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viernes, 13 de marzo de 2015

Una invitación a la conversión que nos hace reconocer el amor que el Señor nos tiene para responder con nuestro amor

Una invitación a la conversión que nos hace reconocer el amor que el Señor nos tiene para responder con nuestro amor

Oseas 14,2-10; Sal 80; Marcos 12, 28b-34
Hoy escuchamos una invitación a la conversión que nos hace reconocer todo lo que es el amor que el Señor nos tiene y que nos hará responder también con nuestro amor. Así podría resumir el mensaje que nos ofrece hoy el Señor en su Palabra.
El profeta comienza invitándonos a la conversión. ‘Conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios…’ Como alguien comentaba pareciera que estamos contemplando al hijo pródigo que está allá en su interior preparando las palabras con que va a dirigirse a su padre para pedirle perdón.
Pero ¿necesitó decirle el discurso que llevaba preparado? Ya conocemos en la parábola cómo el padre no le dejaba hablar sino que lo abrazaba y se lo comía a besos en la alegría por vuelta del hijo que consideraba perdido y muerto. Es lo también en el profeta escuchamos, porque nos habla del amor que Dios siempre nos tiene. ‘Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano’. El Señor siempre dispuesto a perdonarnos, a curarnos, a ofrecernos su amor y su perdón, a llenarnos con su ternura expresada en esas imágenes del rocío, de las flores, de esplendor de los frutos. Cuánto tenemos que reconocer el amor del Señor que no merecemos por nuestro pecado.
Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer? Reconocer ese amor del Señor y amar. Reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida y adorarle y amarle. Es lo que escuchamos en el evangelio en aquella pretenciosa pregunta del letrado que se acerca a Jesús preguntando por el primer mandamiento, cuando era algo que todo buen judío se sabía bien de memoria y lo repetía cada día como una profesión de fe y como una profesión de amor.
‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Todo judío fervoroso, recitaba tres veces al día el Shemá, donde se declara pertenecer a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.
Pero Jesús continuará diciéndonos que el segundo mandamiento es tan principal e importante como el primero de manera que no podemos cumplir uno sin el otro, porque ‘amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’. Por eso nos dice: ‘El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos’.
Es el camino de nuestra conversión; es el camino de nuestra vida; es la reflexión y la revisión que tenemos que hacernos con toda intensidad en este camino cuaresmal para ver hasta donde llega nuestro amor, nuestro amor a Dios y nuestro amor al prójimo, para ver si estamos lejos o estamos cerca del Reino de Dios.

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