¿Damos cosas que nos sobren o nos damos a nosotros mismos?
Apoc. 14, 1-5; Sal. 23; Lc. 21, 1-4
Un texto muy breve del evangelio pero que sin embargo
nos hace reflexionar mucho. Nos parece algo sencillo y quizá de poca
importancia, pero el mensaje es grande y nos tiene que llegar a lo hondo del
corazón.
Jesús había llegado a Jerusalén, como hemos venido
escuchado en días pasados, ha querido purificar el templo al expulsar a los
vendedores de él como para enseñarnos por una parte el respeto que hemos de
tener a los lugares santos que no hemos de mancillar con cosas y actividades
ajenas a lo que al culto a Dios se refiere pero también para enseñarnos cual ha
de ser el verdadero culto que hemos de dar a Dios y cual es el verdadero templo
de Dios que contemplamos en Jesús y que contemplamos en nosotros mismos cuando
hemos sido consagrados en nuestro bautismo.
En su caminar por el templo enseñando a cuantos a El se
acercan nos ha hablado de resurrección y vida eterna tras las preguntas
capciosas de los saduceos. Ahora se fija Jesús en un detalle que para la
mayoría de la gente ha podido pasar totalmente desapercibido y con el que nos
querrá enseñar cual es la verdadera ofrenda que nosotros hemos de hacer al
Señor.
Está cerca del cepillo de las ofrendas, como diríamos
en nuestro lenguaje de la alcancía del templo; observa cuantos al pasar por
allí van haciendo sus ofrendas poniendo en él sus limosnas. Ya en otra ocasión nos había advertido de la
forma que habíamos de hacer nuestras limosnas u ofrendas - recordamos en el
sermón de la montaña - de manera que nunca tenemos que hacer ostentación de lo
que hacemos o de lo que damos frente a las posturas de los fariseos que hacían
alardes bien ostentosos de las limosnas que hacían; que no sepa tu mano derecha
lo que hace la mano izquierda, nos venía a decir entonces. No es que ahora
quizá haya esas ostentaciones, pero Jesús se fija en una pobre viuda que ha
echado dos reales. Quizá solo Jesús lo ha visto porque lo ha hecho bien
calladamente aquella mujer. Es todo lo que tiene, pero generosamente se
desprende de todo.
Jesús querrá resaltarlo. ‘Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los
demás han echado de lo que les sobra, pero ella que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir’. El saber esto, ¿no tendría que hacernos
pensar? Creo que mucho tendríamos que reflexionar sobre lo que nosotros hacemos
y cómo lo hacemos; ver sinceramente hasta donde llega la generosidad de nuestro
corazón.
No digo que no seamos generosos cuando damos una limosna
o hacemos algo por los demás. De todas maneras tenemos que reflexionar y pensar
en ese pensamiento que quizá nos puede venir a nuestra mente cuando nos
desprendemos de algo, porque al mismo tiempo estamos pensando en nuestro
futuro, en si un día nosotros los vamos a necesitar. Es una tentación fácil que
nos puede aparecer.
También nos puede aparecer la tentación de estarnos
guardando siempre para nosotros y solo damos de lo que nos sobra, las migajas
de lo que tenemos en nuestro bolsillo; abrimos la cartera o el monedero porque
quizá sentimos compasión del que nos pide, pero podemos tener el peligro de
buscar la moneda mas pequeña, esa calderilla que se nos amontona sin ser
ninguna cantidad importante.
Aquella mujer, como destaca Jesús, dio todo lo que tenía
incluso para comer. Es que realmente ella se estaba dando a sí misma; en su
desprendimiento y generosidad se vaciaba de sí misma para confiarse totalmente
en la providencia de Dios. ¿Seremos capaces? Tenemos que caer en la cuenta que
es más importante darnos nosotros que dar cosas. Compartimos y lo hacemos con generosidad esas cosas que
tenemos, pero seamos capaces de compartir nuestra vida, dedicar nuestro tiempo,
prestar atención a aquella persona que se acerca a nosotros, escucharla o
interesarnos por ella.
No es fácil, nos cuesta, y por eso tenemos que estar
siempre con esa actitud abierta para revisar actitudes, gestos, maneras de
hacer las cosas, para poner todo nuestro amor y toda nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario