanzarían por el mundo hasta sus últimos confines para llevar ese anuncio de Buena Nueva, ese anuncio de salvación.
En esa experiencia fuerte de Dios que tiene que ser nuestra oración de cada día, que tiene que ser siempre nuestra celebración de la Eucaristía también nos sentimos fortalecidos con la fuerza del Espíritu para que se acaben nuestras dudas, para que desaparezcan nuestros miedos y cobardías, para que desterremos de nosotros todo tipo de complejos y temores, para que vayamos haciendo ese anuncio claro y valiente de Jesús y su salvación a nuestro mundo. Con nosotros está, a nosotros nos transfigura y a través de nosotros quiere que se transfigure nuestro mundo para hacerlo imagen del Reino de Dios.

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