Llenémonos de alegría con las maravillas que el Señor hace en nosotros
Jueces, 13, 2-7.24-25; Sal. 70; Lc. 1, 5-25
‘No
temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado…’ Es el saludo del ángel; es el
saludo que viene de parte de Dios; es una invitación a la paz; es un sentir en
el corazón la paz que viene de Dios. Son las palabras del ángel a Zacarías,
como serían también las palabras del ángel a María.
Estamos tan llenos de temores, pero
es que además nos sentimos sobrecogidos por las cosas grandes. Nos sentimos
empequeñecidos, nos sentimos pobres, inútiles e incapaces; sentimos además la
inquietud de lo que nos pueda suceder o de la misión que podamos recibir. Pero
no tendríamos que sentir temor cuando Dios viene a nuestra vida. Es más,
tendríamos que sentirnos engrandecidos por el honor de que Dios venga a
nosotros, nos envíe su ángel para estar con nosotros.
Por eso el ángel pronto le dirá a
Zacarías ‘te llenarás de alegría y muchos
también se alegrarán…’ Zacarías e Isabel tenían en su corazón las ansias de
la paternidad y de la maternidad. ‘Los
dos eran ya de edad avanzada y no tenían hijos porque Isabel era estéril’.
Es aquí donde se manifiestan las maravillas del Señor. Pensamos que tendríamos
que ser grandes e importantes, estar llenos de grandes valores y posibilidades,
sabidurías, riquezas, poderes, conocimientos especiales. Pero Dios escoge a los
que El quiere y cuando quiere para realizar sus maravillas. Esas maravillas no
son el fruto de nuestros saberes o nuestros poderes, sino que son la obra del
Señor.
Lo vimos en la primera lectura con
los padres de Sansón como lo veremos en otros momentos del Antiguo Testamento
para escoger a los que el Señor quiere. Lo vemos ahora en Zacarías e Isabel,
aquellos buenos ancianos que no han podido tener hijos, pero que les va a nacer
un hijo del que Jesús dirá que no ha nacido de mujer nadie más grande que él. ‘Tu mujer te dará un hijo y le pondrás por
nombre Juan’, le dice el ángel a Zacarías.
El que va a nacer viene lleno del
Espíritu Santo ya desde el vientre materno - recordemos la visita de María a
Isabel en la que meditaremos en unos días - ‘y
convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios’. Es el que viene para ir
delante del Señor, va a ser el precursor del Mesías, la voz que gritará en el desierto para preparar los caminos del Señor
y ‘viene con el espíritu y poder de Elías
- recordemos lo meditado hace pocos días - para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
Nos cuesta creer. Nos parecen en
ocasiones imposibles las cosas que el Señor nos anuncia. En nuestra pequeñez no
es que nos sintamos indignos, es que nos sentimos incapaces porque pensamos que
esas maravillas tenemos que hacerlas por nosotros. Pero no son obra nuestra
sino obra del Señor.
Le pasó a Zacarías que no terminaba
de creer y no hace sino pedir explicaciones. ‘¿Cómo estaré seguro eso?’ se pregunta y le pregunta al ángel. Los
temores que se nos meten en el corazón y que nos paralizan.
Aprendamos a confiar en el Señor, a
dejarnos conducir por El, a tener fuerte disponibilidad en el corazón para lo
que el Señor nos pida, para lo que el Señor nos ofrezca. Ahora mismo preparando
los caminos del Señor, preparando nuestro corazón nos vemos tan pecadores que
nos parece hasta imposible que seamos amados del Señor. Pero el amor del Señor es
una gracia, es un regalo de Dios. Reconozcamos las obras de Dios, reconozcamos
el amor del Señor que ha estado grande con nosotros y que nuestra boca, como
decíamos en el salmo, nuestro corazón se llene de las alabanzas del Señor.
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