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viernes, 18 de enero de 2013


¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?

Hebreos, 4, 1-5. 11; Sal. 77; Mc. 2, 1-12
‘¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?’ Hemos de reconocer que tienen razón en la pregunta, aunque sabemos bien por qué es el planteamiento por el que se la hacen. Pero hemos de reconocer también que es una pregunta y un planteamiento que se siguen haciendo muchos a nuestro alrededor, incluso llevando el nombre de cristianos. ¿Por qué se dicen muchos tengo que acudir al sacerdote y al sacramento para pedirle perdón a Dios por mis pecados y recibir el perdón? Como dicen algunos, yo me confieso solo con Dios.
La pregunta surgió en la ocasión que nos narra el evangelio porque habían venido unos que traían en una camilla a un paralítico para que Jesús lo curara. ‘No quedaba sitio ni a la puerta… y como no podían meterlo, nos dice el evangelista, levantaron una tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico a los pies de Jesús’. Y ya escuchamos; Jesús en lugar de curarlo, que era lo que todos esperaban, ‘le dijo al paralítico: tus pecados quedan perdonados’.
Surge el estupor y los interrogantes, las acusaciones de blasfemia y el escándalo por parte de los escribas que estaban allí sentados observándolo todo. Siempre observando desde la distancia, como tantos, no porque se quiera aprender sino para ver donde podemos coger a quien nos ofrece cosas nuevas. ‘¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?’
Como decíamos al principio, es cierto, solo Dios es el que puede perdonarnos los pecados. Pero, ¿quién es el que está allí sentado, enseñándoles y a quien han venido para que cure a aquel paralítico y lo levante de la camilla? Jesús está viendo su corazón y cuales son sus murmuraciones y críticas. ‘¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil - de quién es el poder para realizar el milagro - decirle al paralítico ‘tus pecados quedan perdonados, o decirle levántate, coge tu camilla y echa a andar?’ ¿Quién es el que tiene poder para dar la salud y para dar la vida? ¿Acaso eso lo puede hacer un hombre por su propio poder?
Sí, allí está quien tiene poder para perdonar los pecados como para dar la vida y la salud. Es necesario abrir los ojos de la fe; es necesario quitar toda malicia del corazón que nos oscurece los ojos; es necesario abrirnos al misterio salvador de Dios; es necesario dejarse envolver por esa nube de amor divino que nos llega con Jesús.
Sí, ahí sigue estando Jesús para regalarnos ese perdón de Dios, que para eso ha derramado su Sangre salvadora por nosotros y quiere hacernos partícipes del misterio pascual a través del misterio y ministerio de la Iglesia. ‘Hacedlo en memoria mía’, les dio poder a los apóstoles para que pudiéramos seguir celebrando el misterio pascual de su muerte y resurrección en los sacramentos. ‘A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados’,  nos dice y nos regala el don del Espíritu. ‘Recibid el Espíritu Santo’, les dijo a los apóstoles en la tarde de la resurrección cuando se les aparece en el Cenáculo y con la fuerza del Espíritu podremos seguir celebrando el misterio de Cristo, podemos seguir haciéndonos partícipes de toda esa gracia salvadora que El tiene para nosotros.
En el ministerio de la Iglesia, por las manos de aquellos que fueron ungidos con el Espíritu Santo para ser pastores en nombre de Jesús en medio de la Iglesia, seguimos recibiendo ese perdón que Dios nos regala. Porque, hemos de tenerlo muy claro, es un regalo que nos hace Dios no porque nosotros lo merezcamos, sino porque así de grande e infinito es el amor que nos tiene. ¿Son unos hombres los que nos perdonan? No, es Cristo mismo el que nos perdona. Allí está el sacerdote en el sacramento en el nombre de Dios, con el poder de Cristo por la unción del Espíritu, para traernos la gracia salvadora del Señor.
Acudamos a Jesús con la parálisis y la muerte de nuestro pecado. Saltemos por encima de todas las barreras de nuestras dudas y prejuicios para llegar hasta los pies de Jesús. Allí siempre nos vamos a encontrar el amor, la acogida, el perdón, la gracia redentora. Vayamos con humildad, pero pongamos también mucho amor, como sucedería con la mujer pecadora, que aunque tenía muchos pecados, ponía también mucho amor.

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