Cada día sembremos una semilla de amor y de bondad
Hebreos, 10, 32-39; Sal. 36; Mc. 4, 26-34
Una semilla echada en tierra que germina y va creciendo hasta dar fruto; un pequeño e insignificante grano de mostaza que nos dará una esbelta planta. Así compara Jesús el Reino de Dios, que tiene que nacer en nuestros corazones, crecer y dar fruto. Así es el misterio del Reino de Dios.
Jesús nos propondrá otras parábolas que también nos hablan de la semilla que ha de encontrar buena tierra para que pueda dar fruto, o de la semilla que ha de crecer rodeada de malas plantas porque otros habrán sembrado malas semillas. Todo ello nos está hablando del misterio oculto del Reino de Dios plantado en nuestro corazón a través de la Palabra que nos llega. Misterio por otra parte de humildad y sencillez porque no hemos de buscar cosas grandiosas ni espectaculares para vivir ese Reino de Dios.
Ese Reino de Dios que se manifiesta en esos pequeños gestos de bondad y de paz que podemos tener cada día con los que nos rodean; esa humildad y sencillez de la que hemos de rodear nuestra vida; esa generosidad que ha de brotar de nuestro corazón para hacer el bien, para ayudar, para perdonar, para buscar la paz, para tener ese corazón misericordioso y compasivo que sabe compartir y que sabe hacer suyo el sufrimiento de los demás.
Ese Reino de Dios que nosotros hemos de ir sembrando también cada día en los que nos rodean con esa palabra buena y amable, con ese consejo que ayuda a hacer el bien, con ese perdón nacido del amor que siempre disculpa; ese Reino de Dios que sembramos cuando trasmitimos evangelio en nuestra vida, nuestras palabras y nuestros gestos buenos; ese Reino que vamos sembrando cuando hablamos de Dios a los demás, cuando queremos sembrar inquietud en los corazones con deseos de cosas grandes, cuando cultivamos virtudes en nuestra vida o luchamos por superarnos cada día más en los defectos o vicios que podamos tener.
Cuántas cosas buenas podemos hacer cada día para hacer más felices a los que están a nuestro lado; con cuántos resplandores de luz podemos iluminar a los otros para que descubran a Dios, para que lleguen a conocer la Buena Nueva del Evangelio. Recordemos lo que nos dice Jesús de que seamos luces que iluminemos con nuestras buenas obras para que los hombres puedan glorificar a nuestro Padre del cielo.
Que cada día sembremos una semilla; que cada día intentemos ser luz para los demás con nuestro amor. Esa pequeña semilla que nos puede parecer insignificante en ese pequeño gesto que podamos tener con el otro se puede multiplicar en muchos frutos. Si cada uno de verdad nos comprometiéramos a sembrar esa pequeña semilla cada día de nuestra bondad y nuestro amor, ¿habéis calculado cuantas obras buenas se realizarían cada día en nuestro entorno?
Qué felices podríamos ser porque crecería nuestro amor, nuestra buena convivencia, la armonía y la paz. Cuánto consuelo podríamos dar a los que lloran y sufren a nuestro lado y cuantas lucecitas podríamos encender en los corazones de los demás. Cómo se iluminaría el mundo con todas esas lucecitas encendidas juntas. Qué resplandor más grande podríamos dar. Sería el brillo del Reino de Dios en medio de nosotros.
Vamos a intentarlo. Haremos en verdad un mundo mejor.
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