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viernes, 28 de noviembre de 2014

Vigilar es mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza no descuidando nuestra fe, ni dejándonos enfriar espiritualmente

Vigilar es mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza no descuidando nuestra fe, ni dejándonos enfriar espiritualmente

Apoc. 20, 1-4.11-21, 2; Sal. 83; Lc. 21, 29-33
Estamos llegando al final del año litúrgico que concluiremos mañana para luego iniciar un nuevo ciclo con el tiempo del Adviento. Y el sentido de los textos que nos ofrece la liturgia en estos días tanto en las oraciones como en la Palabra de Dios que se nos propone tienen un sentido escatológico hablándonos de ese aspecto tan importante de nuestra fe y nuestra vida cristiana que es la espera en la venida del Señor al final de los tiempos. En esto conecta también con el sentido del Adviento que vamos a comenzar.
¿No lo expresamos en la liturgia de diversas formas, por ejemplo en las oraciones cuando decimos, por ejemplo, en la oración del embolismo al Padrenuestro ‘mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’? ¿No gritamos en la proclamación de nuestra fe tras la consagración de la Eucaristía ‘Ven, Señor Jesús’? ¿No nos habló de que un día le habríamos de ver ‘venir entre las nubes del cielo con gran poder y gloria’? Así le respondió por ejemplo al Sumo Sacerdote delante de todo el Sanedrín.
En los textos de la Palabra que estos días hemos escuchado y como hemos venido comentando se entremezclan los anuncios de la destrucción de la ciudad santa de Jerusalén con los anuncios del momento final de la historia con la segunda venida del Hijo del Hombre. Una y otra vez Jesús nos ha ido invitando a la vigilancia, a estar preparados, a estar atentos a la llegada del Señor y a ese momento final tanto de la historia como de nuestra vida.
Hoy nos ha hablado Jesús que de la misma manera que somos capaces de distinguir las señales de la naturaleza que nos indican la cercana primavera, así hemos de estar atentos para sentir cómo el Reino de Dios está cerca. ‘Fijaos en la higuera o en cualquier árbol, nos dice, cuando echan brotes, os basta verlos para saber que la primavera está cerca. Pues cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios’. Y nos dice que eso es inminente a nuestra vida; y que sus palabras se cumplirán.
¿Qué significará esa vigilancia que hemos de mantener? ¿en qué consiste? En distintos momentos nos hablará Jesús de la vigilancia como el centinela o vigía que ha de estar atento a lo que pueda suceder y no se puede dormir mientras hace la guardia, o nos hablará del dueño de casa que ha de estar vigilante para que el ladrón no entre a robar en la casa. Podrá suceder algo o no suceder cuando está vigilante el centinela, o podrá venir o no el ladrón a robar, pero hay que estar atento. Sin embargo en nosotros no hay incertidumbre, porque tenemos la seguridad de la venida del Señor a nuestra vida. No sabemos cuando ni donde, pero sí tenemos la certeza de que el Señor viene.
Vigilar es mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza; no podemos descuidar nuestra fe, no nos podemos enfriar espiritualmente; no hemos de darle poca importancia a todo lo que el Señor nos ofrece para que permanezcamos para siempre unidos a El; hemos de cuidarnos y fortalecernos bien para resistir la tentación, que no solo son las tentaciones fuertes a cosas que podríamos llamar mayores, sino esa tentación que cada día nos puede acechar y arrastrar a la rutina y a la tibieza espiritual. Qué peligroso es vivir en la tibieza nuestra fe, nuestra vida religiosa, nuestra vida sacramental.
Vigilar es estar atentos para no dejarnos confundir por el ambiente que nos rodea; vigilar es crecer cada día más en el conocimiento de nuestra fe, en la lectura del evangelio y en la lectura espiritual que nos cultive por dentro; vigilar es mantener muy vivo y caldeado el espíritu de oración; vigilar es caer en la cuenta de que en todo momento siempre estamos en la presencia de Dios; vigilar es dejarnos conducir por ese impulso espiritual que nuestro santo ángel de la guarda está queriendo realizar cada día en nuestra vida. Que protegidos de toda perturbación esperemos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Muchos son los aspectos en los que tendríamos que manifestar y vivir esa vigilancia; podríamos hacer una lista muy grande. Pidámosle al Espíritu del Señor que nos inspire, nos dé su fuerza y su gracia y nos conduzca por esos caminos de bien y de bondad. Que cuando nos llame el Señor en la hora de nuestra muerte nos encuentre preparados.
A María, la Virgen, le pedimos cada día que intercedas por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Que con la protección de María nos encontremos siempre preparados para ese encuentro definitivo con el Señor para poder pasar a vivir en plenitud el Reino de Dios en los cielos.

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