Dios resucitó a Jesús de entre los muertos y nosotros seremos testigos creando un mundo de fidelidad y de paz
Hechos, 3, 11-26; Sal. 8; Lc. 24, 35-48
‘Todavía estaban
hablando de lo que contaban los discípulos que habían llegado de Emaús de
cuanto les había sucedido por el camino y como lo habían reconocido al partir
el pan, cuando Jesús se presentó en medio de ellos y les dice: Paz a vosotros’. Ahora sí estaba Jesús en medio de
ellos, pero se quedaron aturdidos por la sorpresa. No terminaban de creer. ¿Será
un fantasma?
Para sus dudas,
para sus miedos - como nos dirá el evangelista Juan estaban con las
puertas cerradas por miedo a los judíos -, para sus desesperanzas Jesús llega
con su paz. ‘Paz a vosotros’. El
evangelista Juan cuando nos narra esta escena - la escucharemos el próximo
domingo - nos pone en labios de Jesús el mismo saludo de paz.
Era lo que habían anunciado los ángeles en su
nacimiento. Era lo que Jesús les decía a los enfermos que curaba o a los
pecadores a quienes ofrecía su perdón.
Había venido a traernos la paz. De ello nos habló también en la última
cena, auque nos dice que no nos da la paz como la da el mundo. Nos llamará
dichosos si trabajamos por la paz. Había venido a traernos la reconciliación y
la paz derribando el muro que nos separaba, el odio, para poner paz y amor en
nuestro corazón.
Pero ellos seguían sin creer. Les dará todas las
pruebas que necesiten para que se den cuenta que no es un fantasma. Es que la
muerte de Jesús en la cruz había sido algo que les había dejado descolocados
por completo. Lo habían abandona y huido ya desde el prendimiento en Getsemaní.
Alguno que había intentado seguirle un poco más había claudicado frente a una
criada que lo reconocía como discípulo suyo. Solo Juan Había llegado hasta el
Calvario y hasta la cruz. Ahora les cuesta creer porque les parece imposible.
Jesús se deja palpar e incluso come con ellos, para que se les abran los ojos.
No se queda ahí, para que se les abran los ojos de la
fe. Nos dirá el evangelista: ‘Entonces
les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras’. Todo estaba
anunciado. ‘Esto es lo que os decía mientras
estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas
y salmos acerca de mí tenía que cumplirse’. Era necesario e importante que
lo tuvieran bien claro, porque ahora tenían que ser testigos de todo eso ante
el mundo donde había de anunciarse el evangelio de Jesús. ‘En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a
todos los pueblos’.
Era la Buena Noticia que había que anunciar y de la que
habían de ser testigos. Tendrían que anunciar a Jesús, Buena Nueva de Salvación
que por nosotros se entregó y murió, pero que al tercer día resucitó. ‘Así estaba escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la
conversión y el perdón de los pecados’. Es el anuncio de la salvación, del
perdón, de la gracia, porque será el anuncio del amor de Dios para todos los
hombres. Ya hemos contemplado a Pedro haciendo ese anuncio en el templo de
Jerusalén después de hacer caminar al paralítico de la puerta Hermosa. ‘Dios lo resucitó de entre los muertos y
nosotros somos testigos’, proclamará el apóstol.
Cuando nosotros en esta primera semana de Pascua
estamos contemplando todos estos hechos que nos narra el evangelio también
hemos de despertar nuestra fe en Jesús porque de ella hemos de ser testigos en
medio de nuestro mundo. También llega a nosotros Jesús con su saludo y mensaje
de paz. Necesitamos llenarnos de esa paz de Jesús; esa paz que nos haga superar
miedos y cobardías; esa paz que despierte de nuevo en nosotros la esperanza
pero que al mismo tiempo nos compromete profundamente.
Tenemos que aprender a vivir en esa paz que nos haga
sentir ese equilibrio interior en nuestro corazón pero que al mismo tiempo nos
haga constructores de paz en medio de nuestros hermanos los hombres. Cuántas
oportunidades tenemos para mostrarnos como testigos de esa paz; no hace falta
ir a lugares de guerra, sino en la convivencia de cada día con los que están a
nuestro lado hemos de aprender a vivir en paz; una vez que se nos rompe tantas
veces por minucias y pequeñeces.
Y también hemos de dejarnos enseñar por el Espíritu del
Señor que abra nuestro corazón para entender las Escrituras. Ahí tenemos la
Palabra de Dios que hemos de aprender a escuchar; esa Palabra de la que tenemos
que empapar nuestra vida para dejar que en verdad sea el cauce y el camino para
la fidelidad y para el amor y la paz que nos pide Jesús.
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