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jueves, 20 de diciembre de 2012


Humildad, sencillez, fe, docilidad, alegría como María para recibir al Señor

Is. 7, 10-14; Sal. 23; Lc. 1, 26-38
El lugar donde se desarrolló la escena que nos narraba el evangelio de ayer era solemne; fue en el templo de Jerusalén, en el lugar santo del Santuario donde era ofrecida cada día la ofrenda del incienso; en medio de las nubes de incienso que subían al cielo como signo de las oraciones del pueblo que oraba fuera se le manifestó el ángel del Señor a Zacarías para anunciarle el nacimiento del que iría delante del Señor para preparar un pueblo bien dispuesto.
Ahora que llega el Señor de cielo y tierra, el Hijo eterno de Dios para encarnarse y hacerse hombre, para habitar en medio de nosotros los hombres el lugar es humilde y sencillo; una pequeña casa de un pueblo casi perdido en Galilea que apenas se había oído hablar de él, una pequeña casa adosada a la roca de la ladera de la montaña, si nos fijamos en los restos que de ella quedan en el subsuelo de la hoy inmensa basílica de la anunciación.
No hay nubes de incienso, pero si está allí la que se considera a sí misma la pequeña y la esclava, pero que está siempre abierta Dios para hacer en todo y siempre lo que sea su voluntad. Calladamente y con escuetas palabras llega el ángel que viene de parte de Dios pero como siempre llenándonos de paz y alegría e inundándonos de la gracia del Señor.  ‘Alégrate, la llena de gracia, que el Señor está contigo… no temas, María, has encontrado gracia ante Dios…’ son las palabras del ángel, es el mensaje que de parte de Dios viene a trasmitir.
Allí, en la primera escena, Zacarías se sobreexalta, se siente confundido y se llena de dudas, no terminando de creer lo que el ángel del Señor le está trasmitiendo. Aquí en Nazaret María se siente sobrecogida y confundida por su humildad ante las palabras del ángel que comenzará a rumiar en su corazon, y aunque le cuesta entender está su fe, la fe de quien tiene abierto siempre el corazón para Dios para aceptar y para decir sí. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.
Contraponemos a estas escenas lo relatado en la primera lectura del profeta Isaías, donde vendrá a anunciarse a la Virgen que está encinta y que dará a luz un hijo al que se le llamará Emmanuel, pero que será la señal para confundir a quien no tiene fe y aunque dice no querer tentar a su Dios, sin embargo ha dudado que de Dios le pueda venir la ayuda que necesita en aquel momento frente a sus enemigos. La señal que se le anuncia será una señal milagrosa para llevar a la fe al rey increyente, pero que será para nosotros una señal mesiánica que tendrá que despertar también la fe en nuestro corazon porque a la larga es Dios que viene a nosotros, que viene a habitar en medio nuestro, que quiere ser Emmanuel, porque quiere ser para siempre Dios con nosotros.
Hoy miramos de manera especial a la Virgen, a María, en esta escena del evangelio que nos está trasmitiendo también un gran misterio, el misterio admirable de la Encarnación de Dios en las entrañas de María para ser Emmanuel, para ser Dios con nosotros; el misterio de un Dios que nos ama a pesar de nuestras dudas y de las oscuridades con que llenamos con el pecado tantas veces nuestra vida y nos llena de su salvación porque nos quiere encender la luz de la fe en nuestro corazón; pero el misterio de amor de un Dios quiere traernos tambien la gracia del amor y del perdón que se derrochará también nosotros para que seamos como María llenos de gracia, para que como María seamos agraciados, encontremos gracia, ante Dios.
Humildad y sencillez como en aquella humilde casa de Nazaret; fe como la de María siempre abierta a Dios y docilidad y disponibilidad para dejarnos hacer por Dios, para que se realicen en nosotros también esos planes de Dios; alegría como se alegró María y cantó a Dios desde su corazón, porque no podemos menos que alegrarnos con todo cuanto se nos anuncia que despierta nuestra fe y nuestra esperanza, y nos llenará para siempre de gozo en la presencia de Dios, del Dios que nos ama, en nuestra vida. cultivemos esas perlas preciosas con las que adornemos nuestro corazón para recibir al Señor.

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