Mal. 1, 14-2, 2.8-10,
Sal. 130;
1Tes. 2, 7-9. 13;
Mt. 23, 1-12
El mensaje que nos deja hoy Jesús en el evangelio es muy enriquecedor para nuestra vida, para esa vida nuestra de cada día en que queremos seguirle cada vez con mayor fidelidad y amor. Siempre la Palabra de Dios es palabra de vida, palabra viva que nos llena de vida; ‘palabra que permanece siempre operante en nosotros’, como nos dice hoy san Pablo; palabra que nos anima y nos abre horizontes cuando quizá tantas veces tenemos el peligro de encontrarnos como desorientados por cuanto nos sucede a nuestro alrededor que no siempre quizá sean todo lo estimulantes que quisiéramos.
La da ocasión a Jesús de dejarnos un hermoso mensaje la situación de desorientación, podríamos decir, en que se encuentran las gentes de su época donde sus dirigentes no son todo lo coherentes que deberían ser para conducir al pueblo creyente por caminos de bien. Señalan caminos que no siguen, imponen normas y más normas que ellos no cumplen, y todo se les va en apariencias e hipocresías.
‘Todo lo que hacen es para que la gente los vea; alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto, les gustan los primeros puestos… que les hagan reverencias…’ Las filacterias eran como unas cintas en las que escribían palabras de la ley como para tener un recuerdo permanente delante de los ojos, pero que se quedaba todo en vanidad. Jesús es duro con los escribas y fariseos, pero siente en su corazón la situación de desorientación que vive su pueblo y no quiere que en la comunidad que va a nacer sucedan cosas así.
Me recuerda aquel otro momento que escuchamos en el evangelio cuando Jesús se va con sus discípulos más cercanos a un lugar descampado y allí al desembarcar se encuentra con una multitud que ha venido hasta Jesús desde todos los pueblos y aldeas de la orilla del lago porque quieren escuchar a Jesús. Y decía el evangelio que Jesús sintió lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor.
Confieso, como ya he dicho en otra ocasión, que al escuchar estas palabras de Jesús me siento interpelado en mi interior si en verdad vivo y cumplo con la misión pastoral que se me ha confiado para ayudar a los que Dios ha puesto en mis manos para que en verdad sigan y vivan los caminos del evangelio con toda fidelidad y pido perdón una y otra vez al Señor porque no siempre soy lo suficientemente coherente y ejemplar en una vida santa para aquellos que me rodean.
En referencia al mensaje que Jesús hoy nos da, bien vemos que el estilo de vida y relación entre los que creemos en Jesús tiene que ser distinto. Como comunidad de amor que hemos de formar los que creemos y seguimos a Jesús nuestras relaciones tienen que ser fraternales, humildes, sencillas. No pueden caber entre nosotros apariencias ni búsquedas de grandezas. Por eso nos dice Jesús que para nosotros no valen los títulos ni los reconocimientos, porque somos hermanos que caminamos juntos, que nos ayudamos mutuamente, que nos amamos y siempre hemos de buscar el bien del otro, siendo capaces incluso de olvidarnos de nosotros mismos. Sólo a Dios hemos de reconocer como el Señor, el único Dios y Señor de nuestra vida.
Sin embargo, hemos de reconocer, que nos sentimos halagados por las reverencias y nos encanta que nos reconozcan lo que hacemos. Es la tentación que sufrimos muchas veces de forma bien sutil. Cómo tendríamos que aprender a caminar caminos de humildad. ‘El Hijo del Hombre, nos dirá Jesús, no vino a ser servido sino a servir’. Y bien lo contemplamos en un amor total que le lleva a dar la vida por nosotros.
Y es que Jesús no nos pedirá nada que no haya hecho El por nosotros. Como tantas veces hemos reflexionado El va delante de nosotros abriéndonos el camino con su propia vida y su propio camino. Y si nos dice que tenemos que aprender a ser los últimos porque en su Reino los últimos serán los primeros, El se despojó de su rango, como nos dice san Pablo, para no solo hacerse hombre sino para entregar su vida por nosotros en la muerte ignominiosa de la cruz.
Hoy nos lo dice claramente. ‘El primero entre vosotros será vuestro servidor’. Cuántas veces nos repite eso mismo Jesús a lo largo del evangelio. Sería bueno dedicar un rato a leer y releer el evangelio y encontrar todos esos momentos. Podría ser algo a lo que dedicáramos un tiempo de meditación en otro lugar. Sin ser ahora exhaustivos recordemos que eso es lo que les dice a los discípulos, Santiago y Juan, que quieren estar uno a su derecha y otro a su izquierda en su reino; será lo que les diga y repita cuando discuten por el camino sobre quien va a ser el primero. Y así muchas veces.
‘El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’, termina sentenciando hoy Jesús en el evangelio que hemos escuchado. Porque El ‘se rebajó hasta la muerte de cruz, Dios lo levantó y le concedió el nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble y toda lengua proclame Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre’.
Es nuestro camino, el que El nos enseñó; camino de amor, de servicio, de humildad que hemos de recorrer si queremos seguir a Jesús. Qué bien nos vendría abajarnos de nuestros orgullos y apariencias, vivir una vida sencilla y humilde queriendo estar siempre en actitud de servicio para los demás. Qué hermosa sería la convivencia entre todos; de cuánta paz llenaríamos nuestro mundo. Ya sabemos cuánto daño nos hacemos a nosotros mismos y los unos a los otros cuando nos dejamos llevar por el orgullo y la apariencia.
Le pedíamos al Señor en la oración litúrgica que ‘nos conceda caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes’. Que el Señor nos conceda su fuerza y su gracia para evitar esos tropiezos del orgullo, de la apariencia, del egoísmo, del pensar solo en nosotros mismos. Que con la fuerza de su Espíritu sepamos recorrer con alegría, con entusiasmo esos caminos del amor y del servicio.
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