Jer. 18, 1-6; Sal. 145; Mt. 13, 47-53
‘Levántate y baja al taller del alfarero, y allí te comunicaré mi palabra’. Así lo hizo el profeta Jeremías. Lo hemos venido escuchando estos días con toda la riqueza de imágenes con las que nos habla el profeta, aunque a la hora de escoger el texto para el comentario hemos preferido en los últimos días fijarnos en el evangelio. No quiero dejar pasar esta bella imagen que nos ofrece hoy la profecía de Jeremias con toda la riqueza de su mensaje, que incluso la utilizamos muchas veces en los cantos que acompañan nuestras celebraciones litúrgicas.
Bajó el profeta al taller del alfarero y contempló cómo hacía y deshacía con sus manos aquellas vasijas de barro que iba confeccionando según quedaran a su gusto o no. Allí estaba trabajando con sus manos, amasando y estrujando el barro entre sus manos para prepararlo y darle la conveniente forma de la que saliera la hermosa y fuerte vasija después de pasar por el horno.
Y ahí encuentra el profeta la imagen para hablarnos del hacer de Dios en nuestra vida. Como decimos en el canto citado, somos como el barro en manos del alfarero. Pero dicho barro tiene que pasar por un proceso duro siendo amasado y formado por las manos del alfarero para que pueda salir esa hermosa vasija.
Nos quejamos a veces que la vida nos es dura, que tenemos problemas, que la vida se nos llena de sufrimientos, que pasamos por momentos duros de prueba. ¿Por qué no pensar que estamos en las manos del Señor que nos va amasando y formando a través de todo eso que nos sucede, aunque algunas veces no nos sea agradable porque quiere hacer de nosotros la más hermosa obra de la creación?
‘Entonces me vino esta palabra del Señor, dice el profeta: ¿Y no podré yo trataros a vosotros, casa de Israel, como este alfarero? Mirad, como está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel’. Estamos en las manos del Señor.
En estos mensajes que ahora recibimos por las modernas redes sociales hace unos días leía el siguiente texto: ‘No siempre salen las cosas que tú esperas, pero confía en Dios, El tiene siempre algo mejor para ti’. Dios siempre tiene algo mejor para nosotros, aunque hayamos de pasar por pruebas o momentos duros. Con El estamos asegurados, con El estamos a salvo, porque es nuestra salvación. Confiamos en el Señor.
Cuando sabemos aprovechar nuestro paso por el crisol del sufrimiento tenemos la posibilidad de crecer más y más en lo hondo de nuestra vida y de madurar de verdad. El paso por ese crisol no lo podemos hacer desde la amargura sino desde la esperanza y la confianza. La amargura endurece las fibras del corazón y nos puede llenar de resentimiento y desconfianza. Pero si sabemos ir viviendo cada momento, aunque sea difícil con serenidad y queriendo aprender bien las lecciones que nos va dando la vida en ese mismo sufrimiento seguro que madurará nuestro corazón en ternura, en amor, en comprensión.
Nos veremos a nosotros mismos y veremos a los demás de forma distinta. Nos sentiremos en verdad purificados, como el oro se purifica en el crisol que en fin de cuentas es una potente llama para quemar todo lo que sobra; así nos vamos nosotros purificando, quitando los malos ardores de nuestra vida y limando tantas asperezas que muchas veces tenemos en nuestro carácter o en nuestra manera de ser. Por eso decía que irá llenando de más ternura las fibras de nuestro corazón y hará en consecuencia que nuestras relaciones con los demás sean distintas. Cuánto tenemos que aprender.
Toma mi vida, hemos de decirle al Señor, como el alfarero que toma en sus manos la masa para fabricar la vasija; yo quiero ser, Señor, amado como el barro en las manos del alfarero. Toma mi vida y hazla de nuevo, que tú siempre tienes para mí el mejor de los proyectos. Así de grande es el amor que Dios nos tiene.
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