El Señor está con nosotros y con El a nuestro lado, nada hemos de temer
Amós, 3, 1-8; 4, 11-12; Sal. 5; Mt. 8, 23-27
¿Cómo se puede dormir en medio de un temporal? Podría
parecer una pregunta ocurrente, después de escuchar el evangelio. Pero quizá la
pregunta podríamos transformarla diciendo, ¿cómo se puede seguir teniendo paz
en el corazón a pesar los problemas y crisis de todo tipo en que nos vemos
envueltos en la vida?
Creo que a la hora de reflexionar en el evangelio que
escuchamos tenemos que ir más allá de lo que podríamos llamar la anécdota.
Jesús había decidido atravesar el lago hacia la otra orilla; ‘subió a la barca y los discípulos le
siguieron’, nos dice el evangelista. ‘Pero
de pronto se levantó un fuerte temporal, que la barca desaparecía entre las
olas; él dormía’, nos puntualiza el
relato evangélico.
El llamado mar de Galilea o lago de Tiberíades
habitualmente está en calma; no es mucha su extensión y nos podría parecer
normal esa calma, pero su situación cercana a altas montañas y en el inicio de
la depresión del Jordán, con lo que ya está más bajo que el propio nivel del mar mediterráneo, hace que
se produzcan cambios de temperaturas y surjan los vientos y temporales. Es lo
que sucede en esta ocasión.
Pero entendemos muy bien que al relatársenos este hecho
en el evangelio hay un profundo sentido catequético y ya a continuación se nos
hace referencia a la falta de fe de los discípulos que Jesús les echa en cara y
la admiración que se produce cuando Jesús hace que venga de nuevo la calma. ‘El dormía’, nos dice el evangelista
Mateo escuetamente. Lo despiertan. ‘¡Señor,
sálvanos que nos hundimos!’ es el grito de los discípulos. ‘¡Cobardes! ¡Qué poca fe!’ les echa en
cara Jesús. ‘Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y
vino una gran calma’. Luego vendrán los gestos y palabras de admiración de
los discípulos. ‘¿Quién es éste? ¡Hasta
el viento y el agua le obedecen!’
Entendemos perfectamente el relato evangélico. Se nos
quiere despertar la fe. Jesús va siempre a nuestro lado y no podemos
desconfiar. Pero no nos podemos quedar solo en problemas que podríamos llamar
materiales desde los que acudimos a Jesús cuando tenemos miedo por algo que nos
pueda suceder. Creo que es necesario tratar de profundizar un poco más en el
tema de la confianza que tenemos en Jesús. Y pensamos en esa nave de la Iglesia
en la que estamos todos embarcados desde nuestra fe y nuestra pertenencia a la
Iglesia, o pensamos en los problemas que cada día tenemos cuando queremos ser
mejores y superar tentaciones y pecados. El Señor está ahí, aunque nos pueda
parecer oculto.
Por eso la pregunta que nos hacíamos al principio para
no quedarnos en la anécdota de si Jesús podía seguir durmiendo en medio de
aquella tempestad mientras los discípulos estaban atemorizados porque la barca se podía hundir, como quizás en
otras ocasiones les habría sucedido en temporales semejantes en aquel lago. Nos
preguntábamos por la paz del corazón en medio de las tormentas de los problemas
de la vida.
Cuando nos vemos zarandeados por problemas y
dificultades una cosa que podemos perder fácilmente es esa paz del corazón. Son
los miedos que aparecen, es la inestabilidad en que nos vemos en la vida, son
las indecisiones y las dudas que nos hacen temer y no saber qué hacer o qué
camino tomar. Y todo eso nos hace perder la paz. Como aquellos discípulos
llenos de miedo en medio de la tormenta y que no terminaban de comprender que
Jesús siguiera durmiendo allí en medio de aquellas dificultades que estaban
pasando y pareciera que nos les importaba. ‘¿No
te importa que nos hundamos?’
Uno de los miedos que podamos sentir en esos momentos
es la soledad, el sentirnos solos y que nos parece que no tenemos fuerzas para
salir adelante. Nos hace temblar, nos sentimos agobiados, todo nos parece
negro, nos falta la paz. Y es precisamente lo que un creyente no debería
perder. Sabemos que Jesús está ahí, aunque parezca callado o dormido. Aunque no
nos demos cuenta muchas veces quizá él nos está llevando sobre la palma de su
mano, aunque nos parezca lo contrario. Es necesario despertar nuestra fe, poner
nuestra confianza en El, tener la seguridad y la certeza que por la fe podemos
tener que el Señor está a nuestro lado y con El a nuestro lado, nada hemos de temer. No perdamos la paz. Es un don
que el Señor nos concede en el corazón.
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