Somos testigos de lo que vivimos en Cristo resucitado y con fidelidad proclamamos nuestra fe
Hechos, 2, 14. 22-32; Sal. 15; Mt. 28, 8-15
Seguimos viviendo el gozo de la Pascua. No solo se
prolonga durante cuarenta días hasta la Ascensión del Señor al cielo sino que
esta semana se vive con una intensidad especial porque estamos en la octava de
la Pascua.
Iremos escuchando durante estos días primeros diversos
momentos de los encuentros de Jesús resucitado con los discípulos como nos lo
va narrando el final de cada uno de los evangelios, y al comenzar a leer
de forma continuada el libro de los Hechos en la primera lectura escucharemos
una y otra vez lo que fue el Kerigma de la predicación de los apóstoles en
aquellos primeros momentos de la vida de la Iglesia.
Por otra parte los textos de las oraciones nos ayudan a
ir abundando en nuestra condición de bautizados, no en vano los que fueron
bautizados en el día de la Pascua tienen muy cercano dicho acontecimiento de su
bautismo; pero es que además a todos nos conviene recordarlo, profundizar en
ello, para vivir en todas sus consecuencias nuestra condición de bautizados.
En este sentido hemos pedido hoy: ‘siempre aumentas tu Iglesia con el nacimiento de nuevos hijos en el
bautismo, concédeles ser fieles durante su vida a la fe que han recibido en el
Sacramento’. Bien necesitamos recordarlo y vivirlo, fidelidad siempre y en
todo momento a la fe recibida. Hemos querido responder al don de Dios, al
regalo de su gracia y respondemos con nuestra fe; pero una fe vivida
intensamente en toda la vida, en todo lo que hacemos y vivimos. Pero al mismo
tiempo es don sobrenatural, un don que Dios nos concede. No es solo nuestra
respuesta humana; hay algo más profundo que nos trasciende, hay algo
sobrenatural que solo desde Dios podemos recibir, desde Dios podemos comprender
y podemos llegar a vivir.
Como decíamos en la lectura de los Hechos escuchamos
ese primer anuncio de los apóstoles. Escuchamos hoy a Pedro el mismo día de
Pentecostés en ese primer anuncio que hace de Jesús ante la multitud que se ha
reunido en torno al cenáculo. Habla claramente de Jesús al que todos, o casi
todos los que estaban allí reunidos habían conocido directamente.
No hacía sino cincuenta días en que habían acaecido
todos aquellos acontecimientos pascuales de la pasión, muerte y resurrección de
Jesús. Y lo recuerda Pedro, pero al mismo tiempo hace un anuncio claro y
explicito de la resurrección de Jesús. La pasión y la muerte todos podían
conocerlo de primera mano. El hecho de la resurrección solo pudieron
experimentarlo los que mantuvieron su fe en Jesús, que ahora se manifiestan
como testigos dispuestos a dar testimonio. ‘Dios
resucitó a este Jesús, y nosotros somos testigos’, les dice Pedro. Y lo
hace con valentía, pues allí estaban muchos de los que gritaron contra Jesús
pidiendo que fuera crucificado, manipulados quizás por los sumos sacerdotes,
escribas y fariseos. Pero Pedro se manifiesta como testigo. ‘Nosotros somos testigos’.
En el evangelio hemos escuchado parte de lo que ya se
nos proclamó en la noche de la vigilia pascual. Se añade el detalle del soborno
de los guardias para que digan que los discípulos robaron del sepulcro el
cuerpo muerto de Jesús, y es por eso por lo que ahora no lo encuentran en el
sepulcro. En todo momento aparece la maldad del corazón humano y como queremos
manipularnos unos a otros según nuestros propios intereses. No interesaba que
se proclamase que Jesús había resucitado, lo que en el fondo en cierto modo es
una manera de reconocerlo.
Conclusiones podemos sacar muchas de todo esto que
estamos reflexionando. Que se mantenga viva nuestra fe, que sea firme nuestra
fidelidad a nuestra condición de bautizados. Que quienes hemos experimentado
por la fe en lo más hondo de nosotros mismos esa presencia y esa vida y calor
de Cristo resucitado en verdad nos manifestemos como testigos de esa fe con la
misma valentía que vemos hoy a Pedro proclamarlo en los Hechos de los
Apóstoles.
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