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lunes, 17 de diciembre de 2012


Una invitación a una auténtica y renovada profesión de fe cuando llegue la navidad

Gén. 49, 2.8-10; Sal. 71; Mt. 1, 1-17
Iniciamos el último tramo de nuestro camino de adviento. Son ocho días de preparación inmediata que tiene sus textos especiales en la liturgia, en las lecturas de la Palabra de Dios, en el texto de las oraciones y de las antífonas, destacando de manera especial las antífonas para el canto del Magnificat en las vísperas de cada uno de estos ocho días anteriores a la navidad.
En el evangelio escucharemos el inicio del evangelio de Mateo hoy y mañana, y el resto de día los primeros capítulos del evangelio de Lucas hasta que lleguemos en la nochebuena a las lecturas del nacimiento de Jesús en Belén. Los textos de la primera lectura, del Antiguo Testamento siempre en una relación con el mensaje del evangelio.
La liturgia nos irá llevando de la mano a la confesión de nuestra fe en Jesús, verdadero hombre, nacido en el pueblo de Israel, del linaje de Judá, de la dinastía de David, el anunciado por los profetas, como verdadero Hijo de Dios, en quien vamos a obtener nuestra salvación. Y vamos a pedir hoy, al confesar nuestra fe en Jesús, verdadero Hijo de Dios que se ha encarnado y se ha hecho hombre, Palabra eterna de Dios encarnada en el seno de María, que nosotros alcancemos la gracia de transformarnos plenamente en hijos de Dios.
Hoy el evangelio nos ofrece la ‘genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán’. Es Jesús, el Mesías de Dios, enraizado plenamente en el pueblo judío, al pertenecer al linaje y dinastía de David y de Judá, que va a ser el Cristo, el Ungido, el Mesías de Dios que nos viene a traer la salvación. La liturgia quiere que apuntalemos bien nuestra fe contemplando lo que es la historia de la salvación. Ese anuncio y promesa de Dios desde el principio, desde que el hombre cayó en el pecado y abandonó el camino y vida de Dios, pero en el que Dios  no abandona al hombre sino que siempre tendrá una promesa de salvación.
Nos viene bien recordar estos aspectos fundamentales de nuestra fe y más en este año de la fe al que nos ha convocado el Papa que ‘es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31)’, como nos dice en su convocatoria de este año.
Renovaremos en plenitud la conversión de nuestro corazón al Señor en la medida en que vaya creciendo nuestra fe, creciendo en el conocimiento de las verdades reveladas, en que la vayamos confesando con mayor y más viva conciencia. Es importante esa formación que vayamos adquiriendo en nuestra vida cristiana para que podamos en verdad dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza pero con las obras de nuestra vida.
Como nos dice el Papa ‘así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios’.
Por eso nos sigue diciendo: ‘Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo’.
Que nos ayude este camino que vamos haciendo y estas reflexiones que en torno a la palabra nos hacemos a ese crecimiento y fortalecimiento de nuestra fe, y así vivamos en la mayor plenitud ese encuentro con el Señor que ha de ser la Navidad.

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