¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?
Hebreos, 4, 1-5. 11; Sal. 77; Mc. 2, 1-12
‘¿Quién puede perdonar
pecados fuera de Dios?’
Hemos de reconocer que tienen razón en la pregunta, aunque sabemos bien por qué
es el planteamiento por el que se la hacen. Pero hemos de reconocer también que
es una pregunta y un planteamiento que se siguen haciendo muchos a nuestro
alrededor, incluso llevando el nombre de cristianos. ¿Por qué se dicen muchos
tengo que acudir al sacerdote y al sacramento para pedirle perdón a Dios por
mis pecados y recibir el perdón? Como dicen algunos, yo me confieso solo con
Dios.
La pregunta surgió en la ocasión que nos narra el
evangelio porque habían venido unos que traían en una camilla a un paralítico
para que Jesús lo curara. ‘No quedaba
sitio ni a la puerta… y como no podían meterlo, nos dice el evangelista,
levantaron una tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y
descolgaron la camilla con el paralítico a los pies de Jesús’. Y ya
escuchamos; Jesús en lugar de curarlo, que era lo que todos esperaban, ‘le dijo al paralítico: tus pecados quedan
perdonados’.
Surge el estupor y los interrogantes, las acusaciones
de blasfemia y el escándalo por parte de los escribas que estaban allí sentados
observándolo todo. Siempre observando desde la distancia, como tantos, no
porque se quiera aprender sino para ver donde podemos coger a quien nos ofrece
cosas nuevas. ‘¿Por qué habla este así?
Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?’
Como decíamos al principio, es cierto, solo Dios es el
que puede perdonarnos los pecados. Pero, ¿quién es el que está allí sentado,
enseñándoles y a quien han venido para que cure a aquel paralítico y lo levante
de la camilla? Jesús está viendo su corazón y cuales son sus murmuraciones y
críticas. ‘¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es
más fácil - de quién es el poder para realizar el milagro - decirle al paralítico ‘tus pecados quedan
perdonados, o decirle levántate, coge tu camilla y echa a andar?’ ¿Quién es
el que tiene poder para dar la salud y para dar la vida? ¿Acaso eso lo puede
hacer un hombre por su propio poder?
Sí, allí está quien tiene poder para perdonar los
pecados como para dar la vida y la salud. Es necesario abrir los ojos de la fe;
es necesario quitar toda malicia del corazón que nos oscurece los ojos; es
necesario abrirnos al misterio salvador de Dios; es necesario dejarse envolver
por esa nube de amor divino que nos llega con Jesús.
Sí, ahí sigue estando Jesús para regalarnos ese perdón
de Dios, que para eso ha derramado su Sangre salvadora por nosotros y quiere
hacernos partícipes del misterio pascual a través del misterio y ministerio de
la Iglesia. ‘Hacedlo en memoria mía’,
les dio poder a los apóstoles para que pudiéramos seguir celebrando el misterio
pascual de su muerte y resurrección en los sacramentos. ‘A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados’, nos dice y nos regala el don del
Espíritu. ‘Recibid el Espíritu Santo’,
les dijo a los apóstoles en la tarde de la resurrección cuando se les aparece
en el Cenáculo y con la fuerza del Espíritu podremos seguir celebrando el
misterio de Cristo, podemos seguir haciéndonos partícipes de toda esa gracia
salvadora que El tiene para nosotros.
En el ministerio de la Iglesia, por las manos de
aquellos que fueron ungidos con el Espíritu Santo para ser pastores en nombre
de Jesús en medio de la Iglesia, seguimos recibiendo ese perdón que Dios nos
regala. Porque, hemos de tenerlo muy claro, es un regalo que nos hace Dios no
porque nosotros lo merezcamos, sino porque así de grande e infinito es el amor
que nos tiene. ¿Son unos hombres los que nos perdonan? No, es Cristo mismo el
que nos perdona. Allí está el sacerdote en el sacramento en el nombre de Dios,
con el poder de Cristo por la unción del Espíritu, para traernos la gracia salvadora
del Señor.
Acudamos a Jesús con la parálisis y la muerte de
nuestro pecado. Saltemos por encima de todas las barreras de nuestras dudas y
prejuicios para llegar hasta los pies de Jesús. Allí siempre nos vamos a
encontrar el amor, la acogida, el perdón, la gracia redentora. Vayamos con
humildad, pero pongamos también mucho amor, como sucedería con la mujer
pecadora, que aunque tenía muchos pecados, ponía también mucho amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario