2Rey. 4, 42-44; Sal. 144; Ef. 4, 1-6; Jn. 6, 1-15
Jesús se había a un lugar apartado y tranquilo con los apóstoles, como escuchábamos el pasado domingo, y se había encontrado con una multitud que lo esperaba. ‘Le dio lástima de ellos y se puso a enseñarles con calma’, nos decía el evangelista Marcos.
Ahora es el evangelio de Juan el que nos dice que estaba en la otra orilla y ‘lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos’. Se vuelve a manifestar el corazón compasivo y misericordioso de Jesús. Toma la iniciativa y pregunta a Felipe ‘¿con qué compraremos panes para que coman todos?’
La solidaridad es el mejor camino que nos lleva a la comunión verdadera. Cuando los problemas se agolpan y surgen las necesidades podemos tener la tendencia a querer ir cada uno por su lado y cada uno busca su solución. Esto nos puede llevar a divisiones o a enfrentamientos, a una lucha de los unos contra los otros y quizá así los problemas se crecen y nos puede ser más difícil la solución.
Si somos capaces de dejar de pensar cada uno en sí mismo y comenzar a pensar en los demás, o ver el problema que también tienen los otros, de darnos cuenta de que si cada uno ponemos nuestro grano de arena por pequeño que sea se puede crear la montaña que nos abre caminos para algo distinto, comenzaremos a amarnos más, a preocuparnos por los otros y el amor nos dará inventivas, aunque nos parezcan insignificantes que nos puedan descubrir algo distinto.
Jesús solamente hace una pregunta que va a despertar inquietud en los que le rodean que se preguntarán también por caminos de solución, aunque nos puedan parecer difíciles o imposibles. Pero alguien aparecerá con el pequeño grano de arena que comienza a hacer el montón que lo transformará todo. Ya alguien vendrá diciendo que allí ‘hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces…’ aunque también se preguntará ‘¿Qué es eso para tantos?’.
Jesús sabía lo que iba a hacer porque en su corazón había amor hasta el infinito y El era Dios que realiza maravillas cuando está entre nosotros los hombres. Jesús realiza el milagro pero no solo fue la multiplicación milagrosa de los panes sino la inquietud por el amor y la solidaridad que sembró en aquellos corazones. Así quiere hacerlo en nosotros también cuando nos acercamos sinceramente a El dispuestos a compartir nuestros pequeños cinco panes de cebada y sin hacernos reservas para nosotros mismos.
‘Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados y lo mismo todo lo que quisieron del pescado’. El evangelista nos dirá que eran cinco mil hombres y que lo que recogieron de sobra a la indicación de Jesús para que no se perdiera fueron doce canastas.
Este milagro es signo y tipo, anticipo de la Eucaristía que va a instituir. Los próximos domingos escucharemos su anuncio en la Sinagoga de Cafarnaún. Pero conviene fijarnos en lo que significa este signo, este milagro de Jesús y todo lo que nos enseña. La solidaridad es el mejor camino que nos lleva a la comunión verdadera dijimos hace unos momentos. Dicho de otra manera no podemos llegar a la verdadera comunión si no vamos por los caminos de la solidaridad y del amor. Sería un contrasigno que nos atreviéramos a celebrar la Eucaristía sin amor, sin estar abiertos a la solidaridad.
Por eso nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio que si cuando vamos a presentar nuestra ofrenda ante el altar no hay amor verdadero en nuestro corazón, porque quizá no nos hemos reconciliado debidamente con el hermano, porque vivamos en la división y el desencuentro con los que nos rodean, con los más cercanos a nosotros, si no hemos sabido romper las corazas de la indiferencia, la insolidaridad y el odio, vayamos primero a reconciliarnos con el hermano, vayamos a ese encuentro vivo de amor con el otro para que podamos sentarnos dignamente en la mesa del Señor.
Vayamos siempre a la Eucaristía con la disponibilidad de poner nuestros cinco panes de pobres - los panes de cebada eran los de los pobres - porque, aunque nos parezca que es poca cosa lo que podemos poner, el Señor sabrá multiplicarlo porque siempre con el Señor el amor se crece y se aumenta más y más para provocar el incendio del amor que transformará de verdad nuestro mundo. Nuestras pequeñas chispas de amor provocarán esa hoguera grande del amor que contagiará a todos los que se sientan iluminados por su luz.
Y de la misma manera no podemos salir de la Eucaristía si no hemos alimentado debidamente ese amor; tenemos que salir siempre de la Eucaristía con un amor más fuerte y más grande, más abiertos a los demás, con mejor disposición para el encuentro y la comunión con los otros, más comprometidos para luchar por lo bueno, por hacer un mundo mejor y más fraterno, sintiéndonos más hermanos que nos queremos más y estamos dispuestos a perdonarnos siempre.
Los problemas que afectan hoy a nuestra sociedad son grandes; estamos contemplando mucho sufrimiento y muchas angustias a nuestro alrededor. Los que creemos en Jesús no nos podemos quedar insensibles pensando quizá que la solución tiene que venir de otros, de los grandes y poderosos. Hoy Jesús nos está enseñando que tenemos que aprender a mirar con una mirada distinta lo que nos rodea con sus problemas. Jesús quiere sembrar también inquietud en nuestro corazón preguntándonos quizá ¿qué es lo que podemos hacer nosotros ante la magnitud de los problemas? ¿No hará falta que aparezca el chiquillo de los cinco panes de cebada y los dos peces? ¿No podrás ser tú, ser yo el que con mi pobreza, mis pocas cosas comience a ofrecerme solidario y a hacer algo?
Todo, menos quedarnos impasibles. El Señor quiere poner inquietud en el corazón. Si hemos venido a la Eucaristía al encuentro con El, seguro que nos estará pidiendo una actitud nueva, un nuevo gesto de solidaridad, una disponibilidad generosa. Esos pequeños gestos solidarios crearán más auténtica comunión. ¿Nos daremos la vuelta para no ver?
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