Cuánto nos cuesta a nosotros también a llegar a ese reconocimiento de la gloria del Señor con toda nuestra vida
2Reyes
5,1-15ª; Sal
41; Lucas
4,24-30
‘Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel’. Cuánto
le costó a Naamán el sirio llega a ese reconocimiento de la gloria y del poder
del Señor. Cuánto nos cuesta a nosotros también a llegar a ese reconocimiento
de la gloria del Señor no solo con nuestras palabras sino desde lo más hondo
del corazón con toda nuestra vida haciendo que El sea el único Dios y Señor de
nuestro vivir.
Algunas veces quizá buscamos
cosas espectaculares o extraordinarias para encontrarnos con Dios y El sin
embargo se manifiesta en lo sencillo y en lo pequeño. Naamán pensaba que el
profeta tenía que presentarse espectacularmente ante él para curarle de su
lepra, pero Eliseo le pide cosas sencillas y humildes como bañarse en el
Jordán. Cuando se humilla y se deja conducir encontrará la salud, encontrará a
Dios.
Como les sucedía a las
gentes de Nazaret que cuando Jesús fue a la sinagoga aquel sábado y con la fama
que le precedía de lo que habían oído que realizaba en otros lugares, después
de escucharle pensaban que Jesús también iba allí a realizar grandes cosas. Pero
cuando Jesús quiere hacerles comprender que la Buena Noticia de su Salvación es
para todos, que no es exclusividad de nadie ni de ningún pueblo, y les pone los
ejemplo de la curación de Naamán, el sirio, o de la viuda de Sarepta en el
territorio de Sidón, ambos paganos o gentiles como ellos decían, le rechazan,
se ponen furiosos contra El y hasta quieren despeñarlo por un barranco.
¿Con qué espíritu tenemos
que acudir a Dios? ¿cuál ha de ser el sentido de nuestra fe? ¿solo buscando
milagros o cosas extraordinarias? Muchas veces nosotros nos sentimos tentados a
esas posturas o actitudes. Con humildad hemos de buscar a Dios; con fe hemos de
sentirle en lo más hondo de nuestro corazón o descubrirle en esas cosas
pequeñas de cada día.
Que sepamos descubrir y
sentir esa paz que El quiere poner en nuestro corazón. Como aquel hombre del
evangelio que tantas veces hemos comentado le pidamos a Jesús que nos haga
crecer en la fe. Que como el centurión, que incluso era un pagano, sepamos
poner toda nuestra fe en Jesús, nuestra fe y nuestra confianza en Dios porque
sabemos que El nos escucha, que El está con nosotros aunque por las
turbulencias que haya en nuestra vida algunas veces nos cueste verlo y
encontrarlo.
Danos, Señor, el don de la
fe; que nunca merme ni se debilite, que siempre crezca en nosotros por la fuerza
de tu gracia.
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