No una religión a nuestra medida sino fieles a la revelación del Señor
1Reyes, 18, 20-39; Sal. 15; Mt. 5, 17-19
La religión no es cosa que nos inventemos los hombres. La verdadera religión, la verdadera relación con Dios no es cosa que parta de nosotros, de nuestros inventos o nuestros deseos; grande puede ser el ansia que sintamos en el alma, en el espíritu de plenitud y de trascendencia pero el poder llegar a conocer a Dios y entrar en relación con El no es cosa que dependa de nosotros, de nuestro gusto o nuestras ideas. Algunos pueden pensar que se pueden hacer o crear una religión a su manera y a su medida; por eso tantas veces nos piden que cambiemos, porque, dicen, tenemos que acomodarnos a los tiempos de hoy y qué nos van a decir esas cosas antiguas. Grave error.
Hemos de reconocer y confesar que el Dios en quien creemos es el Díos de la Revelación, el Dios que quiso manifestársenos y revelársenos, darse a conocer por el hombre. Es Dios quien se nos va dando a conocer, va poniendo en nosotros, en nuestra vida señales que nos ayuden a descubrirle, a conocerle; y el conocimiento que podamos nosotros tener de Dios parte de lo que El se nos ha revelado.
Esa revelación de Dios que nosotros conocemos como la historia de la salvación y que está contenida para nosotros en las Sagradas Escrituras, la Biblia, donde a través de toda la historia de la salvación, de toda la historia del hombre, en una palabra, se ha ido como condensando, recogiendo, y es por lo que nosotros decimos que es Palabra de Dios. La plenitud de esa revelación nos ha llegado en Jesús, verdadera Palabra de Dios, que viene a culminar todo ese proceso que a través de la ley y los profetas en el Antiguo Testamento nos había ido dando a conocer a Dios.
En la plenitud de los tiempos con la llegada de Jesús, con la encarnación del Hijo de Dios para hacerse hombre y traernos la salvación, venimos a alcanzar esa plenitud de revelación. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien se la ha querido revelar’. Así nos dice Jesús en el Evangelio que viene a ser esa plenitud de revelación.
No viene Jesús a anular toda la revelación que anteriormente Dios había ido haciendo de si mismo en todo lo que llamamos el Antiguo Testamento, por la Ley y los Profetas. Como nos dice hoy ‘No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud’. Recordemos, por ejemplo, cómo en aquella teofanía del Tabor, revelación de la gloria de Dios que se manifiesta en Jesús y que venía a alentar la fe de los discípulos en la cercanía de la pasión, junto a Jesús en aquella visión celestial de la divinidad aparecen Moisés y Elías, la ley y los profetas.
Por eso para nosotros la Palabra de Dios no sólo está contenida en el Nuevo Testamento y los Evangelio, sino que toda la Biblia, antiguo y nuevo Testamento, son para nosotros esa Palabra de Dios que hemos de escuchar y que hemos de plantar en nuestra vida. Es todo ese proceso de revelación de Dios a través de toda la historia de la salvación con su plenitud en Jesucristo.
En la ley y los profetas, en todo lo contenido en la historia de la salvación del Antiguo Testamento está la preparación que nos conduce a Jesús. Era la esperanza de aquel pueblo en el Mesías Salvador que había de llegar y que nosotros reconocemos en Jesús. Por eso también cuando leemos el Antiguo Testamento lo hacemos desde la perspectiva de Jesús, lo llegaremos a entender plenamente desde la revelación y la salvación que Jesús nos ofrece. Tampoco nosotros podemos hacernos una interpretación a nuestra manera y a nuestra medida con nuestras propias acomodaciones. Tenemos que ser fieles a lo que Dios nos ha revelado y a la salvación que El nos ha ofrecido.
Hoy Jesús nos enseña a ser fieles a esa revelación, a esa Palabra de Dios, a esos mandatos del Señor; hemos de saber ser fieles, como nos dice, hasta en las cosas pequeñas porque todo es camino hacia esa plenitud, todo es camino a alcanzar y vivir el Reino de Dios. ‘El que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos’, nos dice Jesús hoy.
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