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viernes, 3 de agosto de 2012

Las contradicciones a la hora de escuchar y acoger a Jesús en la vida
Jer. 26, 1-9; Sal. 68; Mt. 13, 54-58

La reacción y la postura de las gentes de Nazaret nos pueden parecer muy contradictorias. En los versículos anteriores escuchamos que Jesús después de enseñarles con parábolas partió de allí y se fue a otra parte. Y en concreto el evangelista ahora nos dice que ‘fue a su ciudad y se puso a enseñarles en la sinagoga’, aunque no nos menciona directamente que fuera Nazaret pero lo deducimos fácilmente por lo que continúa diciéndonos.

En un primer momento surge la admiración, aunque veremos que comienzan a hacerse sus consideraciones y le rechazan de manera que ‘no hizo allí ningún milagro por su falta de fe’. Lo contradictorio está en esa primera reacción de admiración por su enseñanza y sus milagros y la posterior reacción. ‘¿De donde saca éste esa sabiduría y esos milagros?’ Luego reconocen su enseñanza y su poder. Pero pronto comenzarán las pegas.

Una pegas, podríamos decir, para rebajar el valor de lo que Jesús hace. Es uno de ellos. Allí están sus parientes. ‘¿De donde saca todo esto? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí sus hermanas?’ No insistimos en la interpretación de las palabras hermano y hermana, que ya lo hemos comentado recientemente. Pero era una manera de rebajar la autoridad y hasta el poder de Jesús. ‘Desconfiaban de Él… sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta’. Es el comentario del evangelista.

No nos extraña porque así se había hecho con los profetas anteriores, y eso se sigue haciendo de parecida manera. Ya escuchamos en la primera lectura cómo rechazan a Jeremías y hasta tratan de matarlo. Así lo hicieron con los profetas, como en alguna ocasión incluso Jesús recordará.

Pero ¿no seguimos haciendo de manera semejante en el mundo moderno? Pensemos cómo se trata de desprestigiar a la Iglesia y su magisterio por cualquier motivo. Se elige a este Papa y se sacan a relucir todos los prejuicios que sean necesarios para quitarle valor y hasta autoridad; indagan incluso en su vida y hasta en su niñez.

Hace unos años la Iglesia quiso celebrar un año sacerdotal y cómo surgió una campaña bien orquestada desde todos los rincones del mundo contra la figura del sacerdocio resaltando los errores o fallos humanos que pudieran haber habido con tal de descalificar de la forma que fuera a todos los sacerdotes. Y así podríamos recordar muchas cosas. De cuántos prejuicios llenamos nuestra mente contra los sacerdotes, contra la acción de la Iglesia, contra los que hacen el bien sean quienes sean.

Con qué facilidad se juzga, se critica a la Iglesia, se la mira con lupa pero desde criterios hasta políticos. Cuando la Iglesia en la voz de su magisterio quiere expresar claramente su doctrina y los planteamientos éticos y morales fundamentados en el evangelio, se le quiere quitar autoridad, se le dice que está fuera de lugar y se le quiere quitar el derecho de poder expresar claramente su pensamiento.

Cualquiera en nombre de la libertad de expresión puede decir lo que quiera, pero a la Iglesia no se le permite esa misma libertad de expresión para poder enseñar los principios del evangelio y hay que buscar la forma de cómo acallarla. Son las contradicciones de la vida y de la historia que se siguen dando ahora como entonces, como hemos escuchado hoy en el evangelio.

Con actitudes y posturas así qué difícil nos es que llegue la salvación de Jesús a nuestra vida y a nuestro mundo. Como sucedió en Nazaret. Dice el evangelista que ‘no hizo allí muchos milagros porque les faltaba fe’. Lo de menos, podríamos decir, es lo de hacer muchos o pocos milagros, pues diríamos que es una forma de expresar cómo así, si nos falta fe y nos llenamos de esos prejuicios, tampoco va a llegar la salvación a nosotros.

Que al menos en nosotros se despierte la fe para acoger a Jesús, su Palabra y su salvación. No cerremos nuestro corazón a la gracia de Dios.

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