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jueves, 14 de junio de 2012


Si vamos a hacer lo que todos hacen, ¿para qué es necesario llamarnos cristianos?
1Reyes, 18, 41-46; Sal. 64; Mt. 5, 20-26
‘Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’, les dice Jesús a sus discípulos. Se podía pensar que los fariseos y los escribas eran ejemplares, porque unos se presentaban como muy cumplidores, como estrictos cumplidores, y los otros eran maestros en la ley. Sin embargo, fijémonos en lo que les dice Jesús. 
Y les habla Jesús del sentido de los mandamientos del Señor. No se trataba de estrictos cumplimientos ajustándose a la letra del mandamiento. Es necesario algo más profundo, porque lo que pueda decir la letra del mandamiento puede por una parte quedarse en mínimos, o hacerse uno sus interpretaciones también por lo mínimo. Cuántas veces nos preguntamos nosotros hasta donde podemos llegar para no faltar al cumplimiento del mandamiento. 
Jesús insiste en el quinto mandamiento o lo que es lo mismo en cierto sentido en el mandamiento del amor. El mandamiento nos dice estrictamente ‘no matarás’, pero Jesús nos está dando una pauta muy amplia que tiene que caber en ese mandamiento. Nos habla de las necesarias buenas relaciones entre unos y otros; unas relaciones fundamentadas en el amor, el entendimiento, la mutua comunión. Y nos habla de estar peleados, o sea, no llevarse bien; y nos habla del respeto mutuo que me impedirá cualquier ofensa que pueda hacerle desde mis juicios o mis palabras.
Y nos habla de la armonía que entre todos tiene que haber siempre, de manera que no tengamos quejas los unos de los otros. Y Jesús nos habla de cosas muy concretas, como que no somos dignos de presentar una ofrenda al Señor si entre los hermanos no hay la necesaria comunión. ‘Si tu hermano tiene quejas contra te, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda’. Busca en todo momento la armonía, el entendimiento, el buen juicio y todo eso fundamentado en el verdadero amor. Es todo un estilo distinto el que nos enseña Jesús. 
Y esto nos sigue valiendo hoy en nuestras relaciones, en nuestro trato, en el amor fraterno que hemos de vivir los unos con los otros. No podemos andar con tacañerías en la cuestión del amor fraterno. Cuando se ama, se ama con generosidad, sin límites. Por eso nos dice Jesús a nosotros también ‘si no sois mejores que la mayoría de la gente…’
Y es que nosotros tantas veces decimos, es que yo hago lo que hace todo el mundo. Pero cuando queremos vivir el evangelio no se trata de eso, de hacer como hace todo el mundo, ni es cuestión solo de buena voluntad. El amor que Jesús nos pide y enseña hay que vivirlo con radicalidad si en verdad nos queremos llamar discípulos de Jesús. No es simplemente hacer lo que hace todo el mundo, sino descubrir las metas que nos propone Jesús en el evangelio. 
Y Jesús en la medida que lo seguimos y queremos ser más fieles nos va poniendo el listón más alto. Como el atleta que realiza saltos de altura que cada vez ha de superarse más para dar el salto más alto. Así tiene que ser nuestro amor. Si vamos a hacer lo de todos o lo que he hecho siempre, ¿para qué tantas alforjas? ¿Para eso hubiera hecho falta que Jesús, el Hijo de Dios, se encarnase y se hiciese hombre y estuviera dispuesto a morir por nosotros? Para hacer lo de todos no hace falta llamarse cristianos.
Cuando Jesús nos habla del Reino de Dios nos está hablando de un estilo de vivir distinto. Por eso tenemos que escuchar con mucha atención el evangelio e irlo plantando en nuestro corazón. No nos podemos contentar con hacer lo que siempre hacíamos, sino que hemos de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor para ir descubriendo día a día los pasos que tenemos que ir dando en ese seguimiento de Jesús, que es seguir los mismos pasos de Jesús, vivir en el mismo estilo de Jesús, impregnarnos de la vida de Jesús. 
Con cuánta atención tenemos que disponernos a escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos. Dejar que su Espíritu nos vaya conduciendo y su gracia vaya alimentando nuestra vida y nuestro amor.

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