Rom. 11, 1-2.11-12.25-29;
Sal. 93;
Lc. 14, 1.7-11
‘Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando’. Siempre estaban pasando por el prisma de sus colores todo lo que hiciera Jesús. En el relato que hubiéramos escuchado ayer, al llegar a la casa Jesús se encontró con un hombre que sufría de hidropesía y estaban espiando a Jesús a ver qué hacia en sábado. Jesús lo curó, escuchábamos ayer, haciéndoles ver que el hacer el bien estaba por encima de la ley del descanso sabático. Fue tema del evangelio de ayer, si no hubiéramos celebrado la fiesta de los apóstoles.
Pero es que Jesús también se está fijando en las actitudes que tiene aquellos invitados. Jesús los observa y no pierde ocasión para dejarnos su mensaje, un hermoso mensaje. ‘Notando que los convidados escogían los primeros puestos…’ nos dice el evangelista. Pudiera parecer que es cuestión de protocolos, como decimos hoy, pero es algo más hondo lo que Jesús quiere enseñarnos, porque son actitudes profundas lo que Jesús nos señala que tendrán que reflejarse en los actos que realizamos en la vida.
‘No te sientes en el puesto principal no sea que hayan invitado a otro de más categoría que tú’. El bochorno de que te hagan rebajarte en el puesto será peor. No es cuestión de bochornos o de hacer cosas para que nos levanten sino se trata de esa actitud hermosa de la humildad que no busca grandezas. En el evangelio del domingo, de mañana, el evangelio nos va a abundar mucho más en esto.
En el reino de Dios no caben dignidades humanas. En el reino de Dios nuestras grandezas van por otro camino que son los caminos del servicio y de la humildad. Nuestro título mayor es el ser hijo de Dios, e hijos de Dios somos todos, luego hemos de sentirnos hermanos. No nos vale entonces estar corriendo buscando lugares de honor, primeros puestos o grandezas humanas. Si hemos de correr para algo será para ser los primeros en servir, en amor, en ayudar, en tener una palabra de consuelo y de ánimo para el que sufre a nuestro lado.
Qué malo es cuando nos creemos grandes o importantes y pensamos que no nos vamos a rebajar para prestar ese servicio y dejamos que sea otro el que lo haga. Recordamos las parábolas de Jesús, la parábola del buen samaritano. Aquel sacerdote que bajaba por el camino no se iba a rebajar a ir a curar al hombre mal herido; él tenía otras cosas que hacer, pensaba. Lo mismo el levita, su misión era servir en el templo y no fue capaz de darse cuenta que el verdadero servicio a Dios, al verdadero templo de Dios que es el hombre, lo haría curando a aquel que estaba allí tirado en el camino. Pero tenían prisa, tenían otras cosas que hacer que se decían que eran más importantes. Cuantas veces nos pasa a nosotros así.
Nuestra verdadera grandeza está en el amor y en la humildad, en un corazón generoso y siempre disponible para el servicio con alegría y entusiasmo. Nos falta muchas veces ese entusiasmo y esa alegría del amor y en el servicio. No lo hagamos nunca a regañadientes sino con generosidad. No te arrepientas ni te avergüences de hacer el bien y ser servidor de los demás. Es tu gloria.
Por eso nos dirá Jesús ‘todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’. Lo volveremos a escuchar mañana domingo.
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