Humildad, sencillez, fe, docilidad, alegría como María para recibir al Señor
Is. 7, 10-14; Sal. 23; Lc. 1, 26-38
El lugar donde se desarrolló la escena que nos narraba
el evangelio de ayer era solemne; fue en el templo de Jerusalén, en el lugar
santo del Santuario donde era ofrecida cada día la ofrenda del incienso; en
medio de las nubes de incienso que subían al cielo como signo de las oraciones
del pueblo que oraba fuera se le manifestó el ángel del Señor a Zacarías para
anunciarle el nacimiento del que iría delante del Señor para preparar un pueblo
bien dispuesto.
Ahora que llega el Señor de cielo y tierra, el Hijo
eterno de Dios para encarnarse y hacerse hombre, para habitar en medio de
nosotros los hombres el lugar es humilde y sencillo; una pequeña casa de un
pueblo casi perdido en Galilea que apenas se había oído hablar de él, una
pequeña casa adosada a la roca de la ladera de la montaña, si nos fijamos en
los restos que de ella quedan en el subsuelo de la hoy inmensa basílica de la
anunciación.
No hay nubes de incienso, pero si está allí la que se
considera a sí misma la pequeña y la esclava, pero que está siempre abierta
Dios para hacer en todo y siempre lo que sea su voluntad. Calladamente y con
escuetas palabras llega el ángel que viene de parte de Dios pero como siempre
llenándonos de paz y alegría e inundándonos de la gracia del Señor.
‘Alégrate, la llena de gracia, que el Señor está contigo… no temas,
María, has encontrado gracia ante Dios…’ son las palabras del ángel, es el
mensaje que de parte de Dios viene a trasmitir.
Allí, en la primera escena, Zacarías se sobreexalta, se
siente confundido y se llena de dudas, no terminando de creer lo que el ángel
del Señor le está trasmitiendo. Aquí en Nazaret María se siente sobrecogida y
confundida por su humildad ante las palabras del ángel que comenzará a rumiar
en su corazon, y aunque le cuesta entender está su fe, la fe de quien tiene
abierto siempre el corazón para Dios para aceptar y para decir sí. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en
mí según tu palabra’.
Contraponemos a estas escenas lo relatado en la primera
lectura del profeta Isaías, donde vendrá a anunciarse a la Virgen que está
encinta y que dará a luz un hijo al que se le llamará Emmanuel, pero que será
la señal para confundir a quien no tiene fe y aunque dice no querer tentar a su
Dios, sin embargo ha dudado que de Dios le pueda venir la ayuda que necesita en
aquel momento frente a sus enemigos. La señal que se le anuncia será una señal
milagrosa para llevar a la fe al rey increyente, pero que será para nosotros
una señal mesiánica que tendrá que despertar también la fe en nuestro corazon
porque a la larga es Dios que viene a nosotros, que viene a habitar en medio
nuestro, que quiere ser Emmanuel, porque quiere ser para siempre Dios con nosotros.
Hoy miramos de manera especial a la Virgen, a María, en
esta escena del evangelio que nos está trasmitiendo también un gran misterio,
el misterio admirable de la Encarnación de Dios en las entrañas de María para
ser Emmanuel, para ser Dios con nosotros; el misterio de un Dios que nos ama a
pesar de nuestras dudas y de las oscuridades con que llenamos con el pecado
tantas veces nuestra vida y nos llena de su salvación porque nos quiere
encender la luz de la fe en nuestro corazón; pero el misterio de amor de un
Dios quiere traernos tambien la gracia del amor y del perdón que se derrochará
también nosotros para que seamos como María llenos de gracia, para que como
María seamos agraciados, encontremos gracia, ante Dios.
Humildad y sencillez como en aquella humilde casa de
Nazaret; fe como la de María siempre abierta a Dios y docilidad y
disponibilidad para dejarnos hacer por Dios, para que se realicen en nosotros
también esos planes de Dios; alegría como se alegró María y cantó a Dios desde
su corazón, porque no podemos menos que alegrarnos con todo cuanto se nos
anuncia que despierta nuestra fe y nuestra esperanza, y nos llenará para
siempre de gozo en la presencia de Dios, del Dios que nos ama, en nuestra vida.
cultivemos esas perlas preciosas con las que adornemos nuestro corazón para
recibir al Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario