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domingo, 14 de junio de 2015

Plantemos cada día esa buena semilla que transforme nuestro corazón inicio del Reino de Dios en nosotros y nuestro mundo

Plantemos cada día esa buena semilla que transforme nuestro corazón inicio del Reino de Dios en nosotros y nuestro mundo

Ezequiel 17, 22-24; Sal 91; 2Corintios 5, 6-10; Marcos 4, 26-34
Nos habla la Palabra de Dios de este domingo de un retoño, de un cogollo tierno de un cedro que se plantará en una montaña alta para que eche brotes y frutos y se haga un cedro noble donde aniden toda clase de aves; y nos habla por su parte el evangelio de la semilla echada a la tierra y que germinará y brotará hasta dar fruto o hasta convertirse en arbusto grande capaz de cobijar bajo sus ramos también a los pajarillos del cielo.
En uno y en otro caso algo pequeño e insignificante como un tierno cogollo o una pequeña semilla capaz de hacer que broten cosas grandes. ¿Dónde está su fuerza y su vitalidad? El agricultor ha puesto su esfuerzo y su trabajo pero ahora espera la cosecha; no ha sido una espera pasiva, puesto que él ha puesto su esfuerzo, pero ahora no dependerá simplemente de él conseguir el fruto que viene dado por algo que no comprende y que le trasciende.
Claro que Jesús y toda la Palabra de Dios que hemos escuchado nos está hablando de la fuerza del Espíritu del Señor que hará germinar en los corazones de los hombres esa buena semilla que ha sido plantada en nosotros cuando nos dejamos conducir. Nos está hablando de las maravillas del Señor que se manifiestan en lo pequeño y en lo que nos pueda parecer insignificante porque no es la fuerza de las cosas o las personas en sí mismas, sino que tenemos que saber descubrir la fuerza de la gracia del Señor que actúa en nosotros. Como cantaba María la que se llamaba a si misma la humilde esclava el Señor había hecho en ella cosas grandes.
Mucho nos enseñan estas parábolas que hoy escuchamos y muchas aplicaciones prácticas podemos sacar para nuestra vida de cada día en sus muchos aspectos. Y a todo esto nos está diciendo Jesús que el Reino de Dios es así, es semejante a lo que nos dice con estas parábolas. Ese Reino de Dios que ha de transformar nuestro mundo, presente ya entre nosotros aunque algunas veces no lo veamos, pero que va realizando su acción allá en lo más hondo del corazón del hombre, cuando dejamos actuar al Espíritu del Señor. Hablaba la parábola de la semilla que se entierra y que nadie ve como germina, y que hasta puede parecer un misterio todo lo que le sucede, pero de la que ha de brotar esa planta nueva que al final dará su fruto.
Creo que nos viene bien reflexionar sobre todo esto, y ya decía para los diversos aspectos de la vida. Todos queremos hacer que nuestro mundo sea mejor; todos queremos luchar por la justicia, por el bien de nuestra sociedad y muchas veces sentimos en nuestro interior la urgencia de que las cosas sucedan ya, se realice esa sociedad nueva y ese mundo nuevo, nos queremos sentir revolucionarios para obtenerlo. Esto en el ámbito de nuestra sociedad, y esto pensamos también como creyentes en el mismo seno de la Iglesia como cristianos.
Sentimos la tentación de hacernos revolucionarios, dar un golpe revolucionario de timón donde todo cambie de la noche a la mañana, algunas veces hasta parece que quisiéramos imponerlo. Pero, ¿cuáles serían los caminos de esa transformación? No será por el camino de la imposición. Ese camino aunque quizá nos pudiera parecer que es el más rápido y urgente para realizar las cosas seguro que nos llevaría al fracaso. No es imponiendo, sino transformando desde dentro, desde el corazón donde podemos hacer la verdadera transformación, el verdadero cambio para mejorar.
No porque impongamos las cosas por ley vamos a lograr cambiar a la fuerza las cosas. Lo vemos en el ámbito de la sociedad, cuantos nuevos mesías políticos van surgiendo continuamente pero que al final no llevan a nada, y al final ellos mismos son engullidos por la misma rutina de la sociedad. Esto nos llevaría a más amplias reflexiones sobre lo que sucede hoy en nuestra sociedad.
Y nos sucede en el ámbito de la Iglesia; quisiéramos en ocasiones arrasar con tantas cosas que nos parecen superfluas, superficiales, sin sentido, cargadas de rutina, de una religiosidad muy pobre. Pero, ¿por qué no tratamos de alimentar esa pequeñita llama, ese rescoldo que aún queda, esa pequeña ramita de algo bueno que todavía hay en muchos corazones y hacer que la acción de la gracia, de la fuerza del Espíritu vaya actuando en el interior de cada corazón? Como el retoño plantado de Ezequiel o la pequeña semilla de las parábolas.
Sí, todos los cristianos tenemos que vivir y anunciar el evangelio con toda radicalidad, pero no olvidemos que es el Espíritu del Señor el que actúa en nuestro interior. Algunas veces quizás nos hacemos oídos sordos a esa acción del Espíritu y por eso no se llega a realizar esa transformación que el Reino de Dios haría en nosotros y en nuestra sociedad. Seamos dóciles y no dejemos de vivir y de anunciar ese Reino que ha de transformar nuestros corazones. Vayamos plantando esa semilla de cada día. Los que seguís mi blogs veis que ese es el título que le doy, porque humildemente quiero poner cada día esa semilla. El Señor en su providencia algún día la hará fructificar.

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