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miércoles, 26 de noviembre de 2014

Estamos llamados a ser los vencedores que con las arpas de Dios en nuestras manos cantaremos para siempre el cántico del Cordero

Estamos llamados a ser los vencedores que con las arpas de Dios en nuestras manos cantaremos para siempre el cántico del Cordero

Apoc. 15, 1-4; Sal. 97; Lc. 21, 12-19
Quizá alguien al escuchar por primera vez este texto del evangelio le cueste entender lo que anuncia Jesús y más bien se llene de miedo y de temor ante lo que se nos dice que le puede pasar al que quiera seguir con fidelidad el camino de Jesús. 
Pero creo que tenemos que seguir teniendo muy presente las palabras que le hemos venido escuchando a Jesús estos días en textos anteriores invitándonos a no perder la paz, a no sentirnos como encogidos por el miedo o el pánico ante lo que nos puede suceder. De todas maneras hemos de tener muy presente lo que ya escuchábamos al principio del evangelio en el sermón del monte cuando Jesús proclamó sus bienaventuranzas. ‘Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en el cielo’.
Hoy Jesús en el texto del evangelio que se nos ha proclamado nos habla claramente de las persecuciones que por causa de su nombre vamos a padecer. La tiniebla no quiere recibir la luz, rechaza la luz. Es el mal que se resiste y tratará de poner todo negro allí donde resplandece la luz del bien y del amor.
Ya Jesús sufrió la tentación en el monte de la cuarentena, no nos extrañe que el mal trate de atraernos por sus caminos y cuando nos resistimos vamos a encontrar la oposición que querrá destruir las semillas de bien que nosotros queramos sembrar. ¿No nos habla Jesús en sus parábolas de la cizaña que va a aparecer en medio de la buena semilla que se había sembrado para tratar de arruinar la cosecha? Así sufriremos no solo la tentación sino también la persecución.
Cuando el evangelista nos trascribe el evangelio todo esto que anuncia en labios de Jesús ya lo estaban padeciendo los primeros cristianos. Ya en el propio libro de los Hechos de los Apóstoles vemos las persecuciones a que se ven sometidos los propios apóstoles y los primeros creyentes.
‘Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre’. Pero Jesús nos invita a confiar. Porque su Espíritu estará con nosotros. El pondrá palabras en nuestros labios para nuestra defensa, pero sobre todo pondrá la fuerza de su gracia en nuestro corazón. Y no temamos porque nos veamos acosados por los más cercanos a nosotros. ¿No fue uno del grupo de los doce el que lo entregó a El?
Aquí tenemos que escuchar en el verdadero sentido que tiene el libro del Apocalipsis y en concreto en el texto que hoy se nos  ha proclamado. Ya decíamos que el Apocalipsis no es un libro simplemente para describirnos catástrofes y cataclismos. El Apocalipsis es la revelación de Dios para que en los momentos difíciles no perdamos la paz ni la esperanza. Es la Revelación que nos anuncia tiempos de triunfo y de gloria y nos llena de esperanza.  Nos hablará al final de un cielo nuevo y de una tierra nueva. Pero la creación entera está como gimiendo con dolores de parto, como se nos dice en otro lugar de la escritura, pero al final podremos contemplar la victoria.
Es lo que hoy hemos escuchado. Hoy nos describía cómo ‘sobre aquel mar de vidrio veteado de fuego en la orilla estaban de pie los que habían vencido a la bestia… tenían en sus manos las arpas que Dios les había dado y cantaban el cántico de Moisés el siervo de Dios y el cántico del Cordero: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios soberano de todo; justos y verdaderos tus caminos, rey de las naciones, ¿quién no dará gloria a tu nombre, si tu solo eres santo? Todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti…’
Es el cántico del triunfo y de la gloria del Señor. Contemplaremos, como escuchamos en otro momento, los que han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero con palmas en sus manos. Es la imagen precisamente con que representamos siempre a los mártires con la palma de la victoria, con la palma de martirio en sus manos para cantar la gloria del Señor. No temamos, porque la victoria del Señor está de nuestra parte. Como nos decía el evangelio ‘con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’. 

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