Vigilar es mantener viva nuestra fe y nuestra esperanza no descuidando nuestra fe, ni dejándonos enfriar espiritualmente
Apoc. 20, 1-4.11-21, 2; Sal. 83; Lc. 21, 29-33
Estamos llegando al final del año litúrgico que
concluiremos mañana para luego iniciar un nuevo ciclo con el tiempo del
Adviento. Y el sentido de los textos que nos ofrece la liturgia en estos días
tanto en las oraciones como en la Palabra de Dios que se nos propone tienen un
sentido escatológico hablándonos de ese aspecto tan importante de nuestra fe y
nuestra vida cristiana que es la espera en la venida del Señor al final de los
tiempos. En esto conecta también con el sentido del Adviento que vamos a
comenzar.
¿No lo expresamos en la liturgia de diversas formas,
por ejemplo en las oraciones cuando decimos, por ejemplo, en la oración del
embolismo al Padrenuestro ‘mientras
esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’? ¿No gritamos
en la proclamación de nuestra fe tras la consagración de la Eucaristía ‘Ven, Señor Jesús’? ¿No nos habló de que
un día le habríamos de ver ‘venir entre
las nubes del cielo con gran poder y gloria’? Así le respondió por ejemplo
al Sumo Sacerdote delante de todo el Sanedrín.
En los textos de la Palabra que estos días hemos
escuchado y como hemos venido comentando se entremezclan los anuncios de la
destrucción de la ciudad santa de Jerusalén con los anuncios del momento final
de la historia con la segunda venida del Hijo del Hombre. Una y otra vez Jesús
nos ha ido invitando a la vigilancia, a estar preparados, a estar atentos a la
llegada del Señor y a ese momento final tanto de la historia como de nuestra
vida.
Hoy nos ha hablado Jesús que de la misma manera que
somos capaces de distinguir las señales de la naturaleza que nos indican la
cercana primavera, así hemos de estar atentos para sentir cómo el Reino de Dios
está cerca. ‘Fijaos en la higuera o en
cualquier árbol, nos dice, cuando echan brotes, os basta verlos para saber que
la primavera está cerca. Pues cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que
está cerca el Reino de Dios’. Y nos dice que eso es inminente a nuestra
vida; y que sus palabras se cumplirán.
¿Qué significará esa vigilancia que hemos de mantener?
¿en qué consiste? En distintos momentos nos hablará Jesús de la vigilancia como
el centinela o vigía que ha de estar atento a lo que pueda suceder y no se
puede dormir mientras hace la guardia, o nos hablará del dueño de casa que ha
de estar vigilante para que el ladrón no entre a robar en la casa. Podrá
suceder algo o no suceder cuando está vigilante el centinela, o podrá venir o
no el ladrón a robar, pero hay que estar atento. Sin embargo en nosotros no hay
incertidumbre, porque tenemos la seguridad de la venida del Señor a nuestra
vida. No sabemos cuando ni donde, pero sí tenemos la certeza de que el Señor
viene.
Vigilar es mantener viva nuestra fe y nuestra
esperanza; no podemos descuidar nuestra fe, no nos podemos enfriar
espiritualmente; no hemos de darle poca importancia a todo lo que el Señor nos
ofrece para que permanezcamos para siempre unidos a El; hemos de cuidarnos y
fortalecernos bien para resistir la tentación, que no solo son las tentaciones
fuertes a cosas que podríamos llamar mayores, sino esa tentación que cada día
nos puede acechar y arrastrar a la rutina y a la tibieza espiritual. Qué
peligroso es vivir en la tibieza nuestra fe, nuestra vida religiosa, nuestra
vida sacramental.
Vigilar es estar atentos para no dejarnos confundir por
el ambiente que nos rodea; vigilar es crecer cada día más en el conocimiento de
nuestra fe, en la lectura del evangelio y en la lectura espiritual que nos
cultive por dentro; vigilar es mantener muy vivo y caldeado el espíritu de
oración; vigilar es caer en la cuenta de que en todo momento siempre estamos en
la presencia de Dios; vigilar es dejarnos conducir por ese impulso espiritual
que nuestro santo ángel de la guarda está queriendo realizar cada día en
nuestra vida. Que protegidos de toda perturbación esperemos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
Muchos son los aspectos en los que tendríamos que
manifestar y vivir esa vigilancia; podríamos hacer una lista muy grande.
Pidámosle al Espíritu del Señor que nos inspire, nos dé su fuerza y su gracia y
nos conduzca por esos caminos de bien y de bondad. Que cuando nos llame el
Señor en la hora de nuestra muerte nos encuentre preparados.
A María, la Virgen, le pedimos cada día que intercedas
por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Que con la protección de
María nos encontremos siempre preparados para ese encuentro definitivo con el
Señor para poder pasar a vivir en plenitud el Reino de Dios en los cielos.
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