¿Con quién me sentaría yo o con quien no me sentaría? Las posturas de un verdadero cristiano
Amós, 7, 10-17; Sal. 18; Mt. 9, 9-13
¿Con quién me sentaría yo o con quien no me sentaría?
Es una pregunta que me surge después de escuchar este evangelio para tratar de
llevar su mensaje de forma concreta a mi vida.
Alguien podría pensar, así de primera impresión, que el
evangelio que hemos escuchado poca relación puede tener con la pregunta que me
hago, porque de lo que nos habla el evangelio es de la vocación de Mateo. Es
cierto. De eso comienza hablándonos el evangelio y con toda razón nos podría
hacer reflexionar sobre la vocación, las llamadas que nos hace el Señor y
preguntarnos si damos una pronta respuesta a esa llamada como hizo Mateo, el
publicano.
Pero precisamente fijándonos en que el llamado es un
publicano nos puede dar mucho que pensar en el sentido de la pregunta. Los
publicanos no eran personas bien vistas en los tiempos de Jesús entre los judíos;
les cobraban los impuestos; y no es ya la cosita o el rechazo que a todos nos
da el que tengamos que pagar unos impuestos, sino que en el caso de los judíos
los impuestos los imponían los romanos; el publicano era un colaboracionista
con los poderes de Roma. Pero además, como todos bien sabemos, tenían mala fama
porque abusaban en el cobro de los impuestos haciéndose unas ganancias para
ellos a costa de los abusivos impuestos que cobraban a los demás.
No hace acepción de personas Jesús a la hora de la
llamada, pues igual que un día fue a hospedarse en casa de Zaqueo el publicano
de Jericó, ahora Mateo, un cobrador de impuestos es un llamado del Señor para
formar parte del grupo de los apóstoles.
Y es aquí donde entra de lleno ese otro aspecto del
mensaje del evangelio. ‘Estando a la mesa
en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se
sentaron con Jesús y sus discípulos’, nos narra sencillamente y con toda
naturalidad el evangelista. Parece lo normal, eran los amigos de Mateo y si
este había ofrecido una comida a Jesús y sus discípulos de cuyo grupo iba a
comenzar a formar parte, también estarían allí los que habían sido sus amigos
de siempre, otros publicanos, otros recaudadores de impuestos.
Pero por allá andaban los fariseos, siempre tan puntillosos
y mirando hasta el último detalle para tener de donde sacar punta. Me recuerda
la actitud de muchos que siempre están con el ojo avizor para ver los
comportamientos de los demás y hacer sus juicios no precisamente muy
laudatorios. ‘¿Cómo es que vuestro
maestro se sienta a la mesa y come con publicanos y pecadores?’ Además no
dan la cara; el comentario es por detrás metiendo cizaña entre los discípulos.
Pero Jesús conoce el corazón del hombre y sabía bien
cuales eran los juicios que estaban haciendo contra El. ‘No tienen necesidad de medico los sanos, sino los enfermos…
misericordia quiero y no sacrificios… que no he venido a llamar a los justos
sino a los pecadores’. Es la salvación que Jesús nos ofrece, viene a
traernos el perdón a los que nos sentimos pecadores y queremos reconocerlo.
Somos los enfermos que necesitamos ser curados por Jesús, pero hay que
reconocer que lo necesitamos.
Pero aquellos fariseos no se sentarían nunca a la mesa
con un publicano ni con un pecador… podían quedar contaminados. Pero aquí está la pregunta que nos hacíamos
al principio. Porque reconozcamos que muchas veces vamos por la vida haciendo
discriminaciones. Con este me mezclo y con aquel no; éste me cae mal, o aquel
me repugna su presencia; este es de color y con gentes de otra raza yo no me
siento nunca, o aquel es de aquel lugar donde todos son… y nos hacemos nuestros
prejuicios y condenas, este tiene buena facha, pero con aquel yo no me uniría
nunca porque tiene mala fama… son cosas que pensamos muchas veces, son
actitudes que se nos pueden meter en el corazón, son posturas que nos hacen difícil
la convivencia, son discriminaciones que vamos haciendo en la vida de cada día
con aquellos con los que nos encontramos o incluso con aquellos con los que
convivimos.
Un cristiano que se llama seguidor de Jesús no puede
tener nunca esas posturas ni esas actitudes en la vida. Y nos cuesta
aceptarnos, respetarnos, valorarnos. Qué de orgullos se nos meten en el alma y
cuanto daño nos hacen, además de hacer daño también a los demás. Pidámosle al
Señor que nos dé un corazón siempre abierto para acoger a todos y que nos dé la
fuerza de su Espíritu para que aprendamos siempre a amarnos todos sin
distinción.
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