Jesús pone señales del Reino de Dios en nosotros con su salvación que no siempre aceptamos y vivimos
Amós, 5, 14-15.21-24; Sal. 49; Mt. 8, 28-34
El mal y la muerte están en fuerte oposición al Reino
de Dios. Que el Reino de Dios está llegando se manifiesta en cómo Jesús con su
presencia y con los signos que hace va haciendo desaparecer ese mal. La propia
enfermedad es un signo de ese mal que afecta al hombre y es por lo que en el
evangelio se llama endemoniados a los que hoy consideraríamos con enfermedades
de tipo epiléptico; lo que no quita por otra parte de que también haya la
posesión diabólica.
Cuando vemos a Jesús en el evangelio realizar los
milagros de las curaciones de los enfermos o la resurrección de los muertos, se
nos está manifestando como Jesús quiere que el Reino de Dios vaya llegando a
todos y de la misma manera que va venciendo ese mal de la enfermedad corporal o
de la muerte, quiere vencer también ese mal más profundo que con el pecado se
mete en nuestro corazón.
Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Reino y a
curar enfermos, que es manifestar con signos cómo se va realizando ese Reino de
Dios en la medida en que aceptarnos a Jesús, recibimos su mensaje y nos dejamos
transformar por su salvación. Como el enfermo que se cura, quien cree en Jesús
se deja transformar por la salvación de Jesús para hacernos tener esa vida
nueva en nuestros corazones.
Pero ¿aceptamos ese Reino de Dios? ¿nos dejamos en
verdad transformar por esa salvación de Jesús? ¿aceptamos a Jesús y su mensaje
queriendo en verdad dejar impregnar nuestra vida por ese sentido del Reino de
Dios? Algunas veces nos cuesta, tenemos que reconocer; en ocasiones tenemos el
peligro que por nuestras posturas y nuestras actitudes incluso lo rechacemos.
Veíamos ayer que Jesús iba atravesando el lago para
llegar al otro lado; era la región de los Gerasenos; propiamente no era tierra
de judíos, pues bien sabemos que los territorios de Palestina estaban ocupados
por diversos pueblos antes de la llegada de los judíos y muchos quedaban en los
alrededores. Esta zona a la que Jesús llega es tierra de gentiles, no son judíos.
Y allí vemos a Jesús realizar un signo de la llegada
del Reino de Dios con la curación de aquellos endemoniados; en los textos
paralelos de los otros evangelistas se habla de un endemoniado pero poseído por
muchos espíritus inmundos, recordemos que su nombre era Legión, porque eran
muchos. A la llegada de Jesús hay un
rechazo, signo del rechazo del mal a la llegada del bien. ‘¿Qué quieres de
nosotros, Hijo de Dios? ¿vienes a atormentarnos antes de tiempo?’ Bien sabían
que se anunciaba la victoria de Jesús sobre el mal. Y Jesús los expulsa, apoderándose
aquellos espíritus malignos de ‘la piara de cerdos que se abalanzó acantilado
abajo y se ahogo en el agua’. Era una señal de la victoria del Reino de Dios
sobre el maligno.
Sin embargo no todos van a aceptar a Jesús y las
señales del Reino que allí llegan. ‘El pueblo entero salió a donde estaba Jesús
y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país’. Por las razones que fueran
- podían pensar que era una ruina para ellos la presencia de Jesús porque les
destruía lo que era la fuente de su sustento con la muerte de los cerdos, que
ellos cuidaban, pero que los judíos rechazaban como inmundos - no quisieron
aceptar el mensaje del Reino.
Pero esto puede hacernos reflexionar a nosotros
también. El Señor va poniendo señales de su llamada junto a nosotros ¿y qué
respuesta vamos dando? Hemos de reconocer que no siempre queremos escuchar su
Palabra y plantarla hondamente en nuestra vida; podemos pensar cuánto nos
cuesta ese camino de superación que hemos de recorrer para ser mejores cada día
y que muchas veces abandonamos el esfuerzo; podemos pensar en cuántos tropiezos
tenemos una y otra vez en las mismas cosas a pesar de las llamadas que el Señor
va haciendo a nuestro corazón. De alguna manera nos estamos pareciendo a
aquellas gentes del territorio de Ceraza, no aceptamos a Jesús, no llevamos su
Palabra a nuestra vida, no vivimos con toda intensidad su salvación, preferimos
muchas veces seguir con tantos apegos del corazón.
Pidámosle al Señor, no se que se vaya a otra parte,
sino que de verdad venga a nuestra vida y nos llene de la fuerza de su Espíritu
para plantar de verdad su palabra en nuestro corazón y que demos las señales
del Reino de Dios con la santidad de nuestra vida, alejándonos más y más del
pecado.
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