Exigencias en el camino de Jesús pero también senda de plenitud
Amos, 2, 6-10.13-16; Sal. 49; Mt. 8, 18-22
‘Se le acercó un
letrado y le dijo: Maestro, te seguiré adonde vayas’. Cuántas veces nos hacemos promesas
así. Sentimos un fuerte impulso en nuestro interior, nos entusiasmamos por algo
que nos llama la atención y nos gusta, vemos quizá el ejemplo de alguien que
está haciendo una cosa buena y pensamos que nosotros también seríamos capaces
de hacerlo, y así muchas cosas por el estilo.
Quizá después en el día a día de la vida, en la
continuidad en el cumplimiento de aquella promesa nos dimos cuenta que fuimos
demasiado impulsivos, que quizá teníamos que habérnoslo pensado mejor, que las
cosas había que reflexionarlas despacio antes de tomar decisiones que podrían
comprometernos fuertemente, o la rutina y el cansancio nos hacen abandonar
pronto los buenos propósitos.
Hoy es un letrado, un maestro de la ley que quizá ha
escuchado las palabras de Jesús en el sermón del monte y le parecieron sublimes
y de gran enseñanza, es el que acude a Jesús con ese impulso grande en su
corazón por seguir a Jesús. También un día Pedro entusiasmado por Jesús, el
Pedro que había hecho una hermosa confesión de fe en Jesús, que había sido
testigo excepcional de la vida de Jesús, aunque había escuchado de labios de
Jesús que habría momentos de pascua, de pasión y de muerte, le había dicho a
Jesús que estaba dispuesto a dar la vida por Jesús. Ya sabemos lo que le pasó
horas después en el patio de la casa del Pontífice.
Jesús no quiere apagar los entusiasmos de aquel letrado
que viene con buena voluntad, pero quiere hacerle reflexionar que no es solo la
buena voluntad, que no siempre es fácil seguirle, que ir tras los pasos de
Jesús no es un camino de rosas y comodidades, que hace falta entrega y coraje
para seguirle hasta el final, que es necesario un desprendimiento grande para
poder hacer como Jesús. La cosas hay que pensarlas bien hasta ver si en verdad
somos capaces de seguir ese camino del evangelio.
Jesús le dirá ‘las
zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene
donde reclinar la cabeza’. La vida de Jesús fue siempre pobre; pobre había
nacido en Belén y pobre se había criado
en Nazaret, donde las labores de un artesano como José no servirían para
enriquecer a nadie; de pobreza había sido su vida como la de un desterrado que
apenas nacer tendrá que huir a Egipto porque su vida corre peligro; ahora le
vemos en el evangelio de un lado para otro recalando en la casa de sus amigos,
como los de Betania, o en la de sus discípulos como la de Simón Pedro en
Cafarnaún. Cuando envíe a sus discípulos a anunciar el Reino los envía sin alforjas
y sin dinero en la faja, quedándose en las casas donde los reciban, porque lo único
que han de llevar siempre es el mensaje de la paz del Evangelio. ‘El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar
su cabeza’. ¿Estará dispuesto el letrado a vivir una vida así?
Hay otro discípulo al que Jesús invita a seguirle. Ya
es discípulo, luego es de los que han estado más cerca de Jesús, pero le pide
que le deje a ir a enterrar a su padre. La respuesta de Jesús nos puede parecer
dura y no es que Jesús no quiere que atendamos a los seres queridos. Pero en el
seguimiento de Jesús no podemos ir haciendo concesiones a las cosas que nos puedan
llevar a la muerte. Las palabras de Jesús van más allá de si enterrar o no a su
padre que ha muerto. Es que todo lo que nos conduzca a la muerte tendría que
estar lejos de nosotros porque nosotros estamos con Jesús y con Jesús siempre
tenemos vida, estamos llamados a la vida y a compartir vida. ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos’.
Tenemos que tener claro lo que significa seguir a Jesús
y vivir su vida. No nos podemos tomar las cosas a la ligera ni dejarnos llevar
por unos primeros impulsos. Es necesario que conozcamos bien a Jesús y su
mensaje. Un cristiano que de verdad quiere vivir su vida cristiana con toda
intensidad ha de preocuparse por profundizar mucho en el evangelio, en el
mensaje de Jesús para descubrir cuales son todas sus exigencias, pero para
darnos cuenta también cuánto de vida podemos alcanzar.
No son solamente las renuncias, que también las habrá
en cuanto haya de egoísmo y de muerte en nosotros, sino cuanto de vida
alcanzamos cuando estamos con Jesús, cuando vivimos a Jesús. Y todo lo que
podamos hacer por seguir a Jesús no lo hacemos con amargura ni tristeza, porque
son las cosas que nos hacen las personas más felices del mundo. La Buena Nueva
del Evangelio es para nosotros un camino de plenitud, un camino de dicha y felicidad,
porque cuando nos damos seremos las personas más felices del mundo.
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