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lunes, 24 de enero de 2011

La malicia del corazón nos impide el perdón


Hebreos, 9, 15.24-28;

Sal. 97;

Mc. 3, 22-30

Hay que ver cómo nos cegamos cuando dejamos meter la malicia en nuestro corazón. Malicia que es maldad, inclinación a hacer el mal, perversidad, intención malévola e disimulada, propensión a pensar mal. Al contemplar la malicia con que actúan los letrados contra Jesús en el texto que hemos escuchado, se me ocurrió ir al diccionario para buscar más exactamente el significado de esa palabra y esas son algunas de las acepciones que he encontrado. Por eso comenzaba diciendo cómo nos cegamos cuando dejamos llenar de malicia nuestro corazón. Y un corazón ciego y lleno de maldad cuánto daño puede hacer, a sí mismo y a los demás.

Hemos encontrado rechazo de Jesús, no entender las cosas que Jesús hacía e incluso llamarle blasfemo, pero ahora en su malicia vemos algo más. Intención malévola porque llegar a querer señalar que todo aquello bueno que Jesús hacía era obra del maligno. Quien no es capaz de ver la obra salvadora de Dios en Jesús, atribuyéndolo más bien al espíritu del mal, se está cerrando a esa salvación que Jesús nos ofrece, es un pecado muy fuerte contra el Espíritu Santo, como nos dice Jesús que no va a encontrar perdón, porque en esa maldad se está cerrando frente a ese perdón. La malicia en el corazón nos impide el perdón, porque no seremos incluso de ser capaces de reconocer ese mal en nosotros por el que pedir perdón.

Es dura la actitud de aquellos letrados contra Jesús. Por demás incomprensible en un corazón que quiere obrar con rectitud, porque además, como Jesús les hace ver, carecería de toda lógica y sentido. ‘Cómo va a echar Satanás a Satanás?’, se pregunta Jesús. Sería un reino en guerra civil, nos viene a decir Jesús, una familia dividida, es hacerse la guerra a sí mismo.

Pidámosle al Señor que no dejemos meter una maldad así en nuestro corazón. Que llenemos nuestros ojos de luz para saber apreciar y valorar cuanto de bueno hace el Señor con nosotros. Que nuestra fe nos ayude a descubrir las maravillas del Señor. Sepamos apreciar y valorar pero sepamos también darle gracias a Dios en todo momento que está junto a nosotros con ese regalo de su amor, con ese regalo de su salvación.

Pero creo, además, que esto puede enseñarnos mucho para las actitudes que hemos de tener en nuestra vida en relación a los demás. Primero para tener esos ojos luminosos para ver siempre primero lo bueno que hay en los otros. Claro, para no dejar meter esa malicia en nuestro corazón, porque es una tentación a la que nos vemos sometidos con demasiada frecuencia.

Cuando las personas no nos caen bien, o nos sentimos molestos por alguna cosa, que fáciles somos para ver lo negro y negativo, qué propensos a la sospecha y a la desconfianza, qué fácil ver malas intenciones o intenciones ocultas en lo que hacen los demás, qué malévolos nos volvemos, cómo podemos caer fácilmente por la pendiente de la perversidad. Cuánto daño hacemos a los demás, pero cuánto daño, tenemos que reconocer, nos hacemos a nosotros mismos.

No dejemos meter nunca esa malicia en nuestro corazón. Seamos siempre de relaciones limpias y de trato sincero y lleno de amor. No dejemos nunca introducir en nuestra mente la sospecha que nos hace desconfiar. Seamos siempre capaces de disculpar, de disimular, de perdonar, de amar, en una palabra.

Bien podríamos recordar aquí aquello que nos dice san Pablo en la carta a los corintios cuando nos habla de las cualidades del amor. ‘Es paciente y bondadoso, no tiene envidia, ni orgullo ni jactancia. No es grosero, ni egoísta, no se irrita y no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta’. Ojalá esas cualidades brillaran siempre en nuestra vida.

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