Comer a Cristo, comer su cuerpo entregado nos hace unirnos a El para vivir su misma vida y su misma entrega
Hechos, 8, 26-40; Sal
65; Juan
6,44-51
‘Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna’. Para eso ha venido Jesús, para que
tengamos vida y vida en abundancia, para que tengamos vida eterna. Es
necesario, pues, poner toda nuestra fe en El.
Y Cristo se nos ofrece como pan de vida, como alimento
de nuestra vida. Recuerda una vez más lo que ya antes le habían dicho los judíos,
que en el desierto Moisés les dio pan del cielo, el maná, pero Jesús nos dice
que El es el verdadero pan bajado del cielo.
‘Éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre’. Comiéndole a El tendremos vida para siempre.
Por eso terminará diciéndonos: ‘Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo’. Cuando
comemos el pan de la Eucaristía no estamos comiendo simplemente pan, estamos
comiendo a Cristo; es su Cuerpo, es su Carne, es Cristo mismo que se nos da y
se nos entrega. Es lo que hizo Jesús en la última cena y que nosotros repetimos
en cada Eucaristía; tomando el pan les dijo ‘esto
es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros’.
Es su Cuerpo entregado, sacrificado para que nosotros
tengamos vida y vida en abundancia, porque por su muerte tenemos el perdón de
los pecados, pero tenemos más, porque tenemos la vida eterna, tenemos la vida
divina, la vida de Dios de la que nos hacemos partícipes. Por eso, como nos enseñaría
san Pablo, cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos
la muerte del Señor hasta que vuelva. Es lo que hacemos, lo que tenemos que
vivir con toda intensidad cada vez que celebramos la Eucaristía, cada vez que
participamos de la comunión de Cristo.
Comer a Cristo, comer su cuerpo entregado nos hace
unirnos a El para vivir su misma vida, pero para vivir también su misma
entrega. Cuando comemos a Cristo, cuando comulgamos nos hacemos partícipes del
Sacrificio de Cristo, pero uniéndonos nosotros también con nuestra propia vida
a su misma sacrificio. Comer a Cristo es entregarnos también nosotros viviendo
el sacrificio de Cristo con nuestra propia vida; ahí unimos nuestros
sacrificios, nuestras luchas, nuestros sufrimientos y nuestras alegrías, unimos
toda nuestra vida. Nada puede ser ajeno al sacrificio de Cristo.
De la misma manera que no vamos a la Eucaristía para
abstraernos de lo que es nuestra vida con sus luchas y con sus sufrimientos,
con sus problemas o sus alegrías, sino para en la Eucaristía encontrar fuerza
para vivir esa vida en plenitud. Y lo mejor que podemos hacer es nuestra
entrega, nuestra ofrenda hecha con amor porque en el ponemos toda nuestra fe. Y
el que cree en El tiene la vida eterna, como nos decía.
Nuestra vida toda tiene que estar siempre unida a
Cristo y esto es lo que queremos vivir cada vez que celebramos la Eucaristía;
esto es lo que tenemos que hacer cada vez que comulgamos a Cristo.
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