Vamos a la escuela de la oración de la Cuaresma
Esther, 14, 1.3-5.12-14; Sal. 137; Mt. 7, 7-12
El tiempo de cuaresma podemos decir que es una
verdadera escuela de oración para el cristiano. Es un tiempo propicio para la
oración y con insistencia acudimos a Dios pidiendo la luz que necesitamos para
el camino de nuestra vida al tiempo que como tiempo especialmente penitencial
oramos al Señor pidiendo perdón una y otra vez por nuestros pecados.
Pero además con la liturgia oramos al Señor y
aprendemos cómo tiene que ser nuestra oración. Oramos con la misma Palabra de
Dios y con los salmos que se nos ofrecen. La liturgia ya es en sí misma oración
personal y comunitaria con la que queremos alabar, bendecir y dar gracias a
Dios, al tiempo que nos ofrece motivaciones para la misma oración. Y la Palabra
del Señor que nos va ofreciendo la liturgia cuaresmal pedagógicamente nos va
ofreciendo toda la enseñanza de Jesús sobre la oración.
Así son los textos que se nos han ido proclamando en
esta primera semana de la Cuaresma que hace pocos días nos presentaba el modelo
de oración que Jesús nos propuso, y hoy doblemente vuelve a hablarnos de la
oración. Por una parte en el evangelio Jesús nos insiste que hemos de orar con
constancia y con confianza, sabiendo que el Padre del cielo siempre nos
escucha, y la primera lectura nos ofrecía el hermoso texto de la oración de la
reina Esther.
Ante el inminente peligro por el que va a pasar el
pueblo de Israel la reina Esther se convierte en intercesora para su pueblo.
Será intercesora ante el rey para salvar a su pueblo, pero la oración y la
intercesión más hermosa es la que hace al Señor antes de presentarse ante el
Rey. La narración del libro del Antiguo Testamento nos presente cómo por
diversas circunstancias Esther ha llegado a ser reina, lo que es una señal de
la providencia de Dios que la ha colocado en aquel lugar para que interceda y
salve a su pueblo del exterminio.
Pero Esther no se va a presentar ante el rey por su
cuenta y sólo contando con sus fuerzas. Pide al pueblo judío que ayune y haga
oración al Señor para que le dé fuerzas para la misión que tiene que realizar,
pero ella misma ayuna y ora con total confianza al Señor. Es la hermosa y
ejemplar oración que nos ofrece el texto sagrado.
Con humildad se presenta Esther ante Dios para su
oración. Con humildad y confianza. ‘Protégeme,
Señor, que estoy sola y no tengo otro defensor que tú’. No se siente digna
de presentarse al Señor, pero tiene la confianza de saber y recordar cuántas
maravillas ha hecho el Señor para con su pueblo. ‘Mi padre me ha contado cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las
naciones… y le cumpliste lo que le habías prometido’. Se apoya en la
fidelidad del Señor. Se apoya en la misma Palabra del Señor tantas veces
cumplida y realizada en medio de su pueblo.
Se siente pequeña y pecadora – ‘nosotros hemos pecado contra ti…’ – pero acude al Señor para que
se haga presente en su actuar, en sus palabras y en todo lo que tiene que
hacer. Será ella la que tendrá que hablar ante el rey para interceder por su pueblo,
pero pide que Dios esté en sus palabras.
Nos recuerda cuando nosotros pedimos la asistencia del
Espíritu Santo para que inspire nuestras palabras y nuestras acciones. Dios que
actúa por medio nuestro. Ese es el gran milagro que nosotros tenemos que dejar
realizar en nuestra vida. Por así decirlo, prestarle nuestros labios o nuestros
brazos a Dios para que actúe por medio nuestro. ‘Pon en mi boca un discurso acertado’, pedía la reina Esther.
Creo que mucho tendríamos que repetir y meditar esta
oración para aprender nosotros a orar también con esa misma humildad y con esa
misma confianza.
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