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martes, 1 de noviembre de 2011

Todos los santos y elegidos proclaman a una sola voz la gloria del Señor


Apoc. 7, 2-4.9-14;

Sal. 23;

1Jn. 3, 1-3;

Mt. 5, 1-12

‘A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles, la multitud admirable de los profetas, el blanco ejército de los mártires, todos los santos y elegidos te proclaman a una sola voz, Santa Trinidad, único Dios’. Así aclama y canta la Iglesia con uno de sus himnos litúrgicos unida a todos los santos a la Santísima Trinidad en esta fiesta de todos los Santos que hoy estamos celebrando.

Nos unimos a ese canto; queremos proclamar así nuestra mejor alabanza con los ángeles y los santos como decimos también en el prefacio; queremos entrar a formar parte de ese celestial para también nosotros bendecir y alabar al Señor hoy desde la tierra con nuestra vida santa, pero con la esperanza de que un día podamos hacerlo eternamente en el cielo en la gloria de todos los santos.

Esta fiesta de hoy, en que celebramos a todos los santos, nos hace mirar por una parte con esperanza a lo alto, al cielo, para contemplar a todos los que alaban eternamente al Señor, pero al mismo tiempo nos sentimos estimulados por todos esos santos que en el cielo están, para seguir haciendo este camino de la tierra queriendo responder a esa vocación a la santidad a la que todos somos llamados.

Pero, aunque con esa esperanza del cielo, no nos quedamos extasiados sino que nos hace mirar también alrededor nuestro para saber descubrir también en los que caminan a nuestro lado huellas y señales de esa santidad en todos los que quieren ser fieles, lo que es también un estímulo para nosotros; y aunque el camino se nos haga duro y dificultoso muchas veces – son tantas las tentaciones que nos quieren apartar de él -, queremos seguir haciéndolo y copiando en nosotros el espíritu de las bienaventuranzas del que nos habla el evangelio que es el mejor camino para seguir a Jesús, para vivir su reino y para llegar a resplandecer en nuestra santidad.

Nos invita Jesús a hacer un camino que nos llena de dicha y nos da la felicidad más plena. A muchos oídos pudiera resultar contradictorio el camino que nos propone Jesús porque los parámetros de la felicidad en el mundo en que vivimos quizá van por otro lado. Pero nosotros queremos seguir a Jesús y copiarlo en nuestra vida porque desde la fe que hemos puesto en El sabemos que sólo en El podemos encontrar la mayor plenitud para nuestra vida.

Y es que podemos atrevernos a decir que las bienaventuranzas que nos propone Jesús no son otra cosa que darnos su autorretrato. Sí, en Jesús es en quien primero las vemos reflejadas, en su vida, en su actuar. Son el retrato de su corazón. Cuando Jesús allá en el sermón del monte nos va desgranando una a uno todas las bienaventuranzas va expresando en voz alta lo que llevaba en su corazón y que era lo que vivía en su relación con Dios y con los demás. Era lo que llenaba a El de dicha y en lo que estaba todo el sentido de su ser y hacer por nosotros y para nuestra salvación.

Por eso decíamos, lo que hemos de hacer es copiar a Jesús, configurarnos totalmente con El para que su vida sea nuestra vida. Siguiendo sus pasos, viviendo su mismo sentir tendremos nuestro corazón lleno de Dios y surgirá nuestra entrega y nuestro vaciarnos de nosotros mismos porque amando a Dios y amando sin límites a los demás, como El lo hizo, encontraremos esos caminos de plenitud y de felicidad, esos caminos de santidad verdadera. Por eso querer vivir el espíritu de las bienaventuranzas es querer vivir la misma vida de Jesús.

Llenos así de Dios sentiremos en nuestro corazón la urgencia de todo lo que sea bueno para los demás y siempre estaremos buscando el bien y la verdad, la paz y la justicia para todos y para nuestro mundo; llenos de Dios nunca permitiremos que la malicia, la maldad, la mentira se adueñe de nuestro corazón, ni no dejaremos posesionar por las cosas materiales porque queremos vivir con un corazón puro y libre que siempre lo querremos para en todo y sobre todo amar con un amor como el de Dios a los que caminan a nuestro lado; llenos de Dios no nos importará ni el sufrimiento ni la incomprensión o persecución que podamos sufrir porque siempre lo único que nos va a importar es que Dios reine en nuestra vida y en nuestro mundo, sabiendo que en Dios siempre tendremos la fortaleza para nuestra lucha, para nuestra entrega, para nuestro amor.

Formaremos parte, pues, de esa multitud, esa muchedumbre inmensa, de la que nos habla hoy el libro del Apocalipsis, que han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero y cantan eternamente la alabanza del Señor en el cielo. No tememos que en nuestra lucha y en nuestro esfuerzo quizá algunas veces seamos débiles y podamos tropezar; no tememos lo que tengamos que sufrir a causa de la fidelidad que queremos mantener en el seguimiento de ese camino, porque sabemos que en la Sangre del Cordero serán lavadas y purificadas nuestras vestiduras, nuestras vidas, para que al final podamos cantar esa mejor alabanza al Señor.

A todo esto nos sentimos impulsados de manera especial hoy cuando estamos celebrando la fiesta de todos los santos; el contemplar a quienes antes que nosotros hicieron el camino no estimula para nosotros hacer ese mismo camino; pero con esa mirada limpia aprenderemos a descubrir también en los que caminan a nuestro lado señales y huellas de que están queriendo también vivir ese mismo espíritu de las bienaventuranzas; eso para nosotros también se nos convierte en un fuerte estímulo y empuje para vivir una vida de santidad.

Y ¿cómo no vamos a querer vivir todo esto si nos sentimos amados de Dios? Es lo que nos dice la carta de san Juan. ‘Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!’ Somos los hijos amados de Dios que nos lleva por caminos de amor y de plenitud. Somos los hijos amados de Dios que un día podemos verle tal cual es, como nos dice hoy san Juan. Vivamos ese amor y veremos a Dios. Limpiemos nuestro corazón de todo egoísmo y maldad y, como nos decía Jesús también en las bienaventuranzas, veremos a Dios.

Sí, nos alegramos en el Señor de celebrar la fiesta de todos los santos, porque tenemos la esperanza de que un día podamos pasar de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los cielos.

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