Rom. 7, 18-25;
Sal. 118;
Lc. 12, 54-59
Nuestros mayores, y sobre todo la gente del campo, eran muy observadores para saber analizar las señales del tiempo climático. La necesidad quizá para saber de siembras y de cosechas les hacía estar observando esas señales del buen tiempo o del mal tiempo, y era además una sabiduría que se trasmitía de generación en generación. Hoy nos fiamos más científicamente de los pronósticos que nos puedan hacer los metereólogos, y quizá nos preocupamos menos de hacer nuestra propia lectura de esas señales. Estamos muy atentos a los que nos pueda decir el hombre del tiempo en las noticias de la televisión.
Bueno, Jesús hace referencia a esto hoy en el evangelio pero para echarnos en cara que atentos quizá a esos signos del tiempo climático, sin embargo luego no sabemos descubrir, leer e interpretar los verdaderos signos de los tiempos; aquellas señales que Dios va poniendo en nuestra vida, a través de los acontecimientos, para que sepamos descubrir su presencia y escuchar en el corazón lo que El quiere decirnos.
Si decíamos antes que nuestros mayores estaban atentos a esas señales climatológicas, en el sentido de lo que nos dice Jesús hemos de aprender a estar atentos a esas señales de Dios. Ese estar atentos nos exige ojos de fe para mirar la vida, empezando por nuestra propia vida. Necesitamos una mirada creyente porque es la que nos hará descubrir a Dios. Necesitamos una mirada creyente que sepamos hacer desde lo más hondo de nosotros mismos con humildad y con mucho amor.
Creo que María, la Virgen, nos enseña mucho en este sentido. Mereció ser llamada dichosa por su fe. Pero era una fe madura, una fe madura en honda reflexión, una fe con la que le daba hondura a su vida, una fe que le hacía sentir a Dios y escuchar su Palabra en lo más hondo del corazón. Recordamos lo que nos repite el evangelista varias veces; cómo María todo aquello que iba sucediendo y que muchas veces quizá incluso le costaba entender, ella lo iba guardando en el corazón.
No era solo guardarlo como un recuerdo, sino era una reflexión y una meditación profunda que ella iba haciendo de todo aquel acontecer dentro de si. Una reflexión y una meditación hecha con ojos de mujer creyente, con ojos de fe. La memoria, el recuerdo reflexionado de cuanto acontecía le hacía descubrir los designios de Dios.
Leer los signos de los tiempos, entonces, es ese rumiar todo aquello que nos va aconteciendo para hacerlo pasar todo por el tamiz de la fe, el filtro de la fe. Y lo hacemos en oración; y lo hacemos confrontando la Palabra de Dios con nuestra vida. Miramos nuestra vida, miramos alrededor cuanto sucede, y ante Dios, en su presencia, nos preguntamos por su sentido, por su significado, por lo que el Señor quiere decirnos a través de esas cosas.
Y el recuerdo, la memoria de cuanto nos ha acontecido anteriormente nos puede servir para mirar con mirada nueva lo que ahora nos va sucediendo; el recuerdo reflexionado de lo que nos ha sucedido nos enseñará a un nuevo actuar en nuestra vida para sacar esa lección que nos lleve a nuevas actitudes, a nuevos y mejores comportamientos.
Ese ejemplo que Jesús nos pone al final del texto de hoy de que cuando te lleven al tribunal procura arreglarte antes mientras vas de camino para no terminar condenado, no es sólo un enseñarnos como siempre tenemos que buscar la paz y el entendimiento, sino que nos está enseñando a sacar lecciones de lo que nos ha sucedido para que aprendamos a actuar de nueva manera. Es la voz del Señor que nos habla en nuestro interior en esa reflexión de cuanto nos ha sucedido.
Aprendamos, pues, a hacer esa mirada reflexiva, esa mirada creyente, con ojos de fe de cuanto nos sucede y aprenderemos a escuchar a Dios en nuestro corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario